Nuestra crisis actual dramatiza el llamado perenne de la filosofía y espiritualidad del Sendero del Buscador: el re-conocimiento y la creación de principios de inteligibilidad que nos permitan comprendernos de una manera distinta. En fin, podríamos SER una respuesta a la pregunta; esto es, podríamos pensar de tal manera que él/ella pueda convertirse en el centro de atención del mismo pensamiento.

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altPara despejarme un poco de todo esto que nos está pasando de lo que muchos predijeron, de lo que algunos quisieron evitar con sus buenas ideas y no fueron escuchados, me doy una escapada al cine. En esta ocasión, fui a ver Finding Dory (2016), la secuela de la ya famosa Finding Nemo (2003), con la intención de ver algo diferente, pero no, no pude relajarme. La frase más importante de la película y la que no puedo dejar de relacionar con Puerto Rico, era: “rescatar, rehabilitar y liberar”.

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altA veces me siento dichoso pensando que puedo salir a la calle sin riesgo de cruzarme repentinamente con alguien que insista en reconocerme. A veces es un consuelo saberse bien metido en el olvido. Entonces sí vale la pena salir a la calle a dar una vuelta. El gusto redoblado porque no existe el desafío de desempolvar un recuerdo indeseado. Paso adelante campante adentro del campo que quiero pisar puesto a mis órdenes, obedeciéndome a mí solamente, sin nada que me obligue a la condescendencia con los demás.

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Hilda S. mira por la ventana como quien desea creer en los milagros, pero sin tener fe. Las sombras que golpean las cortinas, le traen recuerdos y perfumes florales. Fue enfermera del antiguo régimen nazi y de allí salieron todos sus conocimientos en el arte de formar una familia fuerte y bien alimentada.

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Las colonias generan grandes dramas trágicos donde se va perdiendo el sentido de ser libre, autosuficiente y valioso, al punto de que algunos colonizados pierden también, entre otros sentidos, el sentido del olfato. Ese que nos habla y nos dice cuando huele a gato encerrao…

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altCuando la matriarca de la familia, Doña Pepita, enfermó de vieja, su hija, mi madre, se retiró del trabajo para cuidarla. Incluso se mudó con ella. Ya encamada, duró unos cuatro meses antes de su partida. Mi madre la cuidaba, ahora en su casa, donde se le instaló lo necesario para que estuviera lo más cómoda posible y con aire friíto. Recuerdo verlas interactuar y mientras mi abuela le decía: “No estoy para postre”, mi madre le respondía con un ademán amoroso como el que se resigna ante lo inevitable.

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“Y comenzando a hacer cuentas,

le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle,

y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía para pagar la deuda.

Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo:

Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo.

El señor de aquel siervo, movido a misericordia,

le soltó y le perdono la deuda.”

Jesús, el Cristo

(Mateo 18:24-27)

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