Antillas; ron, marino, prostituta.
Antillas; caña y coco y caciquismo.
Antillas; sol y viento sin disputa,
huracanado asunto de turismo,
borrón de imperialismo,
y sádico festín de fuerza bruta.
¡Viruta! ¡Viruta!
De sol a sol, de la montaña al llano.
Designios verticales deprimidos,
cuerpos casi vencidos,
Detritus de aluvión,
residuo humano,
corazón decaído
como de flor que va de mano en mano.
O de mujer que rueda como un vino
de marino en marino
de gringo en antillano.
Así somos, así nos han pensado,
pero no hemos de ser eternamente baratija o detente
del turista que llega ya cansado de tan falsificada geografía.
Aquí, en el mediodía,
en el mar nuestro,
el mar de nuestro día,
hay un ciclón de anhelos rebosado,
un viento agudo de pasiones fuertes,
traspasado de muertes,
con la fe bien puesta en el dolor callado.
En tarjeta postal aprisionado
no presiente el paisaje que está herido,
ni descubre su agónico latido.
Su dolor es tecnicoloreado.
Jíbaros, guajiros, jilgueros, cacatúas
empleitas plumas, colorines, soles.
¡Hay que tener bemoles
y alambradas de púas
para sacar el hambre del paisaje
y presentar el trópico en tarjeta
como un niño de teta
para incitar al inocente viaje!
Cuadriculado el círculo del viento,
el ciclón es un cuento
de revista barata que nunca se desata
ni hace el menor intento
de atacar el turista descontento
que busca lo peor y lo retrata.
¡Mi trópico enjaulado!
¡Qué mucha luz y qué mucho derroche,
y qué muchos fantoches a vivir del embuste dedicado!
Y a pesar de las lunas inflamadas,
de la cruz que llevamos en la frente,
y de esa pobre gente
que carga con sus vidas desplomadas
propasadas de angustias y de fiebre
hasta el sol posa, para que el retrato
no salga mal y no se escape el gato
que se pretende hacer pasar por liebre.
Se ha perdido el recato.
El pudor que es vergüenza se ha perdido,
y no hay un solo punto conocido
que no haga del dinero y del boato
el punto fuerte, que es el punto flaco.
¡Eso es llamarse un taco!
¡Un tercio! eso es lo grande y lo prudente.
Lo demás es majadería de bruto.
No hay como ser astuto
para poder vivir gloriosamente.
¡Qué cosa! ¡Qué salero!
Los comerciantes hacen su dinero
vendiendo sal de fruta sin la fruta.
Y convierten la dama en prostituta
como si todo fuese un gran relajo
como si no costase nada ser decente.
¡Pobre gente!que vive boca abajo
y cree que vive tan altivamente.
El viento se fatiga, compañeros,
y el sol se daña en los estercoleros
y en el fanguito y en la manglería
la inmundicia chorrea
cuando sube hasta el tope la marea
y llena el batey de porquería.
¡No miréis, caballeros!
¿Qué hacer con tanta mierda?
Perito del gobierno,
ponedle un poco más pericia.
¡Que con inmundicias también se hace dinero!
Y en el aire febril que nos rodea
el perfil que hemos puesto a la intemperie
se multiplica en serie.
Tenemos libre y sin tarifa
nuestra cuota de cielo,
y nuestro aire no paga cabotaje,
es la única rifa
que nos hemos sacado por consuelo.
Lo demás es el suelo
y al suelo está amarrado el coloniaje
y cada hombre nace al desconsuelo
de saberse ceñido a su destino
que es un destino aciago,
como un viaje, que no se sale nunca del camino.
No va a ninguna parte.
Es un arte.
Ser el grano en la piedra del molino,
y continuar creyendo que la harina
seguirá siendo parte del paisaje.
No es aguaje.
Es lo que la inocencia afirma
infinadamente y sin ambaje.
[Nota editorial: poema escrito en la década de 1930]