Memoricidio, amnesia colonial y olvido voluntario

Historia

El neologismo "memoricidio", fue introducido por el poeta y escritor español Juan Goytisolo a propósito de la devastación de varias de las ciudades de la antigua Yugoslavia durante la guerra balcánica de los años '90 en el pasado siglo. Son memorables sus reportajes sobre conflictos bélicos, entre ellos el de Bosnia, al cual hace referencia en su “Cuaderno de Sarajevo” donde narra “El memoricidio”, conflicto que según Goytisolo constituyó "el atentado más bárbaro cometido contra la cultura europea desde la segunda Guerra Mundial”.

Al decir "memoricidio" se hace referencia a la destrucción intencionada de la memoria y el tesoro cultural de un pueblo, dentro del cual se cuentan los monumentos, las ciudades o barrios históricos, las galerías de arte, los museos, las bibliotecas y los archivos. El último de estos actos de barbarie que podemos retomar de la historia reciente y cuyas consecuencias alcanzaron dimensiones catastróficas lo fue la invasión a Irak por los EE.UU. Lo que sucedió en Bagdad entre el 10 y el 14 de abril de 2003 ha sido descrito como un bibliocausto y un memoricidio que tuvo lugar a la vista de las fuerzas invasoras, auspiciadas y en infinidad de casos perpetradas por las mismas. En esos días se produjo la destrucción y el saqueo del Museo Arqueológico de Irak, y el incendio de la Biblioteca Nacional de Bagdad y los Archivos. También desaparecieron las bibliotecas de la Universidad de Basora, el Museo de Mosul, Kirkuk, la vieja Nínive...

¿Con qué propósito demencial se destruyeron estas herencias de la humanidad? Los humanos hemos cuidado siempre de preservar la propia memoria dejando tras de nosotros  testimonio de las vivencias, inquietudes, alegrías, reflexiones, descubrimientos y fracasos de las civilizaciones. Lo hemos hecho desde la Edad de Piedra, lo vemos en las cuevas de Altamira. Por eso se puede pensar que el daño a la memoria resulta peor que la destrucción física, ya que el hombre, con estos monumentos culturales, trata de canjear su mortalidad segura por una representación de inmortalidad. Por eso, no se equivocan los que afirman que borrar la memoria de la existencia de un pueblo es un crimen comparable con la aniquilación de la vida misma. Esta herencia es lo que conforma la identidad de un pueblo; de allí el sentimiento de pérdida irreparable que suscita cuando no sólo se elimina un grupo, sino también su rastro por la tierra.

El memoricidio es propio de la línea genética de los autoritarismos, de las dictaduras, de  verdugos de la memoria y sepultureros del recuerdo de aquellos quienes sembraron las semillas de su dignidad política e ideales; de tristes avatares propagandistas del miedo del hombre al recuerdo. El memoricidio es a la vez objetivo y estrategia de guerra. Es el hurtar bienes y memoria con la saña de una demolición, para que nada quede de las obras de quienes las hicieran posible; un deplorable acto realizado por los que se sienten más seguros si el otro desaparece con todo y sus obras. Un atroz acontecimiento, fruto de una mente perversa decidida a quebrar la moral de su adversario, hasta lograr ver reducida a escombros y cenizas las huellas de una empresa colectiva común, en su esfuerzo por devolver la barbarie y la ignorancia a los pueblos sometidos.

A la luz del memoricidio provocado deliberadamente en las guerras es menester entender también que el colonialismo ha llevado siempre la misma intención: hurto de memoria, ocupación territorial, dominio económico y de la cultura, hasta ver a esta última, símbolo de la memoria de un pueblo, reducida o aniquilada hasta desmoralizar y crear condiciones propicias a la aceptación de valores extraños. No conforme con estos poderes, el colonialismo busca llevar las violaciones más allá, implando la cultura del conquistador para establecerla, por lo que el espacio colonial debe transformarse lo suficiente como para ya no aparecer del todo extraño a los ojos del imperio.

