Irse y regresar, irse y regresar, irse y regresar… Lalo

Caribe Imaginado

“Nadie debe ser juzgado por emigrar. Las razones que se tengan, bastan. Irse no implica mérito, pero tampoco traición. Es, simplemente, una decisión de amplias consecuencias”

Eduardo Lalo

Acabo de finalizar el artículo de Eduardo Lalo, escritor puertorriqueño al que admiro mucho, titulado Irse en el que habla sobre la ola migratoria que vive Puerto Rico desde hace aproximadamente diez años y me ha puesto a pensar en mi propia emigración, en mi exilio. Sé que la mía es una realidad distinta a la que menciona Lalo, sin embargo, siento en carne propia algunas de las afirmaciones del escritor: “El que se va se convierte en un ausente. El paisaje ya no lo contiene” esa ausencia duele y sigue doliendo a pesar de los años que lleves lejos del lugar que te vio nacer.

Llevo más de la mitad de mi vida yendo y viniendo, cruzando el Atlántico sin pereza, pero casi con el mismo temor que sentí cuando lo crucé por primera vez, nunca me han gustado los aviones a pesar de que me encanta viajar. Cuando comencé mi vida con el boricua que se ha convertido en mi compañero de vida, le dije con gran seguridad y firmeza que si nos casábamos yo no iba a cocinar y que no sabía si iba a poder vivir lejos de mi familia y que si lo lograba tendría que visitarla como mínimo una vez al año. Él me dijo que estaba bien a las dos cosas. La primera de las condiciones no la he cumplido, cocino, aunque él también, pero la segunda ha sido constante en nuestra vida compartida.

Todos los años he ido a visitar a mi familia, nunca hemos tenido mucho dinero, pero ese viaje a España ha sido y es una prioridad en nuestras vidas, él casi siempre me ha acompañado, y todos los años he sentido ese dolor al despedirme de mi familia, esa angustia que expresa muy bien Lalo al decir que el que se va se convierte en invisible. Me encanta enviar fotos por “WhatsApp” a mi familia y al leer el artículo de Lalo creo que quizás a través de esas fotos estoy tratando de que el paisaje sí me contenga; pensando en retrospectiva me doy cuenta que siempre me ha gustado enviarles fotos; cuando nacieron mis hijos era una obsesión, y enviaba fotos casi semanal a mi madre para que pudiera ser testigo del crecimiento de sus nietos, pensaba yo, pero ahora me doy cuenta de que quería que mi vida, y la de mis hijos estuvieran presentes en la suya; iba tanto al correo que me hice muy amiga del cartero que me recibía y antes de enviar las fotos a mi madre se las enseñaba a él que las disfrutaba casi como si fuera otro miembro de mi familia.

Sí, he sufrido el dolor del estar lejos de la familia, dolor al que una no se acostumbra nunca, al revés cada vez se hace más difícil, cada año que pasa veo a mi madre con un año más y pienso que tengo que seguir disfrutándola, que el tiempo se nos está acabando. Sin embargo, difiero de Eduardo Lalo cuando dice “en el mejor de los mundos no debería haber emigrantes, solamente viajeros con ansias de ver y conocer” soy emigrante y creo que en el mejor de los mundos hay espacio también para los que se van porque por ejemplo comparten su vida con una persona de otro país, de otro continente, los que como yo hemos hecho de la tierra que nos recibió nuestra también y a la que consideramos parte de nosotros.

He hecho mía a la familia de mi compañero, el primer sobrino que me llamó tía fue puertorriqueño y me siento plenamente adaptada a la vida isleña, he sido madre en esta tierra y aquí he criado a mis hijos, que a pesar de haber ido todos los años a España se sienten plenamente puertorriqueños. En uno de nuestros regresos de Madrid, llorábamos los tres, mis dos hijos y yo, al despedirnos de su abuela, entonces se me ocurrió decirles que su padre y yo podríamos tratar de conseguir trabajo en España y vivir de forma permanente allí, mi hijo que en ese momento tenía cinco años, me contestó con lágrimas en los ojos; “mami nosotros pertenecemos a Puerto Rico” me sorprendió su conciencia nacional a esa edad pero sentí que tenía razón, que por ahora los cuatro pertenecemos a Puerto Rico, aunque hayamos seguido yendo y viniendo cada año.

Llevo conmigo el dolor de la pérdida como dice Lalo; hoy es el día de la madre y me encantaría abrazar a la mía y no puedo, aunque ella desde su profunda sabiduría de una mujer estoica que creció en la escasez de la postguerra española no le da mucha importancia a esta fiesta y dice que es un invento de El Corte Inglés, una tienda por departamentos muy conocida en España; la abrazaré este verano cuando vuelva a acogernos en su casa y celebremos juntas sus 80. La vida del emigrante tiene también la riqueza de vivir en dos patrias, dos espacios y lograr ser visible en ambos sitios. Lejos descubrimos lo que hemos perdido como dice Lalo, pero también descubrimos lo que hemos ganado al hacernos parte de otra cultura, otro espacio, otras personas a las que nunca hubiéramos conocido si no hubiéramos emigrado. La emigración me ha mostrado la maravilla de la diversidad de los seres humanos.

Me resulta muy hermoso que mis hijos tengan un acento diferente al mío cuando hablan español, es hermoso también descubrir la magia de una naturaleza diferente a la que me rodeó durante mi infancia y primera juventud. Y finalmente, es hermoso también tener otra familia, la de los amigos, no de sangre, pero sí de la vida que me ha estado acompañando durante los últimos veinte años. En el mejor de los mundos sí debe haber espacio para los emigrantes.