Leyendo literatura boricua

Crítica literaria
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“Pude pensar que nunca regresaría a San Juan.”

E.L.

 

“La poesía no nihiliza a la filosofía, sino que la estimula,

le da alas y le da destino.”

Y.S.

 

I

Después de fumarse un verso nuyorican de Pedro Pietri, “Free grass for the working class,” la biblioteca se llena de humo. Los títulos de los libros se nublan, como en la fotografía de ADÁL: Santo Borroso (2002). El olor a tinta quemada se condensa entre los libros que mezclan la poesía, el ensayo, la filosofía, la novela…

 

Los poetas bibliófilos lo apuestan todo a la escritura que escribe con el cuerpo. Sangre; semen; saliva; lágrimas; roce de clase, de género, de raza/etnicidad, de ideología, de preferencia sexual… Fricción…

 

II

La literatura y la filosofía se cruzan en un vuelco contraplatónico; vórtice que sacude los libros de las estanterías más altas, algunos de los cuales, como los ensayos poéticos, caen en paracaídas.

 

¿Como el poeta chileno Altazor?

 

“Cae

Cae eternamente

Cae al fondo del infinito

Cae al fondo del tiempo

Cae al fondo de ti mismo

Cae lo más bajo que se pueda caer…” (Huidobro, 1931).

 

Contraplatónico; cambio de dirección. Ahora el poeta le habla al filósofo, lo increpa, sobre todo desde el ensayo, género privilegiado, para mantener a raya la repulsa platónica contra la poesía y su consecuente expulsión del Poeta. Ajuste de cuentas; saldo al que hay que volver periódicamente. Desde la materialidad de la escritura, el poeta filosofa cuando hace literatura, para lo que no le pide permiso a nadie.

 

El poeta-filósofo se escribe cuando escribe; egodicea que, al confrontar la “inutilidad” de la resistencia o la volcánica “locura” de la realidad, poetiza, porque la poesía es resistencia y rebelión.

 

III

Cuando escribe sobre la ciudad, el poeta-filósofo lo hace desde la calle, moviéndose de un lado para otro con un libro en el bolsillo del pantalón; un poemario de Ciroan, quizás un ensayo de Nietzsche, leídos en el contexto de una realidad colonial a la que se le suman “dos conquistas” consecutivas.

 

Donde quiera que va, lee; y cuando escribe, hace de la escritura un tema de su literatura filosófica, porque escribir la realidad que “invisibiliza” el dolor y la soledad, escribir la realidad que alumbra “esquizamente” (locura que hace “ver”), deviene política. “Compromiso” de la literatura con la “página”; materialidad de la escritura que testimonia la rebelión de un cuerpo que “realida” en la turbulencia del “absoluto poético.” La política anticolonial es explícita; el poeta-filósofo no contempla lo político fuera de la soberanía emblemática de la política moderna.

 

IV

Un poema de Palés Matos, leído en alguna biblioteca de San Juan o Nueva York, catapulta al poeta-filósofo a la tradición poscolombina de la “negación,” tanto de lo “canónico” como del “eurocentrismo,” establecida por Bartolomé de las Casas; oposición que marca la manera “caribe” de moverse, de escribir, en el contexto de la modernidad hegemónica. De la poesía de Palés se desprende el nombre de la mujer-mito (Filí Melé) que, en el contexto del amor, llega muerta a la poesía. ¿Es “terrible” la poesía?

 

V

De la literatura a la fotografía, al video, al dibujo; la escritura se desdobla en la imagen visual. Multiplicación. Con una libreta y una cámara fotográfica, el poeta-filósofo se mete en la boca del lobo. Espacio cerrado. Oscuro. Tatuado hasta el delirio por el “lápiz” que escribe (y raya) en las paredes del encierro. Cárcel (¿de amor?). Hiperestésica, la literatura se derrama en el mediometraje; videos que hacen que las imágenes literarias se muevan en cámara lenta, al son de una música intrasubjetiva, para nada salsera.

 

De la literatura a la pintura; el poeta-filósofo pinta imágenes pictóricas que parecen literarias. Un Cristo fumando en la cruz; un jazzista; la hermafrodita; Nietzsche…

 

VI

En vez del Caribe suelto y al garete, el “gris.” El poeta-filósofo se aleja de las esquinas bulliciosas; las mira de lejos. Ni la guachafita ni el chacoteo, se dice con un libro de Bataille en las manos; no, el Caribe de estampa colorida, de tambores y mucho baile, no le interesa tanto como el que está al otro lado de la alegría. El de la soledad y el dolor; el de la política de la “invisibilidad.” Desde el papel y la tinta, desde las cámaras (fotográfica y de video), arremete para dejar su “marca” “monocromática” en la ciudad y en la biblioteca.

 

Caribe de brega “densa” que, en medio de la descomposición neoliberal, no se deja tragar por la política del silencio colonial, convertida en diversión y en desmemoria para todos; escribe, pinta, fotografía, filma, desde un cuerpo que se resiste a ser borrado.