Los poderes coloniales (ya sean los ejercidos por el "Ogro filantrópico" de Octavio Paz o por los "Amos benévolos" de Laguerre), con su dominio establecido por tan largo tiempo, han aniquilado sistemáticamente los lugares de referencia con excusas como el muy sonado hoy por los medios "acto humanitario", o el progreso, el bienestar, la modernización. Los mismos nos han conducido al despropósito, a la apatía, la indiferencia, a la monstruosidad del caos social, y no todos desgraciadamente hemos aprendido; nos van llevando lenta e inevitablemente al memoricidio, como si nunca nos hubiéramos visto sonreír, como si nunca nos hubiéramos visto lastimados, como si nada hubiera ocurrido, como si nunca hubiera salido el sol... o como bien dijera el escritor y novelista venezolano Fernando Báez, experto en asuntos del memoricidio: "nos llevan hacia una suerte de convertirnos en un espectro amorfo sin sede".

Recientemente, y a la par de "gozar" de una educación basada en la estrategia de la amnesia, ha saltado a la palestra del morbo del sistema colonial en Puerto Rico una forma especialmente deplorable: la inducción al auto odio colectivo, a un menosprecio de identidad consistente con el intento de anulación de la memoria. En situaciones de subordinación nacional tal parece que el auto odio fuera la vía segura hacia la aniquilación del sujeto histórico. El camino intermedio pasa por asimilar la minoración y aceptar un complejo de culpa transferido desde el campo de los dominantes. He aquí, en el auto odio, quizás una de las razones por la cual hoy, en forma masiva, emigran los puertorriqueños hacia la casa de los verdugos de su memoria; ¿para aliviar su auto odio y complejo de identidad sintiéndose iguales a ellos, sus modelos redentores, expertos en la guerra psicológica? En el campo de la historia, y menos todavía en el de la memoria, no hay agujeros negros, cualquier hueco es inmediatamente llenado por los de la historia y memoria de la sociedad dominante. La ironía tiene caminos propios. Ya no será amnesia aprendida, será olvido voluntario.

Nuestro deber hoy es el de "recordar lo suprimido por esa institución del Estado colonial llamada amnesia, impedir el “memoricidio”, proponer a la memoria como el arma que debemos esgrimir contra la amnesia impuesta por el poder..." según exponía en este mismo contexto Borges, a la vez que acuñamos un nuevo refrán: "Contra el memoricidio, memoria". La propuesta de establecer una nueva complicidad para reconstruirla es deber de todos. La memoria es nuestro espejo, con ella recordamos lo que hemos hecho y lo que no hemos hecho, y por su reflejo, podemos saber lo que debemos y tenemos que hacer, para tomar acción y salvarnos.

Tenemos que extraer de nuestro subconsciente todo, aún lo que no queremos recordar, por más que nos duela, por más que no quieran los amos. Porque si no traemos todo, absolutamente todo, volveremos a repetir lo que sí queremos olvidar: la pesadilla de bajar la cabeza y rendirle cuentas al Patrón, soportar la macabra mueca de sus infalibles veredictos, mandatos, exigencias y prohibiciones, observarnos con el horror diario de aceptarnos como entes colonizados, revolcarnos en nuestro pánico a querer ser hombres y mujeres libres.

Por eso hay que recordar a diario a quienes persisten en ocupar nuestra tierra, como también es deber saber reconocer cuales han sido sus obras barbáricas en perjuicio de otros incontables pueblos y naciones. También hay que recordar el sacrificio de nuestros héroes, los de toda índole y trinchera, a los mártires, a las víctimas, en especial a los inocentes, hay que traerlos a la memoria, hay que excavar profundamente y sacar todos los cuerpos apilados.

Con esa luz de la memoria iluminando nuestro futuro, ya eliminados los velos, las bolas de humo, los nuevos muros de la exclusión, los errores y los miedos que hemos asumido, habrá oportunidad para realmente trascender y evolucionar hasta llegar a ser una nación libre.