La espiritualidad de Don Pedro Albizu Campos como fundamento de su política de liberación nacional

Caribe Hoy


Soy un árbol

te siento… florecer

en mis ramas

tu divinidad

en mi savia

y mis hojas.

Angelus Silesius,

Inquietud de la huella, Siglo XVII.

Para entender su espiritualidad, vamos a transitar desde la expresión externa del compromiso católico de Albizu, desde la periferia, hasta el interior, hasta el fundamento, hasta el núcleo de fuego espiritual que quemaba este hombre, que convocó las fuerzas de la acción nacional para fraguar las gestas, de las cuales se alimenta nuestra esperanza hoy. ¿Qué papel jugó la espiritualidad en el pensamiento y la práctica política de Don Pedro Albizu Campos? ¡Un papel fundamental!

Los teólogos, los psicólogos y los filósofos que estudian y escriben hoy día sobre la espiritualidad, se refieren a los fundamentos más profundos de la personalidad, nuestros valores, nuestras importancias y cómo éstos guían nuestra manera de sentir, percibir y actuar en la vida diaria. Así que cuando hablamos de la espiritualidad de don Pedro Albizu Campos, estamos hablando de los valores fundamentales que animaban el espíritu de este hombre extraordinario, en la lucha por la libertad de la patria frente al imperialismo de su época. No estamos hablando aquí de la espiritualidad etérea de los fanáticos ciegos. La lógica de esta espiritualidad arranca de la conciencia sobre el imperialismo de Estados Unidos, que desde la invasión del ’98 venía destruyendo las condiciones materiales para la realización de un pueblo con un espíritu heroico, generoso, noble y sabio. Por lo tanto, era necesario que pueblo se trasformara en la lucha por su libertad para recuperar su tierra, lucha ésta que haría posible la nación nueva y el hombre nuevo –de lo cual él fue el primer ejemplo. (Así lo adjetivó Doña Isabel Gutiérrez del Arroyo en su libro Pedro Albizu Campos o la agonía moral, como eco de la frase inmortal del Che, cuando habla del revolucionario como el “hombre nuevo” dominado por el amor a la humanidad.)

Albizu, quien desde estudiante en la Escuela Superior de Ponce (como señala el historiador Carmelo Rosario Natal) dio testimonio, del cultivo esmerado de los valores del amor, la justicia, la lealtad, la valentía, la honestidad, la rectitud, el respeto a la vida y la sensibilidad a la belleza, llegará a ser un hombre de una inmensa sensibilidad y compromiso con los valores. Me llama la atención cuando hablando en Lares sobre las fuerzas que debilitan al puertorriqueño en la colonia, concluye:

Hay que evocar pues, las fuerzas contrarias, las fuerzas de la sabiduría y de la belleza inmanente en la naturaleza humana. (1)

Esta frase representa el fino y noble espíritu del hombre para quien el destino tenía deparado la tarea más difícil del siglo: La defensa de la nacionalidad, para que esa responsabilidad quedará como heredad para las próximas generaciones.

En su lucha por la restauración del espíritu noble del puertorriqueño, Albizu entendió que era imprescindible crear la conciencia de la nacionalidad. Se propuso revelar la existencia de Puerto Rico como nación ante la conciencia de los puertorriqueños y la comunidad internacional. Puerto Rico no es un mero país, Puerto Rico es una nación. Nació hace siglos. Para este abogado, filósofo y político era imprescindible establecer la existencia de Puerto Rico como nación, porque si no, no podría reclamar nada. El estatuto de “persona jurídica” desde el cual el país reclama la nulidad del Tratado de París, en que España cede Puerto Rico a Estados Unidos como botín de guerra sin el consentimiento de los puertorriqueños, le viene a Puerto Rico de su condición de nación reconocida por la historia. ¿Quién va a reclamar ante las naciones? La nación de Puerto Rico.

