Arcadio Díaz Quiñones: lugares de la memoria

Voces Emergentes

altUno de los intelectuales más destacados en el Puerto Rico contemporáneo es Arcadio Díaz Quiñones, quien desde su praxis como crítico literario y también como exégeta cultural ha ofrecido interpretaciones novedosas y profundas sobre su país.

Gervasio García ha señalado que este ensayista “ha logrado destacar, entre otras cosas, el perfil original de la desconcertante y retante historia tranquila de la más pequeña de las Antillas mayores, en contraste con la deslumbrante historia de la hermana mayor” (Un intelectual, 80 grados), refiriéndose a Cuba con  quien la isla ha estado a la sombra de los estudios históricos. Por otra parte también ha develado otra memoria, la que consideraba invisibilizada por los poderes políticos.

Pierre Nora ha delimitado las fronteras entre historia y memoria. La primera la define como una disciplina que estudia el pasado y la segunda es un discurso centrado en entender como el pasado permanece en el presente a la vez que se construyen nuevas memorias. Esto último es lo que caracteriza el quehacer de Díaz Quiñones en los ensayos en que aborda la historia, la memoria, lo político, lo literario, la economía, el militarismo, la educación y que obedece a lo que Liliana Weinberg ha denominado el ensayo de interpretación cultural. El autor desmitifica la historia oficial, sus relaciones con el poder y su imaginario colonial a la vez que se centra en fundar otra memoria.

La obra que recoge sus principales postulados en torno a la historia y la memoria es La memoria rota, publicado en el 1993. Al igual que José Luis González en El país de cuatro pisos, Arcadio Díaz Quiñones comienza  “La vida inclemente”, primero de los ensayos de este texto, con una pregunta: “¿Cuál era la versión histórica dominante contra la que se levantaron las nuevas revisiones, fecundas, y a veces imperfectas, apresuradas, militantes o excesivamente maniqueas de los años setenta?”. En este ensayo el autor deconstruye la ideología del poder a la cual tuvieron que enfrentarse los cultivadores de la nueva historia, muchos de ellos de influjo marxista e impregnados por la corriente inglesa de la historia social.

Desde sus primeras páginas La memoria rota expone como en los años cuarenta y cincuenta la Guerra Fría dividía de forma maniquea el mundo entre dos campos. La lógica de la competencia entre la Unión Soviética y los Estados Unidos se cernía sobre la Isla en la fórmula del militarismo que acompañó la operación Manos a la Obra. Este fue el precio que desde los años cuarenta se pagaría por el desarrollismo, práctica de la colonialidad del poder en frase de Aníbal Quijano, y por el llamado progreso basado en el consumismo y la industrialización. El antropólogo Arturo Escobar ha documentado la creación del término en El final del salvaje cuando destaca que aun los que se oponían a las  estrategias capitalistas expresaban sus  críticas en términos de la necesidad del desarrollo.  La adopción del concepto en Puerto Rico se ajustó a la visión de la Guerra Fría. El militarismo formaba parte del mismo, como nos deja ver Díaz Quiñones al mencionar las prácticas  bélicas en la Universidad de Puerto Rico y la remilitarización de la isla junto al almacenamiento de armas. Uno de los puntos centrales de su discurso es precisamente el del armamentismo que se había impuesto en Puerto Rico, especialmente en lo que denomina los años sin nombre.

Arcadio Díaz  Quiñones avala su texto por medio de alusiones a intelectuales que han tenido un compromiso con los sujetos subalternos con los cuales se solidarizan. Entre ellos  se destaca el palestino Edward Said de quien señala que demostró en su obra Orientalismo el carácter político de los saberes, fundándose, entre otras, en sus lecturas de Raymond Williams y Michel Foucault. A los mismos textos también recurre Díaz Quiñones para situarse como intelectual que desviste la epistemología de la historiografía inventada por el poder.

Este libro no fue del todo bien acogido en el momento de publicación por encontrársele excluyente. Sin embargo, La memoria rota documenta los cambios que en la propia izquierda se habían estado llevando a cabo en los años setenta a los ochenta: “Junto a las líneas del nacionalismo tradicional se fue desarrollando otro nacionalismo, un nuevo modo de sentir la pertenencia a la nación”.  Pero, ¿qué memoria construye Arcadio Díaz Quiñones a la vez que comenta y borra la urdida por el proyecto de la utopía industrial?  Escrito en los años en que la posmodernidad va tomando auge, este libro tiene el propósito de fundar una historia de los subalternos, que mire hacia las ausencias y la borradura de las voces contestatarias e indóciles que estaban eliminadas de los textos escolares que alababan la militarización. A este respecto señala que “carecemos aún en Puerto Rico de una historia crítica de los libros de texto, la legislación y los programas de enseñanza”. Es que como señalan Santiago Castro- Gómez y Ramón Grosfoguel en El giro decolonial, los estados metropolitanos “desarrollaron estrategias ideológico/simbólicas en su sistema educativo” que imponían la occidentalización.

¿Pero, dónde encuentra su memoria de sujeto colonizado Arcadio Díaz Quiñones? En el territorio de las múltiples violencias bajo los dos imperios que  han invadido a Puerto Rico. Otro punto clave de la memoria que evoca Díaz Quiñones en este libro, además del idioma,  es el de la espiritualidad de origen jíbaro que se refleja en las tallas de santos como “uno de los secretos lugares de la sociedad pre-moderna” (41-42). A esta se une también  la música popular.

