Paseo con Leo 36: Un poeta es más peligroso que un país

Caribe Imaginado

altHe traspasado el océano. Partir es dejar los grandes afectos para encontrarnos con nuevos recovecos del sentir. Viajar, rajar el cielo, hurgar los caminos del mar, es agenda de aquellos que no somos árboles. En este paseo de algunos días, no puede acompañarme mi niño. Me despido de él con caricias temblorosas en la frente.

No serán muchos días pero es la primera vez que nos separamos. Le hablo con honestidad. Yo vuelvo pronto, le digo. Entonces, doy unos pasos y me alejo. El avión me lleva a otro continente. Antiguos amigos, otros nuevos. Gente de mi raza, poesía y angustia, cierta anarquía e irreverencia. Pero la misma intensa pasión que nos hace dedicar incontables horas a escribir. Un festival de poesía.

He aprendido a callar. Escuchar los acentos del lenguaje español. Me llevaré la melodía de esas voces en la memoria. Y es que conozco cómo será el después cuando ya no estaremos juntos. Asistir a un festival de poesía es entrar en una cápsula del tiempo. Todo se detiene y no hay catástrofe ni noticia que penetre la celebración de los abrazos. Mi pequeño quedó en el auto, dormido, y fue cierto que cada día cerraba los ojos y me preguntaba si me extrañaría, si alguien lo llevará de paseo y descubrirá nuestro helado de violetas.

Pero noticias terribles sí penetraron el fino cristal de las lecturas, los conversatorios que sucedieron en Pereira, Colombia, las galas de lecturas en las noches del 9no Festival Internacional de Poesía Luna de locos. En una ciudad fronteriza, Cúcuta, el gobierno venezolano echaba del país a colombianos que vivían muy humildemente en esa área. Alrededor de mil familias cruzaban el río hacia Colombia, pues el gobierno del Presidente Maduro mandó a cerrar los puentes que unen la frontera. Yo vi la foto de un niño desconsolado cruzando el río. Todos los días atendí la noticia. Nada detenía el desalojo. Aquella mañana había sido encontrado un pequeño de 3 años vagando por las orillas del río. Tuvimos una lectura en un pueblo llamado Belén de Umbría, montaña arriba. Hacía frío. Tomábamos “un tinto” cuando vimos las noticias en la televisión. Yo no entiendo, no quiero entender esa ficción de las fronteras, ese modo de dividir la tierra que nos fue dada.

Regreso a mi isla. Y otra desolación. Esta vez Siria. Niños, familias ahogadas en el Mediterráneo. Piden asilo. Algunos países se lo niegan. Europa se debate en qué hacer. Vemos fotos de niños ahogados, niñitos como mi pequeño. Y esto no me deja dormir. Hay una familia adinerada que en una embarcación asiste en salvar a todos los que vean en el mar. Yo quisiera estar ahí, estirando mis brazos para levantar a los que huyen. Cada vez menos entiendo al mundo. Hablábamos en la intimidad con los poetas invitados, que la poesía nunca ha detenido una guerra, que no puede salvar a nadie. Echaría por la borda mis 13 libros si pudieran flotar y se convirtieran en salvavidas para estos que ya nada tienen.

Qué discurso podemos dar los poetas, si mientras leemos versos de amor y desamor, de patria y banderas, de flores y lunas, se ahogan pequeños niños y niñas, seres indefensos que apenas comienzan a vivir. Uno de ellos quedó acurrucado en la arena, posición fetal, dormido para siempre. Un festival que celebra la vida, poetas de profundo pensamiento, no pueden detener la maldición de las fronteras. Los conflictos entre los países nos siguen dividiendo, tenemos poca esperanza. Yo no quiero ver más niños ahogados. Odiar el mar.

El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. (José Saramago)

El escritor portugués, como todo buen escritor, es también vidente. La palabra maga lo guía y ve más allá de su tiempo. El hambre. La religión. El nacionalismo. El racismo. Las banderas. Las fronteras que dividen los países, a los hombres y a las mujeres, tantos dioses perversos. Leí de un escritor venezolano: Un poeta es más peligroso que un país. Pero yo quiero hurgar dentro de mí lo que pueda tener de poeta, para salvar tan siquiera a un solo niño del vasto océano de la injusticia.

Mientras, mi pequeño duerme sereno, devuelto a mis brazos que no quieren soltarlo.