Así que Albizu se dedicará a crear conciencia de que la nación existía mucho antes de la invasión del 98. Convocará la historia del país, las efemérides de los próceres, la cultura, las tradiciones y la pertenencia del puertorriqueño a la cultura greco-latina, que por vía de España, nos incorporará al acontecimiento del surgimiento de América que va a otorgar unidad y razón matemática al orden del planeta, para establecer el hecho de que Puerto Rico es una nación. (2)

Uno de esos elementos, fue la dimensión religiosa de la nacionalidad. Ejemplo de esto eran la celebración del Te Deum en la iglesia de Lares y en la catedral de San Juan, para actos como la recordación de De Diego y el Grito de Lares con una “llamativa combinación de aires castrenses y sentimiento católico”.(3) Pero no confundamos la expresión externa ritualista de esa religiosidad con la dimensión profunda de donde esa apariencia emerge.

Será Arcadio Díaz Quiñones, profesor de Estudios Hispánicos en la Universidad de Princeton, historiador de la cultura puertorriqueña, quien advierta esa profundidad cuando escriba:

Albizu Campos, el elegido, le dio a su vida y a su política la forma de la Pasión y Muerte. Ha sido quizás el único santo producido por la cultura política puertorriqueña del siglo XX, con su martirio, canonización, liturgia, textos sagrados, fanáticos y herejes. Sin embargo, no se ha reflexionado lo suficiente sobre el carácter religioso de su política.

Esta es la reflexión que intentaré hacer aquí esta noche, a pesar de las muchas tentaciones. Lo haré siguiendo fundamentalmente las líneas que trazo en el capítulo “La resistencia católica al proceso de americanización desde el Partido Nacionalista, bajo la dirección de Don Pedro Albizu Campos”, en mi libro La Iglesia Católica de Puerto Rico en el proceso político de americanización: 1898-1930.

La idea inicial de la espiritualidad de la lucha política en Albizu, tomó la forma de identidad entre nación y catolicismo durante sus estudios en Harvard, cuando experimentó el impacto de las luchas de Irlanda contra el poder colonial inglés. Contrario a la historia de la Iglesia en Puerto Rico, en Irlanda, la Iglesia fue el centro ideológico de la fuerte identidad nacional para luchar por su independencia frente al poder colonial: la Inglaterra protestante. La revuelta de la Pascua de 1916, bajo la dirección del movimiento revolucionario Sinn Fein, había llevado finalmente al reconocimiento inglés de la independencia de Irlanda del Sur. La actividad de los miles de irlandeses del área de Boston impactó al joven ponceño con esa visión nacionalista del catolicismo revolucionario irlandés. Esa experiencia le tocó muy personalmente, porque fue a Albizu a quien el dirigente revolucionario irlandés, Éamon De Valera, de visita en Estados Unidos, nombró para presidir allí la campaña a favor de Irlanda. Albizu organizó varios consejos estudiantiles con ese propósito.

Tras su regreso a Puerto Rico en 1921, Albizu se vinculó a la idea del catolicismo como fuente de identidad de la nación, tal como era sostenida por los hermanos historiadores: Juan Augusto, Salvador Perea y el abogado independentista José Paniagua Serracante, terciario dominico, herederos ideológicos de los hombres de la Asociación de Católicos del siglo XIX y principios del XX.

La primera participación de Albizu en asuntos oficiales de la Iglesia será en calidad de “invitado especial del Ilmo. Sr. obispo de Ponce” para tomar parte en el “mitin católico” por gestión de los intelectuales católicos. (El mitin se celebró en la víspera de la festividad de la Virgen de la Monserrate, la virgen mulata, en Hormigueros, como publicó Salvador Perea en la reseña periodística, “Nuestra independencia eclesiástica”.

La realidad del carácter extranjero de la mayoría del clero de la Iglesia en Puerto Rico, contrario a la situación de Irlanda, constituía un débil flanco en la teoría y el empeño de Albizu por levantar las fuerzas políticas de la nación bajo la misma pasión ideológico-religiosa. Por esto Albizu termina su discurso reclamando y sentenciando, que los católicos puertorriqueños tienen dos deberes:

“(1) afianzar y salvar nuestra independencia eclesiástica... mediante la preparación de nuestro clero nativo y (2) trabajar sin desmayo para que cuanto antes se logre también la libertad de la patria”.

