Sor Juana, mujer que sabía latín

Historia

Al Dr. Luis M. Villar Alvarado,

exquisito bibliógrafo de pasión sorjuanista

y admirado mentor

Reza misóginamente el dicho popular: “Mujer que sabe latín, ni encuentra marido, ni tiene buen fin”. Sor Juana Inés de la Cruz (1648 o 1651-1695), monja católica mexicana y feminista avant-la-lettre, fue una mujer sabedora del latín. Sor Juana era una mujer que sabía latín, aprendido prodigiosamente en veinte lecciones o menos y utilizado extensivamente en sus estudios de corte renacentista, y, también en sus escritos en prosa y en su poesía, en los que incluye citas y locuciones latinas.

El aprendizaje del latín por parte de Sor Juana, ejercido por voluntad propia, puede ser visto como parte de lo que Walter Ong denomina “the Renaissance cult of courage” (118) [1], y como un tránsito de la mera alfabetización a los saberes letrados de su tiempo (Ong 119). A causa de una pasión por el saber que no transigía con nada, y en especial, con las trabas impuestas por prejuicios de género, Sor Juana aprende latín para poder acceder un saber “iniciado”, que al menos simbólicamente la coloca en competencia con un mundo dominado por nociones de masculinidad. En pleno siglo veintiuno, la figura de Sor Juana reemerge como ícono de resistencia ante el silenciamiento, juntamente con su lucha por acceder a los beneficios de la educación. La lucha de Sor Juana, en el siglo diecisiete, es una y la misma que la lucha de Malala, la adolescente de Pakistán baleada en la cabeza y el cuello por militantes terroristas, a causa de su defensa heroica del derecho de las niñas a educarse. A más de tres siglos de la muerte de Sor Juana, la urgencia de su lucha adquiere más vigencia que nunca como trágicamente lo demuestra el rapto reciente de más de trescientas niñas nigerianas, que se encontraban en una escuela secundaria de la aldea de Chibok. Ante horrores tales, que atentan contra el sano desarrollo, los derechos fundamentales y la dignidad de las mujeres, la figura de Sor Juana representa, hoy por hoy, un paradigma liberador.

Los datos que conocemos de la biografía de Sor Juana nos llegan primordialmente a través de su propia pluma, en la “Respuesta a Sor Filotea”, un documento que bien pudiera considerarse como el primer manifiesto latinoamericano de independencia intelectual de las mujeres. Las circunstancias que desembocan en la redacción de esta maravillosa misiva –harto conocidas, al menos para la crítica sorjuanana y para los amantes de Sor Juana– pueden, muy brevemente, esbozarse como sigue: alrededor de 1689, Sor Juana, monja jerónima de clausura se encontraba, un día, en el locutorio del convento, lugar donde las monjas recibían visitas. A través de la rejilla, que separaba a las monjas de sus visitantes, Sor Juana disertaba en torno alSermón del mandato”, del jesuita portugués António Vieira, predicado en la Capilla Real de Lisboa, en 1650. Un conocido de Sor Juana, que se encontraba, ese día, en el locutorio, quedó muy impresionado con el ejercicio de especulación teológica de la monja. En consecuencia, le solicitó (como ella misma nos cuenta) que redactara su crítica del sermón de Vieira y se la enviara. De este pedido nace la “Crisis de un sermón”, título que le da Sor Juana a su crítica del sermón del jesuita portugués.

El epílogo de esta anécdota en el locutorio encierra, asimismo, la tragedia de los años finales de Sor Juana: el susodicho conocido de la monja recibe la misiva, que hace publicar sin permiso de su autora, bajo el título menos modesto de “Carta atenagórica” o “digna de Atenas”, juntamente con otra carta, la “Carta de Sor Filotea”, con fecha del 25 de noviembre de 1690, a modo de prefacio. En esta carta, Sor Filotea, “monja amante de Dios”, en esencia, regaña a “Sor Filosofía”, monja amante del saber, [2] por su dedicación a las letras profanas y por no aplicarse más al estudio de las Sagradas Escrituras. El regaño, aunque acompañado de un sincero elogio a las habilidades intelectuales de Sor Juana, busca “ponerla en su sitio” a causa de su incursión en un campo del saber considerado, en esa época, como “masculino”, la teología, esto es.

