Paseo con Leo 40

Cine caribe

Le tomé la mano y se la besé, como algunos hombres todavía hacen

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En palabras de Clarice Lispector: "Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido". Mi niño ha comenzado a crecer. En la medida que crece, camina más rápidamente, decide a dónde quiere moverse. Desea entrar en los lugares donde se le ha dicho que no debe entrar. Encuentra un hueco, y ahí se mete. Me tomo tiempo para velarlo, sin que él sepa. Sigiloso se coloca detrás de la barra. Abre las puertas y comienza a sacar las botellas. Hay algunos vasos de cristal. Se le ha dicho enfáticamente que no lo queremos detrás de la barra. Hemos puesto un purrón con una planta altísima. Pero él encuentra la manera de deslizarse.


Mi niño quiere ser libre.


Entra casi sin poder. Lo logra. Está detrás. Con mucho cuidado va sacando una a una las botellas. Ha aprendido el sigilo. Me hago la que no sé dónde está. Lo llamo. Una vez y otra. No contesta. Deja de moverse. Se queda quieto. He comprendido que transgredir es un modo de libertad. Quizás porque me siento profundamente libre, le dejo hacer. Hasta que veo venir el peligro. Entonces me muevo con mucha calma para no asustarlo. Meneo el purrón. Y lo levanto con mis brazos todavía fuertes.

Aquí estás, le digo. Sé lo que va a hacer. Grita. Después de haber logrado tanto, es atrapado. No hay otra. Hay que gritar. Y echa su cuerpo para atrás. Le digo con suavidad que temo porque pueda caer una botella. (Ya sé, mañana las voy a sacar todas). Comienza a llorar con mucho enfado. Lo coloco en el piso para que llore con entera libertad. No quiero impedir sus alas. Habrán otras causas por las cuales ira a transgredir. Hay que saber llorar por lo que vale llorar. Gritar, por lo que vale gritar. Aprenderá esa lección después.

Creo que el acto de mayor libertad que me sucedió, fue marcharme de mi casa a los 16 años. Entré muy tarde a la sexualidad. Así que para escapar de aquel pequeño infierno, no me iría con ningún hombre. Aceleré mi graduación de cuarto año de escuela superior, y me fui a la universidad en Estados Unidos. Escapaba. Nunca más volví a vivir bajo la monarquía de mi madre. El bullying de mis hermanos. Yo necesitaba ser libre. Y lo he sido toda mi vida.

Un día conocí ya de anciano a un hombre que me increpó, Mairym, tengo que decirte algo. Estaba acompañado de su esposa quien mostraba visibles síntomas de Alzheimer. Médico, dermatólogo de gran prestigio, ahora era ya un hombre grande, retirado, envejecido. Me dijo, me hubiera gustado que hubieras sido mi madre. Yo me sorprendí sobremanera. Incluso me sentí algo incómoda haber escuchado aquellas palabras frente a su señora esposa. Años después cuando ya ella había muerto, me encontré con el médico ilustre. Le pregunté si recordaba aquellas palabras que me había dicho y que yo tomé como un raro piropo. Le dije que todo este tiempo me preguntaba por su significado. Se echó hacia atrás y lanzó una carcajada, Mairym, si tú hubieras sido mi madre, yo hubiera sido un hombre libre. Yo también me reí. Le tomé la mano y se la besé, como algunos hombres todavía hacen. Creo que ha sido el gesto más humano que he hecho.

Sí, he sido libre y he otorgado a mis hijos la libertad. El pathos está abierto y es de cada cual. Yo estoy, vigilante, lista para inventarles una alfombra sobre los pisos duros de la vida. Una alfombra persa, voladora.

Ahora, mi niño pequeño me otorga la libertad de amar nuevamente a un pequeño ser. Y yo sé que estoy hecha de estos grandes amores y de estas grandes palabras que no necesitan redefinirse. Transgredir es pues un acto de valentía y libertad.


Crédito foto derecha: Pedro Moura Pinheiro, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)Â