 

En vez del Caribe suelto, el trágico; el que hace de la tragedia una fuente de energía para levantarse del derrumbe. ¿Crístico? El poeta-filósofo se aleja de las esquinas “colaboracionistas”; las mira de lejos mientras “realida” entre notas al pie de la página, proliferantes como son en algunos ensayos en los que “la poesía piensa.”

La risa —lo sabe bien— “es la ironía de Dios.” Lo repite, mientras se ríe, irónico, demasiado irónico, de la “demokracia” que empobrece y caotiza a la humanidad. Escupe. Desde la poesía de Francisco Matos Paoli, la mística política lo hace “poesiar.” Entre neologismos y heterónimos, “orgasma” en el frenesí de una subjetividad plural, “esquiza,” que lo multiplica en la rebelión. La poesía se condensa en esa intensidad; el poeta-filósofo pinta La hermafrodita (2012).

 

VII

La melomanía, si es “tropical,” lo espanta. No soporta la salsa. Todo menos un rumbón de esquina. Nada. El poeta no es conguero ni timbalero. Tampoco toca el bongó de la literatura. El Caribe suelto, sandunguero y pachanguero, lo derrumba; mucha juerga, mucho bailoteo —dice—, frente al espanto de la realidad, que es siempre el derrumbe y lo terrible de la Poesía. Porque lo terrible es lo que le acontece al ser que se sabe solo en el contexto de la ciudad, desplazándose de un lado para otro, ensimismado en el dolor y la soledad, para atravesar el silencio y el olvido y llegar con aliento a marcar las páginas de la libreta con palabras y diseños gráficos.

 

No el arrobo de una descarga melómana en un poema nuyorican, nunca; sino la locura gloriosa del poeta que “padece” la intermitencia (luminosidad) “esquiza” que lo hace VER. Visión; con unos versos de Artaud (“en la avenida una ventana/nos revela una mujer desnuda”), la visión es para el poeta-filósofo el sentido del sentido. Cuando “realida,” cuando “poesía,” verbos de su invención (realidar, poesiar, serestar), ve; vive la multiplicidad proliferante de la realidad abriéndose al flujo de los heterónimos que lo conforman. ¡Ente plural! Intermitencia gozosa de iluminación poética que “sufre” con pasión filosófica; carnalidad, vitalidad, goce —marca clave de la risa irónica—. ¿Escupe tinta o semen?

 

VIII

El poeta-filósofo sabe que la realidad colonial es una “tara.” Que la anexión es un disparate; que la resistencia y la rebelión son libertarias. Sabe también que la escritura implica una política de VER otros mundos, por lo que la defensa de lo nacional resulta de rigor fanoniano.

 

Por un lado, se mueve hacia la figura del intelectual público; por el otro, legitima la lucha armada.

 

Sabe que el “nosotros” es el producto de una relación con el “espacio”; compartir el mismo “hogar” en el mundo. Sabe que la “identidá” está marcada por la política de la “libertá.” Porque la realidad colonial “invisibiliza” la presencia de lo nacional en el contexto de los países del mundo; porque la realidad colonial, en la década posmoderna de los 90, imanta a los “colaboracionistas,” “los ciudadanos de la morgue,” hacia las “cloacas” de la libertad neoliberal, por ello, la política del “no,” desde la geopolítica “caribe,” pone en jaque la desmemoria que fomenta el poder hegemónico, ante el cual, en los momentos de más carnalidad, la metapoesía responde con violencia crística, espantada como se encuentra (la Poesía) ante la plusvalía colonial.

 

Política anticolonial que escribe desde la calle, con los pies que transitan la ciudad carcomida por la deuda neoliberal; ciudad venida abajo, devaluada. Política que escribe con las manos del fusil revolucionario. Simone Weil frente al Che, sobre un denominador común: Pedro Albizu Campos.

 

IX

Ante un disparo de luz que sale de un poema diepalista de Palés Matos, “haremos el cielo nuevo con el humo de las chimeneas” (1921), el poeta-filósofo queda iluminado sobre la pared blanca de la biblioteca, llena de sabor a Pedro Pietri. ¡Sahumerio! Los libros aspiran; la poesía menstrua. Las novelas se miran en el espejo de la ficción sobre la ficción. ¿Vértigo?

 

Biblioteca. Desde la sombra que delinea su silueta en la pared, el poeta-filósofo se desdobla. Efecto literario. En vez de uno, en el claroscuro de la pared blanca opuesta a los libros se proyecta estereofónico, quizá sinestésicamente, el rostro dual del poeta-filósofo; dos caras oscuras reflejadas en la pared blanca, cuyos contornos delinean el rostro de Eduardo Lalo y el de Yván Silén. Escritores que, desde una atracción oblicua, llegan a estos párrafos, donde a veces se mezclan, en virtud de la tonalidad filosófica que marca su literatura.

 

Poetas-filósofos (Silén más escandalosamente que Lalo).

