Estatus: la fábula y el laberinto

Caribe Hoy

Los soberanistas vuelven a levantar cabeza en el seno del PPD. Para un historiador, resulta paradójico hacer esa afirmación. La dialogía y las tensiones entre los soberanistas y los colonialistas en esa organización es, desde mi punto de vista, una marca genética de la misma.

El PPD de 1938 era una organización soberanista e independentista cuyo liderato había sido fichado como radical y peligroso por el Buró Federal de Investigaciones (FBI).  Por lo menos eso se deriva de la lectura del expediente 100-5745, abierto en 1940, a fin de controlar las actividades  de Luis Muñoz Marín. Guy Hottel, agente especial a cargo de la indagación, describía a aquel líder como “the ranking official of the Communist Party in the West Indies and the Caribbean Sea area”.

El dirigente  comunista se disponía por aquel entonces a reunirse con Eleanor Roosevelt, esposa del primer ejecutivo de aquel país. La nota fue firmada en noviembre de aquel año cuando Muñoz Marín se preparaba para ocupar la presidencia del Senado insular luego de unas apretadas elecciones generales en las cuales la Coalición Puertorriqueña había visto traicionadas sus expectativas.

No hay que insistir en el hecho de que Muñoz Marín no era comunista, como tampoco lo eran Franklyn o Eleanor Roosevelt. Acaso figuró como una de las fichas del Nuevo Trato en su tiempo y vivió animado por un sincero compromiso con la gente en el contexto de una rala ideología populista. Pero para el agente Hottel,  un obtuso anticomunista formado en el preámbulo de la Guerra Fría, así  como para el liderato republicano continental e insular, el asomo de la más mínima preocupación por la “justicia social” y la condición de los pobres, equivalía a una conjura comunista porque constituía una amenaza a los privilegios del capital.

La paradoja que contiene la afirmación de que los “soberanistas vuelven a levantar cabeza en el seno del PPD”, es comprensible sólo a la luz de la historia de esa organización política. El problema es que muchos, populares o no,  no la conocen. Y aquellos que la conocieron parecen más dispuestos a olvidarla que a reverenciarla. El radicalismo que animó el discurso del PPD en 1938 ya se había ido aguando hacia 1943. Cuando el PPD, bajo la presión de los nuevos soberanistas bajo su organización, el Congreso Pro-Independencia, prometió resolver el estatus al término de la Segunda Guerra Mundial, ya no estaba pensando en la independencia.

Ser popular e independentista, como se sabe, acabó por considerarse una contradicción insalvable desde 1946. Los campos entre una cosa y la otra quedaron deslindados  de una vez y por todas. Desde aquel momento al presente parece que nada ha cambiado. Las recientes expresiones públicas de ideólogos moderados de ese partido, como lo son licenciados Rafael Hernández Colón y Rafael Hernández Mayoral; y el corillo que le hacen otros portavoces de la vieja guardia e incluso de la nueva,  confirman esa tendencia. Para un sector poderoso dentro de esa organización ser popular e independentista son condiciones mutuamente excluyentes. No tengo ningún problema con ese aserto: los populares y los independentistas son cosas distintas.

El problema de todo esto es el siguiente. Los soberanistas de 1943 eran independentistas porque habían colaborado en la fundación de un PPD independentista que sólo había decidido posponer esa solución y aguardarla a una mitológica “vuelta de esquina”. Pero los soberanistas del siglo 21 no. En este caso se trata de una generación de populares, salvo contadas excepciones, que han medrado dentro de ese partido cuando ya no era  soberanista con la aspiración de que el mismo pida para el país “más autonomía”, a la vez que mantiene una estrecha relación con Estados Unidos. Ser soberanista en 2014 no equivale a ser independentista, como insisten machaconamente los populares moderados y los ideólogos del estadoísmo. Se trata de un argumento demagógico pero precisamente por ello, seductor.

Los soberanistas de 2014 no son independentistas. La clave de su propuesta sigue siendo la permanencia de una relación amistosa con Estados Unidos en la medida en que reconoce la necesidad de la dependencia en su sentido más lato. Los soberanistas, a lo sumo aspiran a una suerte de “independencia con protectorado” como la que en 1913 proponía el también abogado del Partido Unión de Puerto Rico, José de Diego Martínez. Lo cierto es que la crisis económica que afectaba al país en 1913,  y la aguda crisis que lacera al  ELA desde 2004 a esta parte, no permitían y no permiten  espacio para mucho en materia de voluntad soberana. El pragmatismo de de Diego  en 1913 y el de los soberanistas en 2014, no deja de ser una admirable e inteligente coincidencia.

La paradoja más impresionante es otra. Los soberanistas vuelven a levantar cabeza en el seno del PPD, pero ya no necesitan que el FBI los acuse de comunistas o que los estadoístas y republicanos los estigmaticen como independentistas. El propio liderato moderado del PPD hace ese trabajo con una eficacia sorprendente. La reacción del Gobernador Alejandro García Padilla a una publicación reciente del exgobernador Aníbal Acevedo Vilá es una muestra de ello. La acusación de que el gesto de Acevedo Vilá representa un acto “silvestre” merece un comentario cuidadoso. “Silvestre” vale por  tosco, rústico, grosero, inculto o salvaje. Lo “silvestre” equivale a la anarquía y al desorden, a aquello que no se puede controlar.

La contradicción sobre la cual llama la atención García Padilla es aquella que se presume consustancial a la civilización y la barbarie o, al menos,  así lo imagina con sus pocas luces  el gobernador mientras arrima la brasa a su sardina. Las implicaciones de ese desgraciado juicio son muchas. La primera es que presume que una discusión civilizada del asunto se debería ofrecer en el seno del PPD bajo condiciones controladas. Una discusión bárbara, la que fluye fuera de ese recinto, podría resultar incomprensible al menos para el gobernador, amenazante o hasta peligrosa. La intención de imponer el poder de la censura me parece patente.

Otro problema de la metáfora de García Padilla es que, por más que insista en ello, Acevedo Vilá no es parte de la barbarie que anida más allá de las fronteras del PPD,  sino uno de esos seres civilizados que fue gobernador y deambula por los espacios de poder que hoy ocupa el primer ejecutivo. El dilema que presenta la opinión de Aníbal no es su condición “silvestre”, sino el tono  soberanista que ha adoptado este ideólogo que una vez fue modelo de moderación, al hacer pública  su postura. Los soberanistas miran hacia Aníbal con esperanza desde hace tiempo: lo figuran como el adelantado de una causa que no cuaja como es debido. Al poner bajo fuego sus propuestas, el gobernador está diciendo que el “debate” legítimo tiene quedarse dentro de unos límites, y que fuera de esos límites no se podría esperar un “debate” confiable.

No creo que debamos recordarle al gobernador que estatus no es un asunto sólo del PPD sino de todos los puertorriqueños. Privatizar el debate o convertirlo en un asunto propio de iniciados o en un asunto hierático, en nada abona a la democratización de la discusión pública en el país. Los soberanistas tienen la palabra.