La sombra de una sombra y los relatos de Enrique Linh

Voces Emergentes

A la memoria de Salvador Allende

Esta investigación persuasiva me ha iluminado. Al momento de leer este texto, no sabía nada sobre Enrique Lihn. Cuidadosamente, Cynthia Morales Boscio va develando los perfiles de ese importante escritor chileno en La sombra de una sombra: Lo grotesco en los relatos de Enrique Lihn. En esta notable propuesta, la autora examina las representaciones narrativas de lo grotesco en tres obras de Enrique Lihn: La orquesta de cristal (1976), El arte de la palabra (1980) y La república independiente de Miranda (1989).

Estos textos fueron escritos durante el otro septiembre 11 que oculta el poder hegemónico de este hemisferio. Ése es el septiembre 11 de los asesinatos, de las torturas, del rapto de niños, de las agresiones sobre los cuerpos inermes de mujeres, de arrojar disidentes políticos vivos al mar; de las 40,000 víctimas de la dictadura de Pinochet. Éste es, en fin, el septiembre 11 de un responsable de crímenes contra la humanidad que se encuentra a salvo en New York: Henry Kissinger, exsecretario de Estado bajo la presidencia de Richard Nixon.

El estudio de la profesora Morales consta de una introducción, tres capítulos y las conclusiones. En la introducción, la autora ofrece unas notas preliminares sobre los temas que se propone discutir. En La orquesta de cristal, el capítulo inicial, contextualiza el libro homónimo y expone su interpretación de la palabra ingrávida en estas obras de Enrique Lihn, la palabra “vacía” que conforma el discurso cotidiano de los chilenos en los días sombríos de la dictadura, como motivo literario. Esa palabra escuálida, nos recuerda la investigadora en este texto vibrante, también se enunciaba desde la Moneda para justificar su proyecto de aplanamiento ideológico y reponer los privilegios del capital trasnacional. La escritora sondea además las posturas contestatarias de Lihn frente a ciertas corrientes idealistas del logos o del saber europeo tradicional. En El arte de la palabra, el segundo capítulo, discute la palabra como elemento socializador que aliena y los imaginarios que difunde el poder para conducir a Chile hacia la homogeneidad supresora de las diferencias, así como la reafirmación discursiva del patriarcado. Estudia, además, la intención anticanónica de Lihn, quien de manera similar al Manuel Ramos Otero de Novelabingo y al Julio Cortázar de Rayuela, incursiona en la antinovela, un intento lúcido de desestabilizar el ideario burgués inherente a la novela europea del siglo XIX, mal del que adolecen aun novelas bienintencionadas como Heart of Darkness de Joseph Conrad. Dedica el tercer capítulo a La república independiente de Miranda. En esta ocasión la doctora Morales focaliza la dictadura como fenómeno de patología psíquica. Ella nos persuade de que Lihn deslegitima discursos de la modernidad mediante un súper yo hiperbólico, que raya en la absurdez, una extravagancia que demuele al hombre esclarecedor de la Ilustración europea del siglo XVIII. Finalmente, la estudiosa resume y enhebra los puntos más notables de su exposición en sus conclusiones.

En mi opinión, la investigadora ha escrito un libro necesario que rescata la obra y el pensamiento de un escritor chileno, quien concretó en su afán heterodoxo ansias de libertad, una entrega que pregonaba impúdico el clamor de libertad frente al terror del régimen y a los requiebros mismos de lo que el canon tipifica como literatura. Esta minuciosa indagación nos permite apreciar las correspondencias ideológicas, los descreimientos comunes y las esperanzas solapadas que hermanan el trabajo de Enrique Lihn con sus iguales de América y del mundo. Morales traza con precisión los perfiles del influjo desmovilizador de la escritura aséptica que parodia Lihn con aplomo borgiano. Lo contundente de sus hipótesis y de sus evidencias textuales se bifurcan en el jardín del argumento sugerente, de la idea que conmina a la reflexión sobre la soledad inherente al arte de escribir, encierro que compartieron en su momento la investigadora y el investigado.

De la extensa bibliografía que se refleja en cada página de La sombra de una sombra podemos hablar con Jacques Lacan y su maestro Sigmund Freud sobre la palabra que escinde el yo que escribe del yo que lee, sobre las maneras insidiosas en que la naturaleza de lo leído permite presagiar la crisis que conmovería a toda conciencia sensible. Podemos conversar sobre la inapetencia por la vida falaz del status quo, de la entereza de quien esgrime su indignación frente a tanques de guerra. La indefinición del sujeto en este párrafo surge de mi intento endeble por evidenciar que esa escisión constituye uno de las coyunturas esenciales de esta magnífica investigación.