Todavía en 1925 los sacerdotes puertorriqueños eran solamente 12, entre más de ciento cincuenta clérigos extranjeros. Esta situación no era nueva. Para 1898, en tiempos de España, de 125 clérigos en la Isla, sólo 45 eran puertorriqueños.

El discurso de Albizu no le gustó al obispo que andaba en la onda contraria. El historiador dominico, el Dr. Fray Mario A. Rodríguez León, escribiendo sobre la Iglesia del tiempo de Albizu, dice:

La política colonial norteamericana no respetó la independencia eclesiástica de Puerto Rico y a través de sus representantes impusieron una jerarquía norteamericana con el firme propósito de americanizar a Puerto Rico.

Va quedando claro para Albizu que la teología política de los obispos de su Iglesia no era opción para la lucha por la independencia en ese momento, pero también va descubriendo que la teología política de las conservadoras posiciones de sus compañeros los hermanos Perea y de José Paniagua Serracante, no era una opción adecuada para su lucha política debido al carácter conservador y acérrimamente apologética de ésta. Los Pereas achacaban a la ideología liberal los males de la iglesia del siglo XIX y XX en Puerto Rico y Cuba, precisamente la ideología de los próceres y revolucionarios del siglo anterior. Sobre esa catolicidad practicada todavía en el siglo XX, dice el historiador dominico Mario Rodríguez León que la Iglesia Católica que le tocó vivir a Albizu Campos en Puerto Rico fue una Iglesia “integrista y conservadora” que durante la crisis del modernismo en Europa, “condenó la reforma eclesiástica y la teológica de apertura al progreso moderno”. Por esto, dice el historiador dominico, gran parte de los intelectuales abandonaron esa iglesia “ultramontana que se cerraba al mundo moderno”.

Así que Don Pedro tomará su propio camino en la construcción de su propia teología política. Como resultado de sus estudios, su concepción política del mundo se había abierto como un abanico creador en asuntos económicos, jurídicos y religiosos; para dar la lucha anti-imperialista sin precedentes en el Caribe del siglo XX. En esta noche, desde luego, nos ceñiremos exclusivamente a uno de estos aspectos, a lo religioso, aquello que dará pie a su espiritualidad.

Albizu se había formado en una de las mejores escuelas de derecho donde la concepción liberal del mundo era central. Apreciaba la ortodoxia católica-hispánica, que idealizaba la civilización hispano-católica que había aprendido en las lecturas del filósofo español Jaime Balmes, pero no podía renegar de las reivindicaciones que desde la Ilustración y el Liberalismo habían dado forma al derecho de su tiempo y sus instituciones.

Es en este contexto que es de valor tomar conocimiento de los importantes pensadores católicos que le fueron de mucha influencia: el teólogo y especialista en teología moral de la Universidad Católica de América, el padre John Ryan, dirigente del ala radical del reformismo social de la Iglesia en Estados Unidos en la segunda década del siglo y el científico jesuita catalán, Luis Rodes, a quien también conoció en Harvard.

El padre John Ryan había sido autor del libro, A Living Wage: Its Ethical and Economic Aspects (Un salario digno: sus aspectos éticos y económicos) y además, había sido el redactor del “Bishop’s Program for Social Reconstruction”. Este fue un Importante documento emitido por la Conferencia Episcopal de Estados Unidos al terminar la Primera Guerra Mundial, cuando el National Catholic War Council se transformó en el National Catholic Welfare Conference. El programa, publicado en 1919, estando Albizu en Harvard, cuando ambos hicieron amistad, proponía para la reconstrucción social de la sociedad norteamericana de la posguerra, las medidas más atrevidas del socialismo cristiano de la época.Entre esas propuestas, se establecía la eliminación de las condiciones que hacían posible que el empresario se quedara con el excedente del capital sin compartirlo con los obreros; la participación de los obreros en la gerencia de la industria y la creación de posibilidades para que todos los obreros llegaran a ser propietarios en alguna medida.

