Mujeres del mundo, ¡Unías!

Caribe Hoy

Las mujeres somos la mitad de la población del mundo, somos blancas, indígenas o afrodescendientes, jóvenes, adultas o de la tercera edad, residimos en zonas urbanas o rurales, pertenecemos a distintos sectores sociales, vivimos en nuestro país de origen o somos migrantes, tenemos o no tenemos hijas o hijos.

Hoy, en pleno siglo XXI, no hay duda alguna, por la visibilidad y la extensión asumidas, que las mujeres en general, y las argentinas en particular participamos en el mercado de trabajo, o sea que recibimos un ingreso monetario por la tarea realizada.

Participamos en el mercado de trabajo formal o en el informal, trabajamos a tiempo completo o a tiempo parcial, ocupamos puestos jerárquicos, nuestros pies se pegotean en los más bajos escalafones de la estructura laboral, no percibimos remuneración alguna por el trabajo que realizamos, estamos o no estamos sindicalizadas, pero todas estamos atravesadas por las formas que asume la división sexual el trabajo.

El informe global de Unesco (2014) señala que cuanto más alto es el nivel educativo alcanzado menor es la diferencia entre lo que ganan las mujeres respecto de los varones. Lo cual es cierto, pero es sólo una parte de la pintura, ya que las brechas de género que se producen en el trabajo productivo no pueden ser explicadas exclusivamente por las brechas en el nivel de instrucción. Los datos hablan por sí solos cuando se observa, por un lado, lo que sucede entre quienes tienen mayores niveles de instrucción respecto de quienes tienen menores niveles de instrucción; y por el otro, al considerar la brecha de ingresos entre mujeres y varones de iguales niveles de instrucción.

En el primer caso, el salario promedio de la población con mayores niveles de instrucción es un 80% superior respecto del percibido por las personas de menores niveles de educación. Ahora bien, si observamos el salario mensual de varones y mujeres de acuerdo con los niveles de instrucción alcanzados vemos que, entre quienes tienen estudios secundarios incompletos, las mujeres ganan un 47% menos que los varones. En el caso de los que tienen el secundario incompleto, la brecha es del 32%, mientras que entre los que han alcanzado el nivel universitario la brecha es del 29% (Cemyt, 2013, brechas salariales). Efectivamente, la brecha disminuye, pero los datos son contundentes, sigue siendo significativa y negativa para las mujeres.

En este sentido, las brechas de género que se producen en el trabajo productivo no pueden ser explicadas exclusivamente por las existentes en el nivel de instrucción, sino a partir de los argumentos que subyacen a los mercados de trabajo segmentados, donde las características de la demanda, los sectores de actividad y los puestos en los que son demandadas las mujeres producen y reproducen inequidades.

Podemos promover que las mujeres ingresen a los sectores productivos de mejores ingresos, y que ingresen a carreras técnicas para alcanzar mejoras. Si conseguimos eso, habremos avanzado, por cierto, pero ¿alcanzará ello a todas las mujeres y a todos los varones?; ¿acaso los trabajos que ahora hacen las mujeres, por los que perciben menos salarios y que se realizan en peores condiciones laborales, desaparecerán y/o se redistribuirán con los varones?

Así, trabajadores y trabajadoras con ciertos perfiles en términos de las oportunidades que ofrece el mercado sólo acceden a ciertos segmentos y, a su vez, estos segmentos se van consolidando a partir de los perfiles de trabajadores/as que se incorporan. ¿Habrá acaso que pensar cómo reorganizar el espacio y los tiempos productivos y reproductivos, para desandar la división sexual del trabajo?

En este entramado, un actor central, es el sindicato, espacio que representa a los/as trabajadores/as, donde conviven y cohabitan, por un lado, áreas de género que interactúan y buscan que sus propuestas fluyan al interior de él, áreas de mujer/género encerradas en sí mismas, mujeres en el centro de la lucha, acciones militantes que buscan insertarse en todas las áreas; que a su vez conviven con otros espacios, que conforman la propia estructura sindical, resistente y persistente a no ceder lugares de poder a las mujeres y a sus intereses estratégicos.

No son palabras sino hechos. Si la ley de cupo dio lugar a una importante presencia de mujeres en la política y en las legislaturas nacionales y provinciales–y constituye un ejemplo en este sentido–, no sucedió lo mismo con la ley de cupo sindical. En las mesas de negociación colectiva prácticamente no hay mujeres, en raras ocasiones participan en sus discusiones, aunque son convocadas, en algunos casos, para firmar el acuerdo paritario.

Por todo esto, es necesario considerar que, para repensar las formas que asume la división sexual, en la representación y participación de las mujeres en el sindicalismo y en el ámbito laboral, se requiere−al igual que ha sucedido con otras conquistas− de fuertes articulaciones entre el sindicalismo, el feminismo y la academia.