La “Respuesta a Sor Filotea”, escrita en 1691, puede verse, en parte, como un grito de frustración de parte de la religiosa ante la imposibilidad de poder ejercer sus talentos intelectuales con plena libertad. En este sentido, se trata de un documento contra la censura, escrito con “angustia, humor e inteligencia” [3]. Pero, como ha sido demostrado por la crítica, la “Respuesta” no es un documento meramente nacido de la pasión de Sor Juana, es decir de su coraje al verse injustamente acusada de una falta de dedicación, en su estudio y sus escritos, a las enseñanzas de la Biblia. (Al leerse las obras completas de Sor Juana, puede, de hecho, constatarse que el tema religioso abunda en diversas formas: desde la alegoría mítica en ese tour de force que es el auto sacramental, u obra teatral en celebración de la eucaristía, de El divino Narciso pasando por los múltiples juegos de villancicos, en celebración de festividades de la iglesia, hasta escritos más piadosos y menos conocidos, tales como los “Ejercicios devotos” y los “Ofrecimientos para el Santo Rosario”.) La “Respuesta a Sor Filotea” es una apología o autodefensa intelectual, cuidadosamente redactada en torno a los cánones de la retórica clásica, pero que echa mano, asimismo, de las convenciones –también retóricas– de la carta familiar. [4]

Si bien la carta de Sor Juana está estructurada según la división en cinco partes que la oratoria forense prescribe para este género de escritura: salutación, captatio benevolentiae, narración, petición y conclusión, [5] figuran, con todo, en la misma, expresiones de “casera familiaridad” (“os pido perdón de la casera familiaridad”, dice Sor Juana a Sor Filotea hacia el final de la misiva), que denotan la cercanía de dos hermanas en religión que se cartean. Es sabido, no obstante, que tras el velo de Sor Filotea se ocultaba nada menos que el Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, quien estaba a cargo de la diócesis bajo la cual caía el Convento de San Jerónimo, donde había profesado Sor Juana, y quien había sostenido con ésta una relación, cuando menos, de cordialidad amistosa. Sobre qué pudo haber motivado al obispo a esconderse tras el disfraz de Sor Filotea para dirigirse a Sor Juana, se ha debatido mucho. ¿Acaso una traición y un acto de silenciamiento, toda vez que es la polémica en torno a la publicación de la “Carta atenagórica” la que desata la persecución eclesial que sufrió Sor Juana durante los últimos años de su vida? ¿Acaso un cumplido (si bien ambiguo) y una oportunidad para que Sor Juana pudiera expresarse, defenderse, responder? [6] Nunca se sabrá con certeza, pero lo cierto es que, gracias a esta polémica que ensombreció los últimos años de Sor Juana, Latinoamérica cuenta con un documento único en la historia de sus ideas, un manifiesto protofeminista de independencia intelectual para las mujeres.

