EL SER INDÍGENA

Creativo

Lo curioso es que a su llegada, los primeros conquistadores de mi país se toparon con unos pobladores, a los que llamaron indios. Los indios, realmente hablando, seres humanos de nuestra región, tenían otros nombres para describir su identidad. Identidad que era, cuanto menos, distinta de los que llegaron.

Sería más fácil acatar otra terminología para definir el mundo indígena, pero lo cierto es que “ellos”; los que estaban aquí antes de que llegaran los “otros”, tenían una identidad basada en un paradigma distinto de que los que llegaron. El mundo no se describía de la misma manera para unos y para otros –eran mundos distintos, que se describían con distintos lenguajes.

Por lo tanto, indios o indígenas fue lo que vieron los primeros conquistadores. Conforme a su concepción del mundo, los conquistadores impusieron esta mirada, sin reservas ni objeciones aparentes por parte de los que vivían aquí. Esa mirada desconocedora de la diversidad, fue la que impuso, desde el primer día de su interacción una mirada intolerante y negadora de la diversidad alterna. Nunca fue, por decir lo mínimo, una mirada para reconocer la pluralidad y la diferencia y, sobre todo, el poder convivir de forma armoniosa con éstas.

El ser indígena, como construcción a partir de la mirada de los que tuvieron dominio de la violencia (el poder del Estado) y del espíritu (el poder de lo trascendental religioso) no tuvo mucho que ver con los que vivían aquí, sino con los mitos y creencias de los recién llegados. Fueron estos, los primeros conquistadores, quienes tuvieron una capacidad limitada para entender, de otra forma que no fuera la dominante que conocían desde su territorio nacional, que no todos éramos iguales. Más aún, que la diferencia, en torno a la pólvora y la Biblia, no daban espacio para que unos se impusieran ante otros de forma poco justificada. Lo cierto es que el acto de dominación que surgió desde el primer día del encuentro, se estableció ante una lógica no justificable, que, como el pecado original ha sido muy difícil de superar varios siglos después.

La cultura indígena se definió, a partir del encuentro con los primeros conquistadores, como un asunto secundario respecto a la cultura dominante. A partir de ese momento, surgieron los adjetivos calificativos para hablar del otro y de la otra. Surgió un entendimiento de menos-valor de la persona diferente, que tenía la encomienda existencial de ser esclavo, prostituta, ladino, ladrón, excluido y excluible. En esta medida, desde el principio surgimos como un pueblo que tuvo y tiene un entendimiento claro de establecer la diferencia. Es decir, somos propensos a establecer categorías sociales basadas en el sentimiento de que unos son una cosa, y otros son otra.

Los indígenas son la primera experiencia social de seres excluibles que creó mi nación. A partir de ese momento, y como punto de partida, comenzamos a desarrollarnos con un sentido claro de que al ser excluible se le puede un trato y consideración diferentes. Como producto de ciertos sectores progresistas dentro de la iglesia católica, que fue colaboradora en el proyecto de la construcción de la otredad, se desarrolló todo un discurso de rescate y salvación del otro “excluible”, pero con potencialidad de ser “incluible”. Es decir, los indios al ser suficientemente buenos y estar potencialmente sujetos a la reeducación, podían ser tratados casi a la par de los humanos-católicos europeos. Así, se crea un discurso de estado que es múltiple respecto al concepto de otredad. Unos podían ser tratados de una forma; otros podían ser tratados de otra; y otros, nunca existían y nunca existieron.

Desde esta perspectiva, el pecado original, para reformular el paradigma judeo-cristiano, surge a partir del encuentro entre los primeros conquistadores y las poblaciones que vivían antes de su llegada al territorio nacional. Posteriormente y como fenómeno cultural, siempre hemos tenido la disposición, la voluntad, para crear categorías excluibles que nos han servido, para bien o para mal, a la hora de ejercer dominio, gobernabilidad y, sobre todo, para establecer un orden de lo que es “normal” dentro de los tratos diferentes.