El proyecto económico del Pueblo

Economia Solidaria

El Presidente Obama ha vuelto a sus tiempos populistas. Ayer en un discurso en Los Ángeles, ante un grupo de estudiantes de clase media, Obama denuncia la existencia de corporaciones desertoras. La metáfora de las corporaciones desertoras recupera una denuncia realizada por John Kerry, cuando fue candidato a la presidencia en el 2004, donde habló de las corporaciones Benedict Arnold, en referencia al personaje de la revolución americana que traicionó a Washington. La denuncia de Obama viene en momentos en que la atención de Estados Unidos se ha colocado sobre la realidad de los miles de niños centroamericanos que han llegado a su frontera pidiendo su oportunidad.

El discurso de Obama hizo referencia a personas que, como diríamos en Puerto Rico, “se matan trabajando”, y que luego no ven los resultados. Ese sentimiento de injusticia, pero que no se logra articular de esa manera, que siente la clase trabajadora cuando se convierte en el blanco de ataques por parte de la prensa corporativa. Esa prensa que representa los intereses de las mismas corporaciones que fueron denunciadas por Obama en su discurso. Aquellas que pretenden controlar la opinión pública, colocándola contra la clase trabajadora, pero evitando pagar su parte. La existencia de ese tipo de corporaciones, que realizan transacciones conocidas como “inversion trasactions”, es decir transacciones donde se invierte el estatus de la corporación por medio de la compra de una corporación extranjera, es una práctica legal, según Obama, pero añadió, inmoral.

La pregunta que hay que plantear es la razón para que existan instrumentos legales disponibles para que dichas corporaciones puedan desertar. La semana pasada en este periódico hablé del caso de Microsoft y de cómo había utilizado a Puerto Rico y a Singapur para realizar este tipo de transacción. Obviamente la existencia de un marco jurídico que permite a la corporación desertar se debe a que la lucha por la hegemonía en la estructura social ha sido ganada por esas mismas corporaciones. Ellas controlan la opinión pública, por eso los comentaristas radiales pueden hablar y hablar contra los trabajadores y la clase trabajadora asume que es verdad lo que se dice. Esas mismas corporaciones controlan el proceso político, no hablo de contribuciones políticas ni de actos de corrupción, que los habrá, sino de simplemente la capacidad que han tenido de controlar la forma en que se maneja el discurso público.

En el caso de Puerto Rico vamos por la misma dirección. La solución al problema económico es permitir que dichas corporaciones vengan, se establezcan, inviertan en la isla y luego salgan corriendo cuando les toque pagar su parte. La inversión extranjera funciona de esa manera siempre. El problema es que no queremos ver más allá del discurso único. Desde finales de la década de los ochenta se ha ido configurando un discurso sobre lo que es el proyecto económico del pueblo. Un ejemplo de ello es el cambio que dio Rafael Hernández Colón, entre el 1979 y el 1992 en el discurso público. A finales de su tercer mandato Hernández Colón se embarca en el proyecto neoliberal, privatización. Proyecto que fácilmente continuó Pedro Rosselló sin ningún empacho. Para las elecciones de 1990 Juan Bosch, el querendón de la izquierda caribeña, propuso en el programa electoral de Partido de la Liberación Dominicana, la privatización de las empresas públicas. Según Bosch el estado no debería interferir con la libertad de comercio. Ese pensamiento único, no importa sea de derecha o de izquierda, no importa si es del PNP o del PPD, es el mismo siempre.

La clase trabajadora se convierte en una amenaza cuando se convierte en una fuerza política. En el caso de Puerto Rico pasa de vez en cuando. Hoy es una amenaza, no tanto por que se haya logrado organizar, sino por que su situación pone en duda el pensamiento único. El consenso sobre el neoliberalismo tambalea al ver a la clase trabajadora siendo extinguida. Las corporaciones desertoras, como dijo Obama, no pagan su parte. Los trabajadores pagan más de lo que deberían en justicia. El sentimiento de injusticia se multiplica, pero no se logra articular, se les sigue viendo como unos egoístas que no quieren ceder nada. El resto de la población, por pura envidia, demoniza a la clase obrera, lo que quieres son las cuotas, dicen, sobre los líderes obreros. El cinismo se convierte en el pan nuestro de cada día, “todos son igual de corruptos”. Ese cinismo saca del proceso político a mucha gente, y deja el campo abierto para las corporaciones desertoras. Y la gente busca alternativas, ¿cuál es el proyecto económico del pueblo? Lo que no se quiere admitir es la raíz del problema. El sistema económico, tal y como está organizado, ya no funciona. No hay alternativa, dicen los que controlan el discurso público, esto es lo único que hay. ¿Es cierto?

Crédito foto: Chuck Kennedy, Wikimedia Commons, bajo licencia de dominio público