OTRO MUNDO ES POSIBLE

Creativo

(Ensayos para la terraza. Isla Negra Editores, 2008/2010).

Que otro mundo sea posible me suena a un imposible.  A partir de los encuentros del Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil, pienso que hemos acuñado una expresión que me sigue resultando difícil de entender.  ¿Pero por qué el otro mundo es posible?  ¿Por qué este mundo no es el mundo posible?  ¿Por qué no aceptar que este es el mundo que nos tocó vivir?

Algo me dice que la modernidad anda suelta detrás de este slogan que se ha hecho mundialmente famoso.  Digo la modernidad, pues en el relato grande siempre pensamos en una lógica entre opuestos dominantes: el mundo posible ante el mundo imposible.  ¿Pero habrá términos medios?

Ya lo decía Voltaire en el Cándido que vivimos en el mejor de los mundos posibles.  No obstante, hoy desde Porto Alegre nos planteamos que este aún no es el mejor de los mundos, y que nos espera otro que es posible.  Esto me preocupa, en todo caso, pues no nos cansamos de vivir para seguir pensando que el futuro, ese sublime concepto del cristianismo, es el de puro esplendor.  Y, ante esto, pienso que hemos acuñado un motivo que tiene mucho que ver con los fundamentos judeo-cristianos de nuestro entorno occidentalista.

Es decir, para los cristianos, desde el momento original de la creación, hemos convivido con el binomio entre el bien y el mal.  Ante esto, o el hombre o la mujer; las leyes o la violación de las referidas leyes; comer la manzana o no comer la manzana; la vida eterna o la mortalidad ante el pecado original.  Es decir, volvemos a lo básico: el bien ante el mal.

Lo interesante es, que a partir de ese momento, y, sobre todo, muy bien capitalizado por la modernidad (el progreso civilizado ante la incivilización sin progreso), hemos comprendido que lo “normal” es vivir dentro de los opuestos.  Nunca hay términos medios; simplemente, hay opuestos en la lógica de los binomios.  Es decir, sería posible pensar, ya sea desde la modernidad de Voltaire (“vivimos en el mejor de los mundos posibles”) o desde la propia lógica cartesiana (“pienso, luego existo”), que existen puntos intermedios, nunca en plena oposición, que pueden ser mucho más intermedios que la oposición plena del bien y el mal del cristianismo.

Pero, ante esto creo que la idea original del cristianismo occidentalista –resulta difícil pensar en algún musulmán que diga que otro mundo es posible; la posibilidad está en este mundo; o, más aún, lo mismo aplica a un judío o a un hindú o a un rastafari, no por dejar de mencionar a un yoruba.  Esta idea la capitalizó muy bien la modernidad de Voltaire y Descartes, y fue apropiada a su vez por los discursos en alternativa que luego se hicieron dominantes.  Es decir, el viejo Karl Marx –no así el joven Marx de los famosos Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1848– se preocupó por construir el futuro.  A través del protagonista histórico de la clase obrera, Marx nos convenció a todos y todas que había otro mundo mejor que el mundo existente.  Ante esto, durante muchas décadas vivimos luchando contra el opuesto dominante, para imponer el opuesto no-dominante.

En el mundo en que vivimos, donde para bien o mal vivimos atrapados por los mismos discursos dominantes de la modernidad que intentamos negar, podrían los activistas de la sociedad civil global, en lugar de ocuparse en buscar “otro mundo posible”, decir algo así como: “a ver cómo reconocemos la diversidad y pluralidad de nuestro mundo”; o, dicho a modo de cantinflada de Mario Moreno, “ni buenos, ni malos, sino todo lo contrario”.  Es decir, el problema no radica en que haya otro mundo posible, sino en continuar viviendo de los opuestos sin reconocer que la diversidad no tiene opuestos dominantes, simplemente opuestos que coexisten con todos aquellos con los que debemos vivir.  No podemos continuar promoviendo, ni desde los discursos dominantes de los que nos dirigen (pensando en el nuevo orden global de la camarilla de George W. Bush) ni de los que nos sugieren vivir en alternativa (los camaradas de Porto Alegre), que podemos continuar pretendiendo que existe un mundo mejor que otro mundo; todo lo contrario, coexistimos entre mundos que meramente existen.

Vivir de forma intermedia, o, como decía el escultor vasco Jorge Oteiza, vivir en el “tarte”, es decir en el intermedio.  La obra que consta de más de una pieza nunca, es las partes de forma individualizada o en su conjunto.  La obra, según Oteiza, radica en el espacio vacío, donde se enmarcan las figuras múltiples una frente a la otra.  En otras palabras, ni buenos ni malos, aunque todos y todas debemos convivir en este planeta, en este mundo, que es, a fin de cuentas, el único que tenemos.  Y, siempre apostando a que de la diversidad de nuestra vida, diaria y universal, entre la  existencia del otro y mi existencia, algo deberá surgir.