En su libro El arte de bregar Díaz Quiñones vuelve al ensayo de interpretación y de polémica. Va en búsqueda de (de)colonizar el territorio tomado de la historiografía del 98 como lo demuestran varios de sus textos, particularmente “Repensar el 98” y “El 98: la guerra simbólica”. Esta emblemática fecha ha gestado un  sinnúmero de interpretaciones que han creado la necesidad de repensarla como lo hace el autor, pues como bien observa, el 1898 “está rodeado de zonas oscuras en torno a cuestiones de raza, nacionalidad, religión, fronteras culturales e imperio”.  Este lugar de la memoria es resaltado como símbolo por el pensamiento periférico. Como Said y los subalternistas, el autor lee desde la visión de los vencidos no solo textos sino la fotografía colonial, militar y de un turismo “antropológico” colonizador que se produjo luego de la invasión norteamericana a Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Desde un principio establece que las historiografías nacionales, los estudios latinoamericanos y los albores del antimperialismo latinoamericano están vinculados al 98.

La guerra también fue interpretativa, afirma. Una nueva cartografía bilingüe y bicultural acordonaba la exégesis que los nuevos amos impondrían sobre la conformación imperial de los territorios recién adquiridos. Los libros de fotografías, tomados como ejemplos de la verdad, son desarmados por Díaz Quiñones quien ve en ellos el relato del Otro que nos presenta Tzvetan Todorov  en La conquista de América en su análisis de los pueblos invadidos y expresa: “Una vez más, las armas y las letras avanzaron juntas, pero ahora acompañadas por la cámara fotográfica, los dibujantes y el cine”.

Carolina Sancholuz, crítica argentina, ha destacado que “Sobre los principios. Los intelectuales caribeños y la tradición constituye un libro insoslayable en los estudios latinoamericanos y caribeños, que dialoga intensamente con otros profundos ensayos de Arcadio Díaz Quiñones, como La memoria rota (1993) y El arte de bregar (2000)”. Ciertamente, se unen en el tema de lo colonial y en el desmantelamiento del eurocentrismo. Edward Said vuelve a ser uno de sus referentes principales.

En este libro Arcadio Díaz Quiñones regresa a la exégesis literaria y a la deconstrucción de textos sociales  e históricos, a la construcción de una nueva memoria. Es necesario decir que sus prácticas interpretativas siempre han estado vinculadas a los símbolos de lo nacional entendido esto de manera no esencialista. Una hermenéutica literaria y social establece jerarquías y cánones y con ello organiza el mapa conceptual e identitario de un territorio o campo nacional. En La memoria integradora (1987) este declara que “la definición de la nación está ligada al poder de la escritura”.(51)

La memoria de lo racial  encuentra en este texto una mayor presencia y podemos decir que es un hilo conductor. Nos dice el autor desde el inicio del mismo volviendo al tema del falseamiento de la historia en el Caribe: “Aunque casi borradas de la memoria colectiva y de los programas educativos, las guerras raciales y sociales han estado dramáticamente presentes”. Las tradiciones no son homogéneas y están ligadas a las memorias colectivas y nacionales. Esto puede apreciarse en la forma en la que los distintos sujetos letrados que elige Díaz Quiñones para su estudio enfrentan la tradición, entre ellos Martí y Pedreira. Ramiro Guerra y Pedro Henríquez Ureña excluyen de  esta al mundo afrocaribeño  y escribieron  de “una manera explícita sobre ese enemigo íntimo”.

En su prólogo aclara que una nueva historiografía nutre su trabajo. Con la misma intención de demostrar la estratificación social de la modernidad, Díaz Quiñones cita al erudito uruguayo Ángel Rama cuando este señala la primacía de la lengua y de la propiedad como definidoras de una élite excluyente al distanciarse de las masas indígenas, mestizas, esclavas o serviles que no poseían sus saberes y a lo que ello implicaba social y económicamente.

Arcadio Díaz Quiñones opone la memoria a la invención de la historia unívoca de los relatos coloniales. Busca, en consonancia con la nueva historia generada en el país, los lugares de la memoria que se encuentran en el olvido suscitado por el poder y en la periferia: lo popular, como la música; la espiritualidad de origen campesino; los intelectuales no académicos como César Andreu Iglesias, la voz contestataria del magisterio puertorriqueño representado por Margot Arce de Vázquez, la figura mesiánica de Pedro Albizu Campos; la remembranza de la emigración puertorriqueña, cuyos vínculos con Puerto Rico acentúa, las violencias como respuestas al régimen acalladas en los libros de texto, el racismo silenciado en lo popular y en lo culto.  La historiografía ha sido uno de sus centros de trabajo, así como las memorias su herramienta de renovación de la historia.

La obra de Díaz Quiñones establece una tradición decolonizadora que atraviesa diversas formas del saber: funda una nueva memoria alejada de las visiones que las antiguas metrópolis  impusieran desde el occidentalismo, articula una visión de apertura sobre la identidad de puertorriqueños y caribeños, crea una nueva episteme que sostiene nociones simbólicas e identitarias que se apartan del occidentalismo. Como Frantz Fanon, desmantela la colonialidad haciéndose eco de un pensamiento que se escucha cada vez con más fuerza en el mundo contemporáneo. Los lugares de la memoria en las obras estudiadas nos remiten a la historia escondida de un pueblo subalterno y, según ha  reflexionado Pierre Nora, estos  son tanto materiales como simbólicos. Jacques Le Goff ha señalado en El orden de la memoria que la memoria colectiva, la cual también nos remite a la histórica, debe servir para liberar y no para la servidumbre de la humanidad. Grabar la memoria como acto de liberación y de transgresión del poder ha sido la praxis preponderante de Arcadio Díaz Quiñones.