La vacuna

Creativo

-Tengo miedo- se dijo Gabriela

El reloj del auto marcaba las 2:45 am. La noche se sentía más fría de lo que pensaba y no trajo el abrigo. Desde las parrandas de antaño en la navidad no había salido del hogar a esa hora. No imaginaba la fila de automóviles esperando turnos a esas horas. -No lo puedo creer, pensé en ser de los primeros turnos y la fila es interminable-.

-Tengo ansiedad. Es la misma ansiedad que provoca un futuro incierto. La tuve en mi graduación escolar, cuando me fui de casa y me casé, al momento de tener a Luis y cuando murió Joaquín. No sabía que esperar luego de esos eventos que me cambiaban la vida.

Sentía que era un miedo extraño. -No el miedo que sientas ante un peligro, es el recelo angustioso ante lo inesperado, lo llevas impregnado al alma, el corazón no deja de latir rápidamente y se detiene el aliento- pensaba.

Gabriela había sido citada para vacunarse contra el Covid. El médico le hizo la cita. Ella no sabía nada de computadoras y correos electrónicos. Debía estar temprano. Nada fácil para una anciana. A los 76 años era de los adultos mayores que les correspondía el turno de acuerdo con las faces establecidas. No entendía cómo esa vacuna la ayudaba, como tampoco las razones para ponérsela. -Muchas cosas se dicen de los efectos secundarios. Fueron aprobadas en período de emergencia, solo un cinco por ciento de los vacunados se puede afectar, dijeron en el noticiero. - ¿Qué significa eso para mí? ¿Estaré en ese cinco por ciento? Me siento como conejillo de indias. ¿Sobreviviré a ese pinchazo a esta edad? -.

Luego que murió Joaquín, hace cinco años, la vida de Gabriela cambió las perspectivas del futuro. -Cada día muero sola. La soledad me deprime. Extraño las conversaciones nocturnas, las caricias y el calor pasional que me provocaban Joaquín al tocarme, sabía hacerte sentir mujer. A veces me toco en la intimidad de la noche pensando en él. Ahora nadie te llama ni te buscan. ¿A quién le importa si vivo o muero por un virus? Si me enfermo por esta extraña condición nadie podrá estar junto a mí al momento de la muerte señalaban los médicos. ¿Realmente me importa? Como quiera moriré sola sea por Covid o por muerte natural. Tengo tantos achaques por la edad que apenas puedo caminar. No recuerdo la última vez que sonreí. La alegría se esfumó de mi cuerpo y la amargura melancólica la sustituyó. ¿Para qué vivir? Echo tanto de menos a Joaquín, él sabría si ponernos o no esta vacuna experimental. Joaquín era mi todo. Los viejos nos quedamos solos, y solos confrontamos la muerte.

El frio se sentía más intenso. Gabriela comenzó a tiritar, cerró los cristales. Miraba el retrovisor y la fila de autos no dejaban ver el final. Presagiaba una larga mañana. Abrió su termo de café, quería mantenerse despierta y atenta. Les temía a los delincuentes y todos en los autos eran de la tercera edad. -A esta hora solo Dios nos protege.

La luz del amanecer comenzaba a colarse entre las copas de los árboles que se movían por el frio viento. Se sentía entumecida por el tiempo sentada. A esa hora se levantaba. Aunque para ella no existían las horas. -Para los viejos todas las horas son iguales, las pastillas y medicamentos dictan nuestras rutinas diarias desde la mañana a la noche- cavilaba.

 ¿Qué pasará si tengo alguna reacción a la vacuna? No tengo a quién llamar. Desde que Luis se casó nos dejó solos y se fue al norte. Joaquín murió de la melancolía de no tener a su hijo cerca. Desde que él se fue se convirtió en otra persona. Pienso que también la alegría de vivir se le desvaneció. Aunque siempre pensó que nacimos el uno para el otro, nunca pude sustituir el amor por Luis. Nuestro único hijo. No lo veo ni se de él desde mucho años antes de la muerte de Joaquín. La esposa nunca nos quiso. Estoy segura no sabe que su padre murió. ¿Estará vivo? ¿Tendré nietos? No tengo imagen de la adultez. Se parecía tanto a Joaquín. Me imagino que tampoco le importa si vivo o muero. Pienso en su ingratitud, pero no me da coraje, así son algunos hijos. Siempre lo supe y se lo mencionaba a Joaquín, aunque nunca lo creyó. En el lecho de muerte pedía ver a Luis. Murió con cara de tristeza.

A lo lejos caminaba hacia ella un policía. Haciendo señales para que adelantara el auto. El oficial se acercó y le preguntó si venía a vacunarse.

-No, me voy, como quiera voy a morir sola con o sin vacuna-. Gabriela encendió el auto y se alejó del lugar. En el rostro el viento corría las lágrimas.