La ideología neoliberal del "capital humano"

Historia

altDebe apreciarse la importancia del concepto de "capital humano" para la consolidación estratégica del neoliberalismo como fase particular del capitalismo. Es una ideología dominante hoy.

El concepto está principalmente en la obra, de los años 60 y 70, de Theodor Schulz y Gary Becker, académicos de Economía de la Universidad de Chicago y probables precursores de lo que comúnmente se ha llamado la "escuela de Chicago", un referente de la ideología neoliberal dura estadounidense (ver Christian Laval y Pierre Dardot, La pesadilla que no acaba nunca: el neoliberalismo contra la democracia, 2017, y La nueva razón del mundo, 2013; y Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, 1978-79).

No es nueva la práctica del "capital humano", pero ahora se supone moralmente universal y se inculca desde las más tempranas edades y los más tiernos grados escolares.

El "capital" habitaría en las destrezas y competitividad de todos los individuos y aumentaría con las "inversiones" que éstos hacen en sí mismos, por ejemplo educación y adquisición de destrezas técnicas e intelectuales. La empresa capitalista sería el propio ser. El beneficio sería, desde luego, el aumento del dinero propio.

El neoliberalismo es obra del estado, las fuerzas corporativas, la hegemonía financiera y el aparato de vigilancia, pero también produce una nueva subjetividad. Siempre optimista, el capital-sujeto puede y debe competir y aumentar su dinero.

Se identifican individuo y capital; aquí todos somos capitalistas. Desaparecen, imaginariamente, la condición objetiva asalariada de la mayoría de la gente, y la distinción entre salario y ganancia resultante del trabajo de otros. El "capital" es subjetivo, ideológico, la persona misma.

Sobre todo en países y sectores sociales donde es común el acceso a universidades e institutos, la identificación sujeto-capital entusiasma y estimula aspirantes a profesionales, intelectuales y pequeños empresarios. En tanto estos grupos administran o predominan en espacios mediáticos e institucionales, difunden su visión de mundo por toda la sociedad como si fuera la única realidad.

Es un empresarismo sin empresa, insertado en el alma y el cuerpo, siempre contendiente por la competencia constante. Llama a una transformación permanente del cuerpo y de la mente del individuo para que éste compita contra sus semejantes por un puesto de trabajo, promoción en el empleo, más dinero y otras gratificaciones.

Es un entrenamiento en la ilusión de conquistar la felicidad mediante la lucha individual. No hay que lamentar aquí el grito de sálvese quien pueda, sino celebrarlo como la consigna justa.

En el análisis marxista, bajo el capitalismo los trabajadores compiten entre sí para vender su fuerza de trabajo y poder vivir de un salario, el cual generalmente basta para reproducir la fuerza de trabajo.

Los seres humanos están forzados a reducir su potencial productivo y creativo a una especialidad o labor específica que asume la forma de mercancía: la "fuerza de trabajo". El salario es el precio de esta capacidad productiva que el individuo ha amasado intelectual, moral y físicamente, para ofrecerla en venta al poder capitalista que rige su vida.

Según Marx, la explotación reside en la diferencia entre salarios y el valor que el proceso de trabajo produce —y el capital se apropia—, y en muchos otros modos en que el capital extrae valor a espacios y relaciones a lo largo de la sociedad, a costa de las clases populares y de la naturaleza.

En consecuencia los seres humanos viven enajenados del fruto de su trabajo; de la riqueza general que la humanidad produce; de sus propias potencialidades morales, intelectuales y físicas; de la naturaleza; de los otros; y de la cooperación que hace posible a la misma sociedad humana.

Para el neoliberalismo, en cambio, la competencia y el intercambio por dinero son principios afortunados. Lejos de admitir una reducción del potencial humano, supone la plena realización personal.

Donde Marx vio el alejamiento y la confrontación entre los productores como una disminución de la sociedad, el capital humano ve oportunidades infinitas de liberación individual mediante el mercado. Las destrezas no se disminuyen en una mera mercancía, sino que son "capital" que se expande en las relaciones de mercado. El sujeto es en sí mismo una empresa.

Podemos inferir que esta competitividad es más factible en individuos que provengan de sectores sociales donde han heredado "capital" por su trasfondo familiar, acceso a educación —especialmente superior—, destrezas intelectuales y técnicas, conocimiento cosmopolita, ambiente económica y culturalmente rico u holgado, etc.

Los intelectuales egresados de la academia son capitales más competitivos que los que no accedieron a la educación. En consecuencia han de ser más agresivos e individualistas, y más leales al sistema de mercado. Que sus salarios sean altos confirmaría la tesis del capital humano, y así participan entusiastas en la institucionalidad dominante.

El préstamo de estudios, lejos de ser una carga opresiva, sería una ventajosa inyección de energía competitiva y de imaginación utópica individualista. También la beca del gobierno aumentaría el valor del capital humano.

