Nuevo presidente, ¿una nueva era para Egipto?

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Hay un ambiente de júbilo en Egipto, bocinas de carro, coros, petardos, fuegos artificiales, banderas… por las calles transita una brisa que calma la tensión vivida a principio de la tarde del 24 de junio. Estaba anunciado que a las tres de la tarde anunciarían los resultados de las elecciones presidenciales efectuadas el 16 y 17 de junio, después de una semana de espera e incertidumbre. Sin embargo los resultados no se anunciaron hasta las 4:30pm, 90 minutos tardó la comisión electoral en anunciar el nuevo presidente –lo que tarda un partido de fútbol— tras un largo discurso que subió estratosféricamente la tensión del país. Luego llegaron los resultados, 90 minutos después de la hora anunciada, una semana después de las elecciones, décadas después de una dictadura militar. Y el júbilo se hizo visible en las calles, como unas gafas que te permite ver la realidad de otro color, aunque nada cambie.

 

Ha ganado Mohamed Mursi, candidato de los Hermanos Musulmanes, organización fundada hace más de 80 años que ejerció gran oposición durante el régimen de Mubarak. En aquel entonces los Hermanos estaban prohibidos como partido, pero sus candidatos se presentaban a las elecciones parlamentarias como independientes en procesos continuamente manipulados donde siempre ganaba la mayoría del partido de Mubarak. Por tanto, los Hermanos ejercieron de oposición, pero también ayudaban a legitimar el fraude electoral que perpetuaba la dictadura, a cambio de una pequeña participación parlamentaria.

Sin embargo, los Hermanos ganaron esta vez la presidencia por su propio impulso, con 51% del voto a favor, pero aún lejos de ser un proceso democrático. Con ello no insinúo que se robaron las elecciones; lo que no se sabe es qué tipo de negociaciones y pactos se dieron entre los militares y los Hermanos Musulmanes durante la semana, antes de anunciar los resultados.

Parece haber algo distinto en estos nuevos pactos, los militares son conscientes que el no conceder la victoria del candidato musulmán podría causar una nueva revuelta popular, aunque con nuevos actores que no serían necesariamente los jóvenes que lideraron y presenciaron la revolución. En cierta forma la nueva presidencia es parecida a la caída de Mubarak, algo que los militares dejaron que sucediera para poder mantenerse en el poder.

Y antes de conceder la victoria presidencial –inclusive antes de las elecciones— los militares se blindaron. Tres días antes de las elecciones, los militares anunciaron un decreto en el que se permite a la inteligencia militar y policías militares a arrestar civiles, asunto que hasta ese momento era competencia de la policía nacional.

Dos días antes de las elecciones, la Corte Suprema Constitucional, en la que sus miembros fueron asignados por el régimen de Mubarak, anuló una medida parlamentaria que descalificaba candidatos presidenciales con vínculos a la dictadura y dio luz verde al candidato militar, quien fue el último Primer Ministro durante el régimen. Además, dicha corte disolvió el nuevo parlamento inaugurado a principios de este año.

La noche antes de las elecciones, los militares tomaron posesión del parlamento. Luego vino el golpe de estado, que vino con el cierre de los comicios electorales el 17 de junio. Hasta nuevo aviso, los militares se harán cargo del parlamento y de designar el comité para redactar la nueva constitución, así mismo tendrán el poder de vetar algún aspecto que no les guste en ella.

En cuanto a la presidencia, los militares decidieron que el nuevo presidente no tiene poder sobre el presupuesto del país. Y en caso de someter algún proyecto de ley, éste dependerá de los militares actuando como parlamento. Además, la junta militar desligó el poder presidencial sobre los militares. Por tanto ha quedado un poder presidencial muy limitado.

Es irónica la postura estadounidense a través de Hillary Clinton y el portavoz del Pentágono. Ellos han expresado preocupación por el anuncio de los militares sobre el poder para arrestar civiles y, por otro lado, supuestamente apoyan las aspiraciones democráticas del pueblo egipcio. Sin embargo, Estados Unidos ha decidido descongelar la ayuda militar a fines de marzo este año, la cual estaba supuestamente atada a mejoras en transición democrática. De los 1.5 billones de dólares que brinda Estados Unidos a Egipto, $1.3 billones es ayuda militar. Entonces, ¿cómo puede Estados Unidos reclamar a los militares que colaboren con la transición, mientras la apuesta de apoyo estadounidense es primordialmente militar?

Ahora que Egipto tiene un nuevo presidente, comienza a contar otra vez el reloj. Habrá que ver cuánto tiempo dura el nuevo gobierno sin que los militares lo bajen del carro del poder. La realidad es que hay un país polarizado, por un lado sectores de la población que tienen grandes expectativas del nuevo presidente musulmán. Por otro, grupos sociales que querían al candidato militar ya sea por la mano dura bajo la bandera de la seguridad o por miedo a la radicalización religiosa del país bajo un gobierno musulmán.

Sin embargo, el nuevo presidente parece tener poco margen para gobernar entre estos dilemas. A pesar de no figurar en la papeleta, los militares ganaron las elecciones presidenciales: tienen control del parlamento, la futura constitución, el presupuesto y la economía. Pero, por más mínimo y errático que pueda ser el cambio, tiene algo de positivo, aunque sean sólo migas por ahora. Ya no estamos hablando de un faraón, de un monarca o un militar quien preside el país, sino de un civil. Dicha persona no llegó a la presidencia simplemente porque se dieron unas elecciones, sino porque antes de las elecciones se abarrotaron las calles demandando un cambio de gobierno y mejorar las condiciones de vida.

Ahora toca un nuevo reto, el presidente no representa a sectores claves que impulsaron cambios en la revolución. En medio de las celebraciones por las posibilidades políticas que se puedan dar en Egipto, queda la sobria realidad de que los cambios estructurales que ha buscado la revolución no se dan en ninguna parte a la primera, sino se dan por insistencia.