Muestran la escisión propia de Enrique Lihn, pero también la de la investigadora que lee de la que escribe, actividades ambas que fructifican al amparo de la soledad. En la confluencia que tiene lugar en este texto, lectora y escritora deponen sus armas. De su esfuerzo intelectual solidario, una lectora capaz, una escritora capaz, enhebra una exégesis en torno a un fantasma que adquiere más peso y más relevancia desde la ingravidez de la muerte. De Carlos Marx se ha dicho que ahora podemos leerle con sosiego porque no nos conturba el aparato monstruoso del poder soviético. Esta autora, por su lado, recupera la voz del fantasma de Enrique Lihn, una voz que no cesa, que como el espectro del padre de Hamlet, nos insta a que nos importe el estado de nuestro planeta, a interesarnos por nuestro prójimo.

Lectora y escritora conjugan su mirada para develar la riqueza temática, lo unilateral desvencijado por la polifonía, la multitud de voces que – confluencia alucinante - habitan la poética insurgente del escritor. En esta excelente investigación, la profesora Morales hilvana una especie de texto paralelo al de Lihn, una mirada profunda y certera que interpela, interroga y descifra la palabra descarnada del chileno, una resonancia de arte, deseo y reclamo que rebasa las fronteras inútiles que traza el poder. Así nos lo muestra la investigadora, con trazos concretos y claros movidos por el dominio temático y teórico que transpira en cada palabra, lo que suscita en nosotros, los lectores, el ansia de conocer más sobre el poeta y narrador chileno. Ella nos presenta una estrategia central de Lihn, la treta del débil, al decir de Josefina Ludmer, la representación del escarnio investido de pudor y sobriedad fingidos, el ataque frontal al terror bajo el artificio aparentemente inocuo de la palabra bufa, de la risería y la parodia que laceran el corazón de lo grotesco que se ensaña sobre Chile y sobre la América de José Martí.

Por otro lado, la soltura, la fluidez del aserto bibliográfico y la coherencia dialógica que distinguen esta obra de Cynthia Morales Boscio se concretan en la heteroglosia, en la multiplicidad de lenguajes que habita la literatura universal con la que ella estructura los parámetros de sus premisas. Esto explica el tránsito fluido e irrestricto de los numerosos intertextos, toda suerte de referentes que consienten en auscultar, aclarar y ampliar, un aleph textual que integra sin abolir las diferencias.

Mediante su lenguaje especifico y la cita precisa, esta escritora dirige nuestra mirada al discurso del poder que conmina a la inmovilidad biográfica, como diría el filósofo ruso Mijaíl Bajtín, interrupción del ser que se ufana de la efectividad de la picana y de otras herramientas más o menos sofisticadas de tortura. La lucidez de su exposición nos lleva a entender que Lihn desvela lo insidioso del discurso del poder, una arenga socializadora que se ovilla, que irrumpe en la psiquis del individuo .Su eficacia transluce en una censura auto infligida, una reprensión del sujeto subalterno consumada en el silencio. Ella deduce, y nos convence de ello, de que ese colectivo de voces organiza una abstracción que abjura de un yo en el mundo, que se adhiere a una singularidad multitudinaria congelada en el tiempo y en el espacio.

De esta manera Cynthia Morales Boscio desmenuza esta metáfora extendida que comprende esta trilogía de Lihn, la cual analiza e interpreta con acierto. Este texto, aunque académico, destila humanidad, denuncia la deshumanización que caracterizó al régimen de Pinochet, condena los panópticos concretos y etéreos que edificó el régimen en este universo narrativo, individuos reducidos a la incoherencia propia de la palabra vacía.

Mediante su cuidadosa exposición, Cynthia Morales Boscio discute la importancia de la intertextualidad, tanto en la obra de Enrique Lihn como en su propio proyecto. Ella confirma que la narrativa de Lihn desintegra lo anodino del contexto único, la pobreza que supura la palabra desprovista de matices. El arte del escritor, por el contrario, enuncia lo centrífugo, se atomiza ante la comparecencia de las múltiples voces que interpelan al lector en cada página. Refleja una apropiación lineal que refracta en lo fragmentado e impreciso de las vidas de sus personajes.

La investigadora vincula coherentemente una variedad de lecturas que discurren desde la antigua Grecia y el Zohar del misticismo primigenio judaico, pasando por el estructuralismo y el posestructuralismo, hasta la llamada posmodernidad de nuestros días. Ella enhebra todo ese complejo andamiaje teórico, histórico y literario en su lectura de la obra que estudia.

A propósito del intertexto en la narrativa de Lihn, Morales evidencia lo potencialmente insurgente de la polifonía, una confluencia de voces que rebasan el tiempo y el espacio para asentarse en un discurso que no termina. La estudiosa descubre que el resultado del intertexto puede ser grotesco, lo que remite a resonancias que evocan, por mencionar un caso que menciona ella, al Frankenstein de Mary Shelley. Con perspicacia, ella detalla, por ejemplo, algunas implicaciones narrativas de Miranda, personaje femenino que aparece en la trilogía de Lihn. Ella personifica un intertexto que rebosa dialogismo, que enmarca como polos vinculantes a la Miranda Shakesperiana y la del martiniqués Aimé Césaire. Según la estudiosa, “Miranda…remite al simulacro. Ella es la mezcla inaprehensible y grotesca de todos los discursos estereotípicos…” Ella implica el carácter grotesco de la narrativa que interpreta, dada la intención anticanónica que le anima: “…las varias voces...de la novela derrumban la mirada monolítica de la novela tradicional” (197)

