La bomba, baluarte libertario de la africanía puertorriqueña

Historia

Repican los tambores, se agitan los vuelos de las faldas, se doblan las rodillas y se mueven las caderas. Las manos danzan al ritmo de la madre África. La memoria evoca sentimientos, arrullos, ternuras, corazones que laten y ojos que lloran por la pérdida de la libertad. Detrás de la alegría está oculto el dolor de los seres amados que no se volverán a ver, la lejanía de la patria, la humillación de las cadenas opresoras y la sangre vertida que clama por justicia.

Al baile lo llamamos bomba. Sin embargo el ritmo es relicario de alma negra adolorida y ensangrentada. La bomba es la oración a los dioses tutelares cantada por sus hijos emigrantes forzados. Es sudor de hombres y mujeres que en medio de la desesperanza, del dolor agónico de la deshumanización permanecieron firmes a sus principios, aprendieron a jugar el juego de la fusta del capataz blanco y se burlaron de sus amos manteniendo su identidad cultural y sus creencias solapadas entre padres nuestros y ave marías.

La bomba es la historia de la africanía puertorriqueña.

El origen del baile de la bomba se pierde en la lejanía de los tiempos. Hay eruditos que aseguran que la bomba emigra desde el noroeste africano hasta Haití, donde se enriquece con aportaciones francesas. Con los movimientos migratorios entre las colonias caribeñas generados por la venta de esclavos la bomba llegó a Cuba y Puerto Rico donde adopta fenómenos de las culturas locales evolucionando en rumba en la primera y bomba en la segunda. La revolución haitiana y la migración de franceses con sus esclavos añadieron nuevos matices a los ritmos africanos locales.

La bomba puertorriqueña como nos ha llegado a nosotros nace del clamor del negro en el cañaveral. Es canto y baile. El ritmo, el canto y el baile recogen en cada nota la alegría y el sufrimiento diario del esclavo. La bomba nace en la cercanía del mar, ese océano tan temido porque a través de él fue que llegaron los ancestros encadenados, marcados por el látigo y la traición de sus hermanos de piel oscura.

Mayagüez se convierte en la cuna de la bomba porque fue en la Sultana del Oeste donde el ritmo subió a los salones de la alta sociedad. Sin embargo, la bomba en sus diferentes cadencias la encontramos a lo largo de todo el país. Además de Mayagüez otros pueblos que reclaman la cuna de la bomba son Loíza, Ponce, Guayama, Arroyo, Cataño y Santurce.

En la actualidad proliferan las escuelas de bomba en el país. Desde el barrio sanjuanero de San Mateo de Santurce, que reclama ser la Meca de la cultura negrista de la nación puertorriqueña y a lo largo de todo el litoral isleño, los repiques de los barriles le gritan al mundo que Puerto Rico es hija de la mezcla de pueblos en el Caribe y nieta de África.

“El origen de la bomba se pierde en la conciencia de los tiempos”, señala el historiador Luis Santaliza Villabella. “El ritmo prolifera a través del país, pero es en Mayagüez donde se señorea sobre la sociedad y clama su lugar como gran dama de la cultura nacional”.

La bomba es en el siglo XXI el símbolo de la nación puertorriqueña suplantando a los ritmos tradicionales que marcaron la identidad nacional en la centuria pasada como lo fue la danza.

“El siglo XXI ha comenzado con un despertar de conciencia y con la ruptura de la cadenas mentales que sojuzgaban la cultura nacional”, indica la folclorista Carmen Cruz Jusino. “Puerto Rico ha aceptado que es hija de la mezcla étnico-cultural, que posee una cultura rica en aportaciones africanas que la hermanan con el resto del Caribe. Ya no pretendemos ser una nación blanca. Estamos aceptando la diversidad de tonos de nuestro folklore”.

Lo que hemos llamado cultura puertorriqueña por los últimos ochenta años fue la determinación de un grupo de eruditos influenciados en gran manera por los prejuicios raciales que proliferaban en los Estados Unidos y que impactaban a la colonia, explica Cruz Jusino.

“La identificación de una cultura nacional requirió la marginación de la realidad folclórica del país y con ella se ocultó a la abuela negra, en la cocina”, dice Cruz Jusino. “Había que ser aceptado por el oficialismo gubernamental, controlado por gente de piel clara, que a escondidas se contoneaban al ritmo de los tambores, pero que pretendían ser parte del establecimiento estadounidense que regentaba la colonia”.