De aquí que a Albizu no le fueran extrañas, ni contra el dogma católico, las propuestas económicas radicales de la economía moderna. Pedro Albizu refundirá esas propuestas económicas de justicia social al enmarcarlas en el discurso antillano frente al latifundio y el monopolio azucarero de la década del 20, con las cuales confrontará en Puerto Rico al vergonzoso entreguismo del partido pro americano de La Alianza y al dominio imperialista de Estados Unidos. La devolución de la tierra será un asunto central.

En consecuencia, dirigió sus cañones contra la expansión colonial del imperialismo económico, porque entendió que en esa etapa de la historia, el problema económico definido por el imperialismo, no se podía enfrentar sino desde la lucha política por la libertad. Por esto, su propuesta económica se transformará en un fuerte reclamo del derecho de las naciones a su autodeterminación, asunto este muy moderno, porque el siglo anterior, había sido, precisamente, el siglo de la expansión imperialista por todo el globo y habrá que esperar hasta después de la Segunda Guerra Mundial para ver los movimientos nacionales de liberación nacional, que hicieron posible la gran ola de descolonización en el mundo. Albizu se adelantó en la comprensión del asunto.

En este sentido, como señala el amigo Carlos Rojas, Albizu fue más lejos que Martí y que Hostos al entender que el imperialismo no es una traición de la nación democrática a sus principios, sino que es una ley económica de la historia. Las naciones poderosas ocupan las pequeñas para explotarlas. Dice:

“Es ley histórica que se repite. Las naciones intervenidas como las nuestras, sumarán su riqueza a la del poder que las dominó para beneficio exclusivo de éste”.

Albizu entendió la sobreexplotación de los trabajadores como un producto del latifundio absentista y de la avaricia desmedida del capital corporativo, por eso la reivindicación de los trabajadores tendrá prioridad en el Programa Económico del partido que sale de la reunión del Ateneo en 1930 cuando dice:

Organizar los obreros para que recaben de los intereses extranjeros o invasores, la participación en las ganancias a que tienen derecho, asumiendo su dirección inmediata, poniendo hombres de talla, responsabilidad y patriotismo para dirigirlos.

Sin embargo, él subsumió el problema de la explotación del trabajador en el problema del latifundio y la monopolización extranjera de la industria del azúcar. En ese momento, Albizu proclamaba la unidad de todas las clases en defensa de la nación. La huelga del 34 fue el ensayo de su teoría. Pero El Maestro no tuvo tiempo para otro ensayo histórico en el mundo de la lucha obrera porque en el 1935 el “terrorismo de estado” se desatará a partir de la Masacre de Río Piedras, la Masacre de Ponce, el encarcelamiento de Albizu por diez años y la persecución de los miembros del Partido que llevó a la historia que ustedes conocen.

La otra influencia sobre Albizu, fue la del científico jesuita catalán, Luis Rodes, otro católico de avanzada, quien estudió en Holanda y se adelantó a muchos religiosos de su tiempo, no sólo en la cuestión de la problemática de la ciencia y la religión, sino también por su adhesión al liberalismo, en tiempos en que la Iglesia de España todavía estaba en guerra con los principios liberales. El científico fue un antídoto a las posiciones reaccionarias de Jaime Balmes, quien todavía se oponía a muchas de las ideas de la Ilustración y el liberalismo, en su empeño por proteger los privilegios históricos de la aristocracia española. Albizu adoptó la argumentación de Balmes sobre la grandeza histórica de España, pero rechazó su social-catolicismo reaccionario al incorporar a su catolicismo los principios del liberalismo democrático que defendía Rodes.

Hay que hacer bien claro, entonces, que el genio de Albizu integró todas esas influencias políticas, económicas y teológicas a su propia manera, para construir la teología política que habría de guiar su espiritualidad, con el fin de luchar políticamente por la recuperación de las bases materiales de la nación. De aquí la importancia de localizar el núcleo de donde emerge su manera de articular su propia espiritualidad en una totalidad de pensamiento, compromiso y práctica política.

