Edwin Reyes [gloriosa efemérides para] un poeta total

Cultura

(San Juan, 9:00 a.m.) Un día en nuestra historia, como lo fue pasado 9 de enero (de 2001), regresó a su barrio de infancia, Pozas, de Ciales, a descansar de los mundanos trajines Edwin Reyes Berríos, quien fuera destacado poeta, narrador y cineasta de recia y firme personalidad. 

Reyes Berríos formó parte de un grupo de jóvenes poetas que a inicios de los 60 fundaron una de las revistas más importantes de la historia literaria puertorriqueña, "Guajana". Publicó 4 poemarios: "Crónica del vértigo" (1977); "Son cimarrón para Adolfina Villanueva" (1985); "Balada del hombre huérfano" (1990) y "El arpa imaginaria" (1998). Fundador del suplemento cultural ("En Rojo") del semanario "Claridad", donde laboró varios años como redactor y columnista. También mantuvo columnas en "El Reportero" y en el "Puerto Rico Ilustrado" del periódico "El Mundo". Durante su última década de vida realizó 5 valiosos documentales fílmicos y un largometraje de ficción. A su muerte, dejó inconclusos varios proyectos, entre ellos, una novela: "El arpa en la creciente". Había nacido el 3 de julio de 1944. 

     En 2011, Freddie Rodríguez publicó un sentido documental sobre su vida y obra, "Edwin Reyes, soldado de la belleza".

     Igual que antes hiciera con varios poemas de Juan Antonio Corretjer, nuestro no menos legendario cantor de la patria, Roy Brown, musicalizó hermosamente un poderoso texto de Reyes, "La muerte del poeta".

https://www.youtube.com/watch?v=lRFjF2TEo8A&list=RDKTBM_KlCSBY&index=6

     He aquí dos estupendos poemas suyos:

OFELIA (LA MUERTE DEL POETA) 

Por la calle de San Sebastián
baja un lento río de luz,
una curva profunda por la que va flotando
el cuerpo luminoso de Ofelia.
Ni un perro se mueve en la tarde,
sobre los adoquines azules
va formándose un charco de prematura noche.
Ofelia es un lirio adormecido por la muerte.

Cuando pasa por el Colegio de Párvulos,
una monjita la ve pasar y se estremece
al sentir esa súbita ráfaga de belleza  

dorar las rejas del portón.
“Debe ser una puta asesinada en La Perla”,
piensa la monja y se persigna bruscamente.

Efraín El Loco iba doblando
la esquina de San Justo
con su fiero turbante de apóstol
y su violenta mano de amigo
cuando el suave cadáver de Ofelia
le pasó por delante.
“Es la Virgen” rugió el loco
y cayó de rodillas sollozando,
los ojos abrasados por el resplandor del cielo.

El poeta estaba más abajo,
en la acera de Tony’s Place,
solo, tomando una cerveza
con un hermoso libro de las cartas
de Henry Miller a Hoki Tokuda.

Pensaba en el amor precisamente,
mientras miraba el río prodigioso de la calle
que tanto le hacía añorar
el ya lejano río de su infancia.

Fue entonces cuando notó el fulgor sereno
del cadáver de Ofelia que bajaba;
la reconoció enseguida
por el aura fatal de su hermosa cabeza de niña.

El poeta tembló de dolor
pero más quiso contemplarla;
de pie a la orilla del río la vio pasar, la quiso,
soñó que era otro río el que pasaba,
intentó detenerla con sus manos y ya no la vio más.

Al otro día, los alumnos del Colegio de Párvulos
hallaron posado en la acera un libro cubierto de rocío
y, más allá, un puñado de flores extrañas 

esparcido por los adoquines de la calle de San Sebastián.

Ofelia es un lirio adormecido por la muerte. 

EL POETA RECUERDA (de Balada del hombre huérfano, 3) 

con una varita  

trazó sobre la tierra 

un garabato de polvo 

yo lo miraba desde lejos 

con los ojos del niño que le leía los periódicos 

él estaba debajo de la casa 

de la vieja casa de madera donde nací y jugué 

el dibujaba algo sin saber que yo lo miraba 

había un suave resplandor de silencio 

en un gesto secreto 

en su concentración parecida 

a la intensidad de las bestias 

cuando ocupan a plenitud su soledad 

en medio del campo iluminado 

poco antes 

lo había escuchado lamentarse 

por su reciente absurda tarea de jurado 

en el tribunal de distrito de Arecibo 

lejos de las labores de la finca 

obligado a observar y a decidir 

en pleitos judiciales 

él que nunca había pisado una corte 

ni tenía interés en juzgar ni ser juzgado 

porque yo vivo de mi trabajo 

y el que aquí la hace aquí la paga 

y qué será de nosotros de aquí a cien años 

se reía a carcajadas 

ni huesos para botones quedarán 

me acerqué y alcanzó a verme 

me llamó con extraña timidez 

y apuntando hacia el suelo de tierra con la varita 

me preguntó con voz ya convertida en sueño 

¿cómo se escribe la palabra inocente