Kayaquear es vivir [feliz] en los tiempos del Covid-19

Caribe Hoy

Uno de los dilemas más fuertes en esta temporada del Covid-19 ha sido el tema del distanciamiento social y el dejar de compartir. Los seres humanos somos por naturaleza gregarios.  Nos gusta formar parte de un grupo. Esa energía invisible que se intercambia entre las personas mientras se comparte, nutre nuestras almas y nuestros espíritus.

En particular, la soledad, en estos tiempos, ha impactado a todas aquellas personas, jóvenes, de edad mediana o seniors que viven solos.  Ello porque más bueno que malo, si estás casado o convives con alguien, incluyendo hijos, pues en cierta forma tienes una compañía física presencial.  Y digo más bueno que malo porque estoy muy consciente de que si vives con un abusador o abusadora, y de repente el estado te obliga a permanecer en encierro con esa persona, el riesgo a la vida e integridad propia va a aumentar.  En esas instancias viene a mi memoria la frase que decía mi abuelita María “más vale estar solo que mal acompañado”.

Hace ya unos meses, para el verano, cuando el hastío de encierro era fuerte y nos permitieron volver ir a las playas y al mar para ejercitarnos, una amiga sugirió irnos en una kayaqueada. Eso hicimos y el grupo pasó un día espectacular.  A mí, esa actividad me abrió nuevamente mi apetito por el ejercicio acuático. Mi grupo de dragonboat tuvo que detener sus prácticas desde marzo, y al día de hoy no han podido comenzar por el Covid-19.  En ese deporte reman 10 en un bote, así que inevitablemente los remadores no pueden guardar el distanciamiento requerido en estos tiempos. Entonces decidí explorar el kayaqueo.

Así las cosas hice contacto con este amigo que es un maestro de ese deporte.  No pasaron dos sesiones cuando ya estaba invitada a ser parte de un grupo de seniors (literalmente de 60 años de edad en adelante) kayaqueros que llevan años remando en la Laguna del Condado. Es impresionante la estámina de este grupo que es uno espontáneo unido por el amor a ejercitarse, mantenerse en condición física y naturalmente al mar. ¿Qué es lo más que me gusta de remar junto a estas personas? Obvio, el compartir, el conversar, el ejercitarme y sentir otra vez ese fluir de energía del contacto - aunque con distanciamiento - de otras personas.

Por lo regular remamos no menos de 10 kilómetros (6.2 millas) en promedio.  Para mí, remar ida y vuelta desde la Laguna hasta la salida del Castillo San Felipe del Morro ha sido una experiencia maravillosa.  El poder disfrutar de una perspectiva visual de la entrada a nuestra bahía de San Juan, desde el mar mismo es un lujo.  También hemos remado hasta Parque Central. En algún momento remaremos saliendo por el perro hasta llegar al Morro o hasta Cataño, eso está en mi lista de cosas por hacer.  Luego de remar, recogemos nuestros “botes” y nos pasamos un rato en camaradería.  Ayer fue un día especial, habíamos planeado hacer un ágape para celebrar mi subida al sexto piso. Eramos los mismos cuatro gatos y gatas de siempre.  Todos aportamos algo.  Así entre cavas y canapés pasamos una tarde bajo el sol, con distanciamiento, pero maravillosa.

En esta era del Covid-19, no podemos dejar de vivir, y vivir implica poder compartir y permitir el fluir de la energía humana. Es decir, no podemos dejar de ser gregarios o nuestra naturaleza misma se afecta hiriendo mortalmente a nuestro espíritu. La cosa es que el compartir sea uno con conciencia y responsabilidad social, donde uno mismo se proteja y así protege a los demás. Si algo debemos aprender de esta etapa de Covid-19, no es que nos convirtamos en ermitaños sino que compartamos de forma responsable unos con otros.