La cara desordenada de la esperanza: Marielis Acevedo Irizarry

Caribe Imaginado

Columpiarse en el suspiro de una boca pintada de humo… esa es la imagen que retengo en mi memoria cuando termino de leer este magnífico libro de Marielis Acevedo Irizarry. Una poesía que se columpia entre dos islas, Puerto Rico y Manhattan. Una mujer que se desliza de los brazos seguros de un padre bajo el árbol de cereza de su niñez, para navegar el mundo erguida. Esta es la voz de una mujer que se asume libre, y desde su pasión poética, nos lo devela en la mirada de las inmigrantes, en los ojos perdidos de algunas en el tren, desde su arrebatada pasión por un hombre que no sabe que es amado, ese que no llega, pero el mundo ha hecho el amor con mi sombra, nos dice.

Pocas veces me encuentro en el camino con una poética iluminada. Ese es el don de ser libre, de ser poeta. Y así lo deja acuñado en su escritura: Luchar para atrapar el milagro.

Vivir.

Estas palabras escribí hace unos meses como contraportada de este impactante libro. Y hoy, en un acto heroico de utopía, viajo desde la Isla de Puerto Rico, hasta esta otra Isla, para presentar este libro de poemas en prosa, y darle la bienvenida a su autora, Marielis Acevedo Irizarry, a su nacimiento público como poeta. Cosa terrible y temible es esta de ser poeta. Caminar por el mundo con esta herida en la mirada. Doblar la calle sabiendo que la luz y las tinieblas se doblan con nosotros. Experimentar el vacío, no solo nuestro, sino de cada huequito con el que nos tropezamos en la calle, como bien nos dijera la poeta Ángela María Dávila en su magistral poema Será la rosa: ¿será que uno no entiende / que a esos hoyitos cogidos en la calle / de camino a la escuela / podría tal vez darles con ponerse de acuerdo / para inventarse jugar a ser abismos?

Pero ahora, repasando y vagando por las páginas de este libro de poemas, me envuelvo en una misión detectivesca. Dónde está la cara desordenada de la esperanza. Quién tiene ese rostro. Quién lo posee. Quién se transforma y del desorden hace su metamorfosis a la esperanza. Por qué la esperanza. A quién le pertenece. Quién la exige. Quién la requiere para sobrevivir. Dónde está la belleza: en el desorden lógico del orden, o acaso la belleza en la esperanza. O será ese ojo que mira y sobrevuela su mirada. Quién nombra la esperanza. De quién es este desorden.

Abro las páginas de este libro en busca de alguna respuesta para esta avalancha de preguntas que me permito hacer(me). Para confrontar a la poeta con su atrevimiento. Transformar la cara desordenada en esperanza. O la esperanza desordenada y desparramada en las caras que deambulan por las calles de Nueva York. “Las caras lindas, las caras lindas, las caras lindas de mi gente negra…” cantaría Ismael Rivera en la composición de Tite Curet Alonso.

  1. Amo un hombre con cicatrices como las del tronco de un árbol
  2. Tú y yo mirándonos sin vernos
  3. El alma malherida
  4. Mírame como miro tus ojos de enredadera
  5. Mirada múltiple de la que se sostienen los soles de primavera
  6. Descubrió que solo necesitaba su reflejo
  7. Muchacho de ojos rotos
  8. Me pregunto si algún día desaparecerán los abrazos de plástico, las miradas de cristal, esos pedacitos que caen cuando los ojos se abren.
  9. La ceguera del mundo, los llantos destrozados en las pupilas
  10. Nos llamamos sin nombre / nos narramos sin historia
  11. Los anónimos esquivan los deslices del camino, no quieren tropezar
  12. Una inmigrante con nostalgia, una extranjera escarbando el nido extraviado
  13. Tal vez la cara desordenada esté ahí en el Manifiesto de Libertad
  14. Una mirada en la tierra que busca pisar el cielo
  15. La postura represora de la democracia, Michael
  16. Una inmigrante con la suela gastada / una caminante / una solitaria / una extranjera / una exiliada / una desconocida / una nómada / una niña / una amante / una maratonista / maestra / abogada / enfermera / traductora / escritora / bailarina / cantora…
  17. Mientras esta pluma pueda traslucir el camino, la esperanza no le temerá a la vida
  18. Prójimo, simplemente no te conozco
  19. Recogeremos nuestros pedazos. Nos sabremos otros.
  20. 20. Y al final, dice la poeta, la utopía
  21. Transgénero en el tren
  22. Acariciar la cara desordenada de la esperanza
  23. Tu rostro desaparece
  24. Estoy extenuada de dormidos que nunca duermen
  25. Quiero los ojos de ese niño / quiero esa mirada / quiero la inocencia / quiero mirar como el niño
  26. Cumple otra que soy yo, la próxima que seré


He aquí 26 instancias donde la poeta nos traslada a esas caras desordenadas, y donde declara su deseo de transmutarse en esa mirada del niño. Sí, hay que amar lo que uno es, el caleidoscopio de aquello que miramos. Porque lo que miramos se convierte en parte nuestra. Y aquello que no queremos ver, por la fuerza de su materia o de su mecánica, también es parte nuestra. Somos los que miramos. Y somos también lo que ignoramos. Todo es un inmenso rompecabezas que nos constituye.

La cara desordenada somos todos, y soy yo, y es ella. Tenemos todos los colores como existen colores. Todos los tamaños como existimos en tamaños. Todas las dudas, todos los miedos, todos los complejos, como podemos. Y somos también la cara de la esperanza. Como sea y como pueda la esperanza. Como la inventemos, como la necesitemos. Puede tener el rostro del amante, o la tibieza de un niño o una niña. Puede tener la ternura de la madre, los abrazos del padre. Puede incluso tener alguno de los nombres con que Dios se nos nombra. La cara de la esperanza la elije el ojo que la busca. La elije el ojo que la precisa. Y tal vez está tan cerca, como dicta el poema Brevedad: “No hace falta luz. El camino ya lo conozco. He recorrido cientos de miles de kilómetros para descubrirte en mis manos”.