En la segunda sección de la carta, según la estructura retórica de la misma, la de la narración, Sor Juana da cuenta de la “narración de su inclinación” a las letras. Ésta es posiblemente la parte de la misiva que más resuena en la imaginación popular, en términos de Sor Juana como ícono de excepcionalidad. Sor Juana se auto-modela a partir de una narrativa de niña precozmente enamorada del saber que aprende a leer a los tres años, que deja de comer queso a pesar de que le encantaba, porque oyó decir que hacía “rudos”, o sea, que hacía a las personas menos inteligentes, que acosa –inútilmente– a su madre con la insistencia de que la vista de hombre y la envíe a la universidad (en ese tiempo no se les permitía a las mujeres asistir a la universidad), que aprende a “deprender gramática”, es decir, latín, en veinte lecciones o menos [7] y que se corta el pelo al no haber aprendido la lección de latín del día, “en pena de la rudeza”. Confiesa, sobre este particular, que una cabeza “desnuda de noticias” no merece el adorno del pelo. Hasta aquí la crónica de los orígenes del enamoramiento precoz, apasionado y de por vida de Sor Juana con el saber. Vale notar que, sin dejar de tener una raíz de verdad, en su carácter autobiográfico, estas anécdotas [8] nos ofrecen una versión auto-construida, literaturizada y retórica [9] de la Sor Juana que llegó a ser conocida, ya en vida, con epítetos tales como “la Minerva americana” y “la Fénix de Nepantla”; y todo esto en el contexto de una autodefensa ante cargos, por parte de un prelado disfrazado de monja (dato que a Sor Juana no se le escapa), de “dejadez espiritual” y de “demasiado” apego a las letras profanas.

Y esto importa, y mucho, a la hora de calibrar anécdotas, que resultan muy conmovedoras y que nos ofrecen la autobiografía de Sor Juana como mujer con una furia de saber y una pasión de letras, que le agenciaron la fama (algo misógina) de ser una rareza, una rara avis, como llegó a llamársele. De entre las mencionadas anécdotas de la narración de la inclinación de Sor Juana, quiero enfocarme en la del aprendizaje del latín, porque es reveladora de un importante aspecto de la educación autodidacta de Sor Juana. A tono con lo que dice Walter Ong, puede decirse que para Sor Juana el aprendizaje de latín sirve como una suerte de rito de pasaje intelectual que le permite el ingreso simbólico al mundo de las ideas clásicas de su época. En este sentido, tal aprendizaje envolvía dificultad y la idea de fortaleza y sobrevivencia intelectual. Vemos cuán en serio Sor Juana se toma esta dificultad al decidir cortarse el cabello en castigo de no haberse aprendido la materia propuesta para la próxima lección. Según Ong, no obstante, el aprendizaje de latín era un rito de pasaje no para las niñas, para quienes dicho saber solía restringirse, sino para los niños. Si bien el proceso de alfabetización se realizaba en la intimidad del hogar y se circunscribía a leer y a escribir en la lengua vernácula; tal proceso debe distinguirse del aprendizaje que permitía a los niños el ingreso a la escuela y que requería entrenamiento en la lengua latina (Ong 108).

Sor Juana sabe (dolorosamente) que no podrá adquirir una educación dispensada a través de una institución de enseñanza formal. De ahí que sacia su ansia de saber, primeramente en la biblioteca de su abuelo, y después, en la celda en su convento, en donde llegó a tener hasta cuatro mil libros, según lo que indica su primer biógrafo y amigo por correspondencia, el Padre Calleja, S.J. Pero Sor Juana aún precisa iniciarse formalmente en el proceso de auto-educarse, de aprender, de ir más allá de la lengua vernácula y de los límites impuestos por las convenciones de género de su época y por el espacio privado del hogar, y en su caso, del convento. El convento, empero, figura (al igual que su hábito) como un espacio “intermedio”, indeterminado acaso, entre el espacio privado en donde meramente se aprende a leer y a escribir y el espacio de las ideas asociadas a la esfera pública, bajo el estandarte de las instituciones de educación formal. El hábito le permite, en cierta manera, neutralizar su sexo al escapar del matrimonio como institución a la que tenía “total negación”, como ella misma confiesa en la “Respuesta”. La celda del convento le ofrece, en la medida que se lo permiten sus obligaciones religiosas, el “cuarto propio” que aconseja Virginia Woolf para las mujeres con vocación a las letras. De esta manera, Sor Juana puede introducir, en el espacio privado de su habitación, un saber, el del latín como portal al mundo de las ideas de su época, que solía asociarse a la masculinidad y a la esfera de lo público.

