Baldorioty, Agapito Picazo y los Masones

Cultura

(San Juan, 9:00 a.m.) Valor e integridad cuando un masón, el capitán Agapito Picazo, evitó que fusilaran a los autonomistas presos. Aquí lo cuenta uno de los presos que también era masón, Salvador Carbonell. 

Todo ocurrió en 1887, los 16 presos autonomistas seguían encarcelados por sus ideas, en las frías bóvedas del Castillo del Morro.

Muchas cosas dramáticas ocurrieron allí, y una de ellas la narra uno de los presos, Salvador Carbonell, cuando relata cómo el Capitán Picazo evitó que los fusilaran. 

Resultó que algunos militares quedaron tan frustrados y molestos por la destitución del Gobernador Palacio, y de no poder cumplir sus órdenes, que intentaron ajusticiar a los presos.

Este dramático episodio apareció años más tarde en el periódico la Correspondencia, escrito por Salvador Carbonell , cuando a la muerte del