Nos ayuda a encontrar ese núcleo, el filósofo colombiano-puertorriqueño, Carlos Rojas Osorio, profesor de la Universidad de Puerto Rico en Humacao, cuando apunta al anclaje fundamental del pensamiento teológico de Albizu, al escribir lo siguiente en una de sus obras:

Para Albizu, la nación es un bien supremo, más alto del cual sólo está Dios que la crea y la protege. La nación es obra divina y los hombres no pueden destruir lo que es obra divina. La nación no sólo es criatura divina, su Creador la protege de día a día.

Por esto Albizu podrá decir en Lares en 1931: “Amamos la patria como a una diosa. La última partícula de nuestro suelo es cosa sagrada y no permitiremos que manos extrañas la profanen”.

El Partido será entonces, el siervo y defensor de la nación de origen divino. Esto explica el rostro católico del Partido Nacionalista y el carácter cuasi-religioso de la práctica política de Albizu y muchos nacionalistas. Por ello Albizu usa el lenguaje religioso para hablar de la misión política. Como habrá de decir muchas veces: “Es inaplazable la redención si queremos salvarnos de perecer como pueblo y ser dignos del sacrificio de aquellos mártires”.

Albizu sacraliza la patria, pero no sacraliza su Iglesia como institución religiosa, sino que la sujeta a juicio desde esa nación de origen divino como criterio para pasar veredictos sobre ella. Desde el estatus divino de la nación, Albizu, siervo de ésta, puede pasar juicio sobre el clero, no sólo sobre el protestante, sino también sobre el católico. Por eso pudo escribir: “El clero norteamericano, católico y protestante es sólo un instrumento de su país. Tenemos que combatirlo en todo terreno”. (19) Fustigó duro a su propia Iglesia por el contubernio con el régimen. Esto fue así, a pesar de que su blanco principal fue el protestantismo, por razón de la lógica de su teología y su política. Sin embargo nunca se cegó. Supo reconocer las excepciones de aquellos protestantes ilustres identificados con la lucha por la independencia, entre los cuales sobresalen el filósofo y teólogo, Domingo Marrero Navarro, profesor del Seminario Evangélico y el pastor metodista, Reverendo Juan Hernández Vallé, quien fuera abogado defensor de los nacionalistas luego de la Insurrección del 50. Estos habrán de ser los predecesores de la generación de seminaristas y estudiantes protestantes que se incorporaron a la lucha por la independencia y el socialismo en forma notable de la década del 60.

En el discurso del Día de la Raza de 1949, habiendo regresado a Puerto Rico, Albizu le habló a los protestantes luego de referirse a los católicos, de la siguiente manera:

Quiero decirles a los protestantes de Puerto Rico, que si el protestantismo significa algo en la historia, es la protesta contra la tiranía y que todo el que a título de protestante quiere mantener la esclavitud yanqui aquí, no sabe lo que es el protestantismo.

Pero hay una dimensión más profunda todavía en la espiritualidad y la práctica política de Albizu, como consecuencia de ese fundamento divino que adscribe a la nación. Lo advertimos en la profunda dimensión humanista que alcanza su discurso respecto a la entrega sacrificada a la nación, cuando hace énfasis en la capacidad de entrega a los hermanos de la patria, como la más grande virtud de lo humano. Para esa entrega, dice, hay que poseer valor, He aquí entonces, aquí esa inmortal frase de Don Pedro:

“El valor es la suprema virtud del hombre y se cultiva como se cultiva toda virtud. El valor en el individuo es su supremo bien. De nada vale al hombre estar lleno de sabiduría y de vitalidad física si le falta el valor… Porque el valor es lo único que permite la transmutación del hombre para valores mayores. El valor es lo único que permite al hombre pasearse firme y serenamente sobre las sombras de la muerte, y cuando el hombre pasa tranquilamente sobre las sombras de la muerte, entonces es que el hombre entra en la inmortalidad”.