En su análisis de esta literatura alternativa, la profesora Morales muestra las formas en que rebasa temporalidades para insertarse en una cadena dialógica que discurre desde los días previos a la antigua Grecia hasta nuestros días, un proceso, al decir de Bajtín, inacabado. Lihn se ampara en la pluralidad inevitable de la palabra para edificar sus textos de alteridad, para erigir un doble del género novela, tan elusivo como el doble de Tolstoi, de Dostoievski o de Saramago. El novelista invoca la antinovela, implica la autora, para tejer los hilos dispersos y rebeldes del tiempo fragmentado, del caos y la endeblez psíquica que segrega la represión. Recurre a la imaginación sobre lo imaginado para confrontar al Super Yo que despliega su inhumanidad, instinto indócil que dirige naciones, fuerza insolidaria que depreda al prójimo con el mismo afán con que el gato engulle al canario.

Esta autora, por otro lado, nos propone la patología como pre(texto) de Lihn, una palabra porosa que balbucea sobre el horror y el sobresalto que propicia la incertidumbre, de saberse vulnerable, de saber que no existe discurso sobre la dignidad del hombre que le pueda salvar de martillazos sobre las uñas de las manos al momento de acceder al infierno conocido como el Estadio Nacional. Éste es Chile, el de la multiplicidad de infiernos. “De este modo”, apunta la autora, “queda instaurada la escritura de la docilidad que adviene por la censura y el terror que instala un poder corrosivo” (33).

No existen textos inocentes. No sorprende entonces que la profesora nos lleve a reconocer la deshonestidad de las voces narrativas en la obra que estudia, duplicidad que convierte a los lectores en víctimas de un timo discursivo de hablantes, voces que mienten con desfachatez borgiana. Estas voces inauténticas se ocultan tras el velo vaporoso del exotismo que poetizó alguna vez Rubén Darío. Natural también que estos hablantes trafiquen con las identidades, estertores del espíritu que revelan los límites panópticos de un yo espurio acosado por condiciones de juego social desiguales. En su comentario esclarecedor sobre el afrancesamiento de la poética dariana, esta escritora descubre las estrategias miméticas de los personajes que se analizan, a través de un análisis que comprime visiones poscoloniales, sin deponer su voz particular: “En la novela que nos ocupa el ‘galicismo mental’ aparece, sin embargo, como una parodia al mimetismo, la inadecuación y la falsedad de un afrancesamiento que se instala en América como muestra de una profunda inseguridad y que imita al otro no para enriquecerse sino para anularse en él” (35). Derogar el yo, por tanto, supone aceptación de la univocidad, un traslado silente a la homogeneidad que propulsa la involución histórica que acciona el ente dominante. De ahí la imposibilidad de distinguir las voces de algunos personajes.

Creo que Cynthia Morales Boscio salta al vacío de la fe para interpelar a los seres humanos, a ésos que como el gato en un poema de Enrique Lihn confunde su sombra con el yo deslindado. Ya lo había dicho Platón: resulta menos amenazante regresar a la caverna y darle la espalda al destello enceguecedor de la verdad. En este ejercicio de fe secular, la autora rehúsa permanecer en la sombra del saber, como dice Julia Kristeva. Al desmenuzar los textos de Enrique Lihn, ella rescata la subversión inherente al descreer y a deconstruir; para revelar también los puntos de confluencia con el genial chileno. La palabra, como la concibe Morales en un gesto auténticamente borgiano, puede conducir a la alienación o al esclarecimiento. La palabra posibilita la creación, abjura de lo vacuo para contraponer su talante desestabilizador a la inercia, al silencio que conduce a lo anodino: “Del mismo modo, la construcción insiste en el cuerpo deshabitado del lenguaje” (43).

En su lectura de Lihn, ella descubre los perfiles cuestionadores; destapa los distintos niveles de interlocución de la narrativa del chileno, para enfrentarnos a nuestras propias inconstancias, a la multiplicidad de ilusiones que tapizan nuestra visión de la existencia en una sociedad transitoria con el mural estremecedor del universo como trasfondo inefable, como admonición de nuestra insignificancia, deconstrucción del sujeto ilustrado de la modernidad. O como dice la autora con respecto a las idealizaciones en la obra de Lihn: “…tales pretensiones no son realizables en un universo ficcional que insiste en la precariedad y en la incoherencia humana” (72)

Las palabras finales de esta reflexión, pertenecen a la profesora Cynthia Morales Boscio, quien concluye así su análisis de la obra de Enrique Lihn: “A través de la muestra descarnada de los vicios humanos nos deja atrapados en las cárceles de la palabra y nos obliga a deshacernos – con la más honda desesperación – de todas las alienaciones del mundo. Los silencios invitan también a hurgar profundo quizás con el oscuro anhelo de acceder al intersticio en el que, tal vez, se esconde la belleza entre nuestro ser y la sombra” (272).