La formación intelectual es por tanto algo privado. No han de compartirse el intelecto ni el conocimiento, a menos que hacerlo sea rentable. Debe usarse el prestigio que emane del intelecto propio, incluso contra los otros, pues podrá significar poder o dinero.

Ya muy alejada del ideal de Platón, la educación se identifica con valores codificados. Criterios capitalistas, gerencialistas, carreristas y tecnocráticos rigen la academia neoliberal. Es muy peculiar lo que significa hoy ser "educado" e "informado".

El sujeto-capital humano acumula inteligencia en el sentido doble de cultivo de la memoria, la información y la destreza analítica y de razonamiento; y, por otro lado, de espiar, destruir o sacar de carrera a otros, desinformar, simular y operar estratégicamente, aprovechando los datos y articulando el razonamiento a la acción ágil y artera.

Metáfora de actividad militar, el intelecto incluye una sensibilidad paranoica que percibe peligros y oportunidades en todo momento. Recursos operativos son la astucia, la sospecha, el secreto y saber convertir reveses y crisis en dinero, poder, prestigio, ventaja, crédito, autopromoción.

La competencia es continua e ininterrumpida. El neoliberalismo supone naturales el mercado y el deseo competitivo, y que la sociedad de mercado se extenderá ilimitadamente en el tiempo y el espacio. Cada cosa o relación, sea del mundo humano o natural, puede hacerse mercancía o recurso rentable. Podrá ser valorizada, capitalizada, poseída, vendida, comprada, explotada, registrada.

La búsqueda individual de acceso a riqueza se supone ilimitada —análogamente a la lucha perpetua entre empresas en el mercado—, e irá por encima de los límites que representen los otros. La indiferencia, apatía u hostilidad hacia el otro oponen, así, la búsqueda de satisfacción privada al carácter colectivo de la condición humana.

La competencia es a la vez tensión y gozo, por la intensidad de la incertidumbre. Los mercados aparecen y desaparecen, se contraen y expanden. Se puede ascender y caer una y otra vez.

La carrera sin límites exacerba las desigualdades, por las innumerables diferencias, variedades e inequidades respecto a cuánto "capital humano" posee cada cual, o sea, previamente acumulado o invertido en su trasfondo.

Menos competitivos resultan los grupos sociales poco entrenados en la cultura tecnológica y académica y los sujetos menos dados a sacar provecho, como "capital", a su mente-cuerpo y a formar sus identidades de sujeto-capital y sujeto-máquina.

Aparecen contrastes entre personas jóvenes nacidas y entrenadas en la competitividad del capital humano —dado el ambiente neoliberal que organizan los medios educativos, de comunicación, publicidad, etc.—, y mayores, cuya formación cultural y subjetiva, en épocas pasadas, se fundó en la cooperación, el bien común, la lucha solidaria y los espacios públicos, comunes y políticos: valores que ahora se consideran naive, ingenuos, inútiles, atrasados, anticuados, inservibles y autoritarios.

El poder de las corporaciones transnacionales desmantela la ilusión de estables economías nacionales y empleos permanentes. Con la revolución tecnológica y de internet aumentaron los trabajos individualizados y asociados con destrezas intelectuales, aunque a menudo inciertos, temporeros y parciales. La ideología del capital humano se fortalece justamente porque ahora muchos salarios son insuficientes para reproducir la fuerza de trabajo.

Internet y sus artefactos digitales y "redes sociales" fusionan la mente con la navegación y la transacción en línea. Hacen que las posibilidades del capital humano parezcan infinitas, en un universo ilimitado. Las destrezas e inteligencia personales se realizan ajustándose a la inteligencia artificial, las codificaciones y las indexaciones digitales.

Por supuesto, abundan resistencias y oposiciones. Pero son tiempos difíciles para los esfuerzos y pensamientos de disposición anticapitalista, socializante o decolonial, dada la expansión y densidad de una cultura que identifica subjetividad, capital, egoísmo y mercado.

¿Cómo se relacionaría esta persona neoliberal con lo que Sigmund Freud llamaba las pulsiones de amor y de muerte (u odio), es decir las tendencias, contradictorias entre sí, al Eros y al Tanatos que coexisten en el alma humana (cfr. El malestar en la cultura, 1929)?

Es posible que el capital-yo genere formas nuevas de represión sexual y ausencia de empatía, al subordinar la dimensión erótica y amorosa a la "razón instrumental" competitiva (ver Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración, 1944).

La alta competitividad debe conllevar una nueva configuración disciplinaria del cuerpo, la mente y la sexualidad, análoga a la coerción y reformación del sujeto correspondientes a las diversas formas históricas de producción y tecnología, que Antonio Gramsci discute en Americanismo y fordismo (1929-30).

Es probable que crezca la "pulsión de muerte" —la disposición agresiva y destructiva contra el otro— bajo el influjo de la competencia del mercado y de la lucha por la sobrevivencia y la expansión, no ya de una empresa propia, sino del propio yo-capital: la empresa imaginaria convertida en subjetividad