Sor Juana no sólo aprende latín, sino que lo hace de manera prodigiosa –en veinte lecciones o menos– así dando el primer paso para “infiltrarse”, así sea simbólicamente en el espacio cerrado, para las mujeres, de la universidad. Sor Juana aspira a ser letrada y está dispuesta a asumir todo el dolor y la pena que ello conlleva. Por eso se corta el cabello “en pena de la rudeza”, cuando no ha aprendido la lección. Debe notarse que el aprendizaje del latín en niños era un rito de pasaje asociado con el castigo y con la vara con que se hacía entrar la letra (Ong 111), aun con sangre, como reza el dicho popular. Sor Juana aspira a un saber de corte renacentista, que se encuentra imbuido de esta noción de dificultad y castigo en conexión con el aprendizaje del latín. Los maestros de latín durante el Renacimiento usaban la vara o el flagelo para castigar a sus pupilos “en pena de la rudeza”; Sor Juana se valía quién sabe si de unas tijeras de escritorio para tonsurarse los cabellos, también “en pena de la rudeza”.

Sor Juana enfrenta valientemente las dificultades, que la iniciación en el proceso del saber encierra. Comenta –también en la “Respuesta” – acerca del hecho de que tiene “sólo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un tintero insensible” [10]. Si se pasa revista de los títulos en la biblioteca de Sor Juana [11], se constata rápidamente la fuerte presencia de libros en lengua latina. Sor Juana atraviesa el umbral del latín, lo que marca la consumación de su “rito de pasaje” o de su “iniciación” en el saber. El dulce fruto de la pena que exige el conocimiento es el conocimiento mismo y una nueva valentía, coraje o determinación de continuar aprendiendo y de poder acceder los saberes considerados fundamentales para una educación renacentista. A los griegos, Sor Juana llega en traducción latina. También se desenvuelve en la lengua nahua, al menos lo suficiente como para escribir tocotines o poemas cantados en dicha lengua; y en sus villancicos incluye giros del portugués, el vizcaíno y el congolés [12]

Sor Juana aprendió latín y supo usarlo para iniciarse intelectualmente en la aventura del saber, que fue la pasión rectora de su vida. Esto se ilustra bellamente en su obra maestra Primero sueño, una silva de novecientos setenta y cinco versos. En este poema, desembarazada de las cadenas corporales, el alma emprende el vuelo intelectual hasta la punta de su “mental pirámide”. Desde allá arriba pretende aprehender de un sólo vistazo intuitivo la vastedad del universo, pero la domina el vértigo. Recobrada del espanto, determina un segundo intento de conocerlo todo, esta vez por medio de las categorías aristotélicas, pero termina naufragada en la “mental orilla”, mordiendo, uno a uno, los granos de arena, imagen del fracaso del entendimiento, en su afán de saberlo todo. En esta contienda, sorprenden al cuerpo dormido la mañana y, con ella, el hambre y despierta, revelándose en el último verso la identidad de género de la soñante: “quedando a luz más cierta/ el Mundo iluminado, y yo despierta”. Si la “Respuesta a Sor Filotea” es considerada la autobiografía intelectual en prosa de la monja mexicana, el Primero sueño es considerado como su contraparte en verso.

Vemos, pues, cómo con su aprendizaje del latín y su estudio de y escritura basada en conocimientos obtenidos de fuentes clásicas, gracias al dominio de la lengua latina, Sor Juana se apropia saberes que no eran considerados como “aptos” para las mujeres. Precisamente a causa de tal delimitación sexista de saberes, no le fue perdonado el atreverse a incursionar (en realidad, su única incursión) al campo de la especulación teológica y menos, para criticar los razonamientos de un afamado jesuita acerca de cuál fue la mayor fineza o dádiva de Cristo para la humanidad. Aunque había pasado con honores, en su adolescencia, la prueba de los cuarenta sabios en la corte virreinal, congregados allí por el virrey para examinar la “rareza” de Juana de Asbaje (en esa época aún no había profesado), eran muchas las penas y sinsabores que le aguardaban no sólo por su furor de saber y de escribir, sino por hacerlo de modo que contradecía prejuicios acerca de las habilidades intelectuales asociadas con su sexo femenino. De acuerdo con el dicho popular, “mujer que sabe latín, ni encuentra marido, ni tiene buen fin”, sentencia que se vuelve una condenación de un afán “desmedido” de saber (o que se sale de la medida prescrita por el patriarcado) en las mujeres.

