¿Qué si me voy a vacunar?

Voces Emergentes

Correcto. Llevo el término de un embarazo viviendo del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, trabajando seis noches semanales, haciendo compras mensuales, evitando las multitudes y la eternas filas por doquier. Extrañando a los míos, de dolor han transcurrido los días, las semanas y los meses...

¿Y no te da miedo?
Seguro. Cada vez que se acerca alguien a hablarme siento miedo. Cada vez que mis viejos me cuentan que estuvieron en la calle, en la farmacia, en supermercado, tiemblo de espanto. Cada vez que me duele la garganta o la carraspera matutina recrudece, entro en pánico. ¿Cómo no sentir pavor cada vez que escuchas las noticias, las estadísticas, las muertes?

¿Y si nos están usando como conejillos de indias?
Puede ser. Pero he visto de cerca cómo cada nuevo medicamento, cada nueva táctica, cada nuevo tratamiento experimental se usa o se descarta según cada rostro, cada caso, cada posibilidad. ¿No he acaso de convertirme parte de este experimento médico global si me infectara con el temido virus?

¿Y si nos inyectan un chip para controlarnos?
Pero si el chip ya lo llevo en el bolsillo, en la cartera y transita conmigo cada trayecto. Si mi rastreador ya conoce mis rasgos faciales, mis huellas dactilares, mi ruta al trabajo, mi patrón de sueño, el balance que lleva mi caminar. Ese microprocesador que ha pasado de ser espía a un amigo formidable, fiel consorte ante esta súbita soledad, capaz de acortar la distancia, entretener, iluminar los pesados días.

¿Y si este es el fin de los días?
¡Qué así sea! Ojalá esta vacuna traiga consigo el fin de los días tristes, de la contractura financiera, de las órdenes por autoservicio, de la boca sudada por la mascarilla. El fin de las manos resecas por el desinfectante, la desconfianza de los abrazos, y del juzgar a los vecinos por recibir visitas. El final de los viajes inconclusos, de la restricción de los baños de agua salada y bendita, de la prohibición del compartir pasada las nueve de la noche, de la coartación de mi libertad y la supresión de mis derechos a punta de orden ejecutiva.
¿Cómo no permitirme la novedad de esta oportunidad, esta coyuntura, este atisbo de esperanza ante el posible regreso de las celebraciones, las trasnochadas, los banquetes de cotidianidad que alguna vez conformaran nuestra colectiva normalidad?