La bomba fue lentamente rompiendo las cadenas impuestas por la mentalidad restrictiva y el deseo de ser aceptados por la metrópoli anglosajona.

Los repiques de tambores y panderos resquebraron lentamente la muralla del prejuicio racial y cultural. Para finales del siglo pasado, la muralla se derrumba con el surgimiento de ritmos urbanos sensuales y atrevidos. Sobre las ruinas de la muralla se levanta señoreando la bomba gritándole a todos que Borikén reclama ser hija de madre taína entrelazada con padre europeo y africano, esclavo y cimarrón.

La bomba no solo es baile y folklore, sino que es investigación histórica, pues en sus raíces se encuentra escondida el origen de la nación puertorriqueña.

Aunque para el desconocedor la bomba pareciera un ritmo cónsono porque todos los estilos o toques de bomba cuentan con el juego de los barriles o tambores, existen diferencias que identifican la región de donde procede el baile.

“Para el que desconoce la bomba, podría pensar que es el mismo ritmo, sin embargo cada región costera del país tiene su propia cadencia”, añade Santaliz

Solo en la región sur del país de han identificado ocho sones de bomba: güembé, leró, gracimá, holandé, calindá, yubá, belén, cunyá, ymariandá, añade. Los nombres de algunos de los sones nos recuerdan el origen africano del baile (babú, belén, cunyá, yubá y otros). Por otro lado otros estilos del baile están asociados con la trayectoria de los esclavos a través del Caribe como es el caso del leró que nos recuerda la influencia francesa (rosa) o el holandé haciendo referencia a Holanda.

“El nombre del baile de bomba deriva del termino francés bamboula”, señala el historiador mayagüezano. “Un científico francés de nombre André Pierre Ledrú llevó a cabo una visita oficial a Puerto Rico en 1797. Durante una visita al pueblo de Loíza identificó un baile que se acompañaba con un tambor al que llamó en sus palabras “nommé vulgairement bamboula”.

El escritor Julio Vizcarrondo traduce en 1864 “bamboula” como bomba. Desde ese entonces la palabra bomba es parte integral del floklore nacional. La palabra bamboula (bambula) o boula (bula) para referirse al tambor no solo se usaba en Puerto Rico si no que era empleada a lo largo del Caribe. El término lo encontramos también en Haití, Guadalupe, Carriacou, Martinica, St. Lucia, Dominica, Trinidad, Jamaica...

Los tambores son los instrumentos que identifican a la bomba.

“Los tambores de bomba se construían con los barriles utilizados para envasar el ron”, señala el historiador caborrojeño Germán Cabassa Barber. “Por eso es que los llamamos barriles”.

Existen dos tipos de barriles de bomba, el primo o primer barril y el segundo o repicador.

“El primer barril también se conoce como burlador, burleador o requinto y al segundo como seguidor. La función del segundo tambor es marcar el ritmo de bomba constante que sirve de plataforma para que el tambor primo pueda improvisar. El segundo tambor define el estilo y el nombre del baile”, añade Cabassa Barber.

La bomba tradicional tiene una estructura musical de ABAB, definiendo la A como el coro y la B como el soneo. El ritmo no requiere del coro, usando solo dos tambores. En Puerto Rico se usan hasta cinco tambores o barriles de diferentes tamaños.

El baile de bomba requiere de bailadores. Los bailadores transmiten el espíritu ancestral con sus cadencias. El baile se inicia con un solista llamado “laina” que entona una frase en tono de llamada ancestral. El coro responde, mientras los músicos tocan los atabales, los palitos, que se llaman "cuá" o a veces, fuá, y una maraca (no el par), tocada por unos de los cantantes, usualmente una mujer.

“El vocalista te conduce a un trance que explota en una catarsis rítmica donde los bailadores toman turnos desafiando a los tambores, gestando un dialogo con sus movimientos que es contestado por el tambor”, describe Cruz Jusino.

La bomba nace negra en los cañaverales. La transformación social y la aceptación de la realidad geográfica e histórica de la nación puertorriqueña la han encumbrado en el siglo actual como la máxima expresión de la identidad nacional.

“Bailar bomba es sentir a la patria encadenada que clama por libertad en la esperanza constante de que la abolición está cada día más cerca”, añade Cruz Jusino. “Hemos comenzado a aceptarnos como somos, allí se acuna el germen que parirá a la nueva nación puertorriqueña”.