No sabía Albizu que al hablar esa tarde en la huelga de hambre del poeta Clemente Pereda, que estaba escribiendo la más corta biografía sobre sí mismo.

Pero en la lógica albizuísta, esta no es una loa al valor en sí, sino al valor a la generosidad, la bondad, la humildad de los hombres y las mujeres que entre sus hermanos se hacen grandes por su entrega a los demás. Se trata del valor del amor al prójimo que forma la nación, el amor que lleva a acciones heroicas por amor a la nación. Lo dice con claridad de apóstol cuando insiste, en que la grandeza histórica en la tierra es la generosidad, la bondad sin límites del ser más humilde.

Es lo que vemos en la vida de Oscar López, Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Filiberto Ojeda y en esa pléyade de héroes de la patria, que nos han enseñado que la espiritualidad está en la entrega a los demás, a la nación. Por eso esta noche se le dedica este acto al héroe puertorriqueño Oscar López.

Albizu ha estado diciendo que el amor al prójimo hay que vivirlo en la práctica política de la lucha por la libertad y la dignidad de la nación frente al imperialismo. ¿Y por qué allí? Porque es allí donde se da la contienda a favor de las condiciones dignas para los pobres y oprimidos, donde se forja la sociedad de justicia y fraternidad humana. Ésa es una contienda contra los insensibles, contra los hambrientos de poder, contra los corruptos e hipócritas, todos, representantes del mal.

Pero en este caso, entiéndase bien para seguir la lógica del Maestro, que ese compromiso político que parte del amor al prójimo y a la patria, es necesario que esté supeditado a una “visión trascendente” sobre el propósito del hombre en la Creación, una utopía, una sociedad ideal futura, que mueva la historia en medio de las contradicciones, una visión que dé sentido a la vida. (El “reino del libertad” diría Marx, “la plenitud del Reino de Dios en la tierra”, dirían los teólogos de a Teología de la Liberación,)

Entendemos entonces, por qué el Prof. Luis Collazo, pastor bautista, concluyó su estudio sobre la teología en Albizu, con las siguientes palabras:

La salvación tiene en el discurso albizuista un sentido histórico-redentor, […] de manera particular acentúa la salvación en el contexto de la solidaridad y la integridad patriótica, [...] nos salvamos en la patria en el sacrificio existencial de ser para el prójimo.”

Esto es otra manera de decir lo que se había dicho hace dos mil años: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, en la cárcel y me visitasteis, enfermo y me vinisteis a ver”. Albizu sabía que eso se hacía luchando políticamente contra las condiciones coloniales que causan esa hambre, el encarcelamiento y la enfermedad.

Todos nos salvamos en la patria, el sentido de la vida lo encontramos en la entrega al prójimo en la patria. Es aquí donde Albizu quiere encontrarnos a todos como un solo cuerpo, nacionalistas e independentistas de una u otra tendencia, cristianos y no cristianos. El compromiso con los valores que animaron la espiritualidad de Albizu Campos, es el compromiso de todos nosotros, su espiritualidad debe ser nuestra espiritualidad.

Esto de salvarse en la patria es lo que Gustavo Gutiérrez, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación habrá de decir medio siglo después de Albizu, cuando escriba que luchar por una sociedad de justicia y fraternidad humana es “situarse en el proceso salvífico”.

Pedro Albizu Campos fue el hombre que convocó a la nación a recuperar su dignidad para luchar contra el imperio. Fue un adelantado de las luchas por la liberación nacional como lo fue Bolívar y como lo fue Sandino. Y hemos visto esta noche cómo fue construyendo una espiritualidad de enorme profundidad, desde la periferia hasta el núcleo de fuego, para convocar su pueblo a dar una lucha sin cuartel, de la cual sólo los héroes y mártires son capaces, una espiritualidad que lo forjó como el acero, para pasearse firme y serenamente ante la muerte hasta entrar en la inmortalidad. Muchas gracias.

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