 

X

Leyendo literatura boricua; el universo literario de Lalo (1960) me hace pensar, sin borrar las diferencias, en el de Silén (1944). La imantación es general, distante; pero suficiente para marcar puntos de contacto, como la proclividad de ambos por el budismo zen. Imantación que, en el caso de Lalo, según Francisco Javier Avilés en “Estética del derrumbe: escritura y deambular urbano en la obra de Eduardo Lalo” (2012), conlleva la práctica de la meditación. Dimensión que no parece marcar la literatura de Silén, más avocada a la filosofía y la poética zen que a su praxis espiritual.

 

Leyendo literatura boricua; el universo visual de Lalo se aleja de los colores; la poesía de Silén reclama el “amarillo.” Entre el “absoluto poético” de Silén y el “no-lugar” de Lalo la poesía invade la prosa. Desde el ensayo, Silén plantea Los ciudadanos de la morgue (1997); desde la poesía y el dibujo amorfo, Lalo plantea Necrópolis (2014). Nunca Lalo escribiría un libro como La novela de Jesús (2009) de Silén; sin embargo, el “ateocristianismo” de este y el ateísmo de Lalo se enganchan con la “mística política,” de Francisco Matos Paoli para Silén y de Simone Weil para Lalo. Estos versos de Lalo, en Necrópolis, “¡Oh, país sin parricidio! / ¡Oh terrible simulación de la patria,” los pudo haber escrito Silén, crítico de que los puertorriqueños no tengan otro ejército que no sea el usamericano.

 

Leyendo literatura; la poesía que, en “Trémulos trazos: poesía y dibujo en Necrópolis de Eduardo Lalo” (2016), César Salgado plantea como una “palpitante y mutante bioescritura,” asoma en La muerte de mamá (2004), una novela poética, demasiado poética, como la autoficción más dramática de Silén.

 

La “bioescritura” de Lalo —según Salgado, “En un poema concreto los versos ‘país / herida abierta / texto por venir’ están rubricados con una ferocidad que bien podría partir el lápiz; siluetas en forma de la isla de Puerto Rico circundan las palabras ‘herida’ y ‘abierta’ como si fueran perforaciones violentas en la piel del papel”—; esta “bioescritura” no llega nunca a los niveles de violencia que, en “Levántate Lázara: la propuesta antisocial de La muerte de mamá” (sf), Rey Andújar registra en la novela corta de Silén: La muerte de mamá.

 

Leyendo literatura; la imantación entre la literatura de Lalo y la de Silén surge de una brecha profunda, pero salvable. Silén nunca diría, como ha dicho por su parte el poeta cubano José Kozer en una entrevista reciente, “No hay que ser poeta, lo que hay que hacer es escritura” (2020); algo que Lalo no solo diría sino que ha dicho, sobre todo la segunda cláusula: “lo que hay que hacer es escritura.”

 

Propuesta que Lalo dramatiza, en El deseo del lápiz: castigo, urbanismo, escritura (2010), mediante una página escrita, de arriba abajo, con garabatos simétricos, limpios, en forma de escritura; para testimoniar que, en la peor de las represiones, cuando no se puede escribir, marcar la página con figuras que parecen, pero que no lo son, palabras, constituye un acto de igual resistencia. El desafío de raspar la página, su aparente “inutilidad,” se queda con el significado profundo de la resistencia.

 

XI

A finales de los sesenta, Silén encarna un personaje literario del Manhattan boricua; personaje que es también un poemario: El pájaro loco (1968). Sombrero de copa; bufanda bicolor; levita negra. Con el correr de los libros, vive en carne propia la transición del “poeta maldito” al “poeta prohibido.” Fruición. En una entrevista, Silén dice que sus rivales literarios podrán escribir mejor, pero que jamás serán más poeta que él. El Poeta. Neocervantino, vive la realidad de su literatura en carne propia.

 

Lalo; apellido inventado, como si fuera un personaje literario, algo que Eduardo ha explicado en entrevistas. En la actualidad, Lalo se expande; entre la literatura, la fotografía, el dibujo, el mediometraje, el periodismo en El Nuevo Día, la reciente participación en el programa radial de Fuego Cruzado, el nuevo podcast con Néstor Duprey, Palabra libre… En una entrevista, tras haber ganado el premio de novela Rómulo Gallego en 2013, Lalo dice que, en cuanto a su futuro literario, no le interesa ser tan prolífico como Vargas Llosa.

 

XII

Leyendo literatura boricua. ¿Se asoma la primera novela de ciencia ficción puertorriqueña, Exquisito cadáver (2002) de Rafael Acevedo, al budismo zen de Lalo y Silén? ¿Tiembla la prosa o se hace caca la poesía?

 

El poeta-filósofo se sienta frente al Atlántico de la costa norte de la isla; inhala y exhala. Lee. Cuando escribe, salpica tinta.

 

Los libros se revuelcan.

 

Cuando Lalo ganó el premio Rómulo Gallego de novela en 2013, Silén lo celebró.

 

Literatura…