Tacitas de café: una mirada crítica al poemario de Iris Miranda

Crítica literaria
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Tacitas de café (Calíope Editoras-2020) es la más reciente entrega de Iris Miranda. Es un poemario acompañado de fotografía y fotomontajes sobre la relación entre la poesía y el café (25 poemas y 9 imágenes del pintor y fotógrafo Luisito Rodríguez) que recibió Mención de Honor en el Certamen José Gautier Benítez de Caguas en el 2014. La imagen le da dinamismo y un significado especial. Se trata de un tratamiento novel a un tema que ha tomado preponderancia en estos días con dos entregas anteriores El café de la costumbre de Luis Enrique Romero y Café y jengibre de William Pérez Vega cuyos poemas nos traen un mensaje social y político. Aunque también Pérez Vega trabaja unos poemas de un erotismo exquisito en Café y jengibre, poemas a su musa, Eva, pero lo que diferencia este poemario de los otros, es su tono intimista. Aunque habla de la pobreza en la casa de sus abuelos, el tema central es la remembranza. Tema presente también en su anterior poemario.

En años recientes, la literatura puertorriqueña se ha movido siempre hacia la remembranza. En nuestra patria hay quienes asumen una especie de tarea de recuperación del miembro social más importante que tenemos como comunidad: La memoria de nuestra colectividad. Como cronistas nos toca hilar nuestro cuerpo; somos su habitáculo, hijas orgullosas de nuestra madre-tierra, madre-patria. Así que vamos a poner la mesa e invitemos a los recuerdos en poemas que tejen el tapiz de la memoria. Vemos a la familia, frente a una taza de humeante de café. De niña a adolescente la constante será la bebida, sea en molinillo o cafetera, sea con un terrón o puya.

Tacitas de café está lleno de intertextualidad, una de ellas es con la música: Canciones populares e infantiles, que nos llenan de nostalgia. Por ejemplo, la autora abre el poemario con la siguiente letra navideña: “Quisiera niño besarte y San José no me deja” (Villancico Yaucano, P. 13)

El registro oral dialoga con el escrito entre el símbolo, la metáfora, el símil y las imágenes sensoriales. Llama mi atención el segundo poema, porque me acuerda un diálogo reciente con una de mis alumnas de sexto grado. La anécdota me parece pertinente. Me comenta la niña: “Misi, ¿un poema puede ser una adivinanza?”. Le digo, un poema puede ser lo que tu imaginación dicte; y,, puede ser una adivinanza, le dije, mientras venía a mi mente “Adivinanza” de Matos Paoli e Isabelita Freire de Matos; entonces, Iris Miranda en una confesión genésica, nos trae esta adivinanza, este poema: “Las cuatro letras”donde el nombre café se vuelve acertijo (o un guiño divertido) para los niños (p.19).

La voz poética nos hace un recorrido por su niñez donde lo cotidiano y lo familiar se reconstruyen junto a la exquisitez del símbolo:

Chin chin que ya están secas

para el ritual que están hechas.

La mesa se preparó

y él se sienta amoroso

a servir las cuatro letras. 

(Tacitas de café, P. 29)

La retrospección es la visión última, el eterno retorno junguiano y el café es el viaje, la llave que abre la puerta de la nostalgia. El café es la estampa que se pasea por todas las instancias de la puertorriqueñidad, el símbolo enterrado en sus granos es la imagen poética que signa Tacitas de café. La poeta se auto-conforma, se auto-caracteriza. En una foto de una taza de café negro nada la autora y sus versos:

El fondo

de la taza

dice mi pasado,

mi presente y mi futuro

desde el vientre de mi madre,

tú me amas.

(Borra, p. 83)

No puede faltar el poema a nuestra religiosidad occidental. Tomar el café, con el mismo misticismo con que tomamos la eucaristía o el vino divino de las manos santas o al revés nuestras manos sostienen la ofrenda perfumada.

“mi taza es tu alabanza

tu promesa

tu adoración”.

(Café para Jesús, p. 75)

La verdad es que las figuras centrales de Tacitas de café son las de Jesús y la del abuelo. Se pasean entre las tazas con su mística; por ese símbolo sagrado en que se convierte el café, pero es con el poema “Mojado” que el arquetipo del abuelo se engrandece:

Llega el abuelo con el alimento.

¡El amor tiene sabor a pan con mantequilla

y café con leche!

(Mojado, P. 95)

En el libro Tacitas de café, de Iris Miranda, la poética del café no es otra cosa que una excusa para el remembramiento espiritual. El libro personifica el símbolo, lo retrotrae a la inmediatez cotidiana y lo transubstancia en unas cacerolas que lo evaporan al cielo y lo convierten en un recuerdo poético, en delicia de aroma, en perfume. Este es un libro familiar de verso sencillo para leerse en cualquier momento junto a una buena taza de café puertorriqueño.