Sor Juana (al igual que Santa Teresa de Jesús, una de sus maestras confesas) no tuvo interés alguno en encontrar marido o en la suerte que le hubiera deparado el matrimonio, de modo que en esto su saber del latín no obstó nada. ¿Tuvo un mal fin Sor Juana? Pudiera decirse que sí, a causa de la persecución eclesiástica que sufrió al final de sus días y que la llevó a tener que deshacerse de su biblioteca. Murió el 17 de abril de 1695, contagiada por la peste que había azotado a la Nueva España, en 1694. Pero, a lo largo de la historia, Sor Juana resurge victoriosa de sus cenizas como la Fénix luminosa que supo ser en vida y como un símbolo de resistencia contra la ignorancia que busca silenciar.

La autora es escritora y profesora de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee, Wisconsin, U.S.A.

Crédito foto: Wikimedia Commons, bajo licencia de dominio público

Notas

[1] “Latin Language Study as a Renaissance Puberty Rite” (Studies in Philology. Vol. 56. No. 2 (Apr. 1959), pp. 103-124).

[2] Debemos esta distinción entre “Sor Filotea” y “Sor Filosofía” a la crítica argentina Josefina Ludmer, en su artículo clásico “Las tretas del débil” (La sartén por el mango: encuentro de escritoras latinoamericanas. Segunda edición. Patricia González & Eliana Ortega, eds. Río Piedras, Puerto Rico: Ediciones Huracán, 1985. pp. 47-54.).

[3] Como ha señalado Constance M. Montross en su artículo “Virtue or Vice? The Respuesta a Sor Filotea and Thomistic Thought” (Latin American Literary Review 9: 17 (Fall-Winter 1980), pp. 17-27).

[4] Como bien lo ha dejado demostrado Rosa Perelmuter Pérez en su importante artículo “La estructura retórica de la Respuesta a Sor Filotea” (Hispanic Review 51:2 (1983): 147-58.).

[5] En el artículo mencionado en la nota # 4, Rosa Perelmuter Pérez aplica este paradigma de la oratoria forense, para las cartas, a la “Respuesta a Sor Filotea”.

[6] Se ha dicho que de haberle escrito en su capacidad de obispo, Sor Juana no habría podido responder a la misiva sin violentar el decoro eclesiástico.

[7] Impartidas por el bachiller Martín de Olivas.

[8] Sor Juana Inés de la Cruz. Obras completas. Vol. 4. Tercera reimpresión. Alfonso Méndez Plancarte & Salceda, Alberto, eds.  México: Instituto Mexiquense de Cultura, 1994. pp. 445-446.

[9] En Literary Self-Fashioning in Sor Juana Inés de la Cruz (New Jersey: Associated University Press, 2004), Frederick Luciani plantea la siguiente tesis: “…my intent is not only to recognize the obvious fact that Sor Juana created a “self” through the medium of literature, but also that she continually –even obsessively– thematicized the literary act in reference to herself…” (énfasis en el original, p. 16).

[10] Ver nota #8, pp. 450-451.

[11] Para una consulta de los títulos en la biblioteca de Sor Juana ver: Ermilo Gómez Abreu, Sor Juana Inés de la Cruz: bibliografía y biblioteca (Número 29. México: Monografías bibliográficas mexicanas/ Ministerio de Relaciones Exteriores, 1934) y Alfonso Méndez Plancarte, Crítica de críticas (México: Hojas del Mate, 1982).

[12] Luz Ángela Martínez. “La imagen de la mujer en los Villancicos de Sor Juana Inés de la Cruz” (Revista Signos 37: 55 (Valparaíso 2004) http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-09342004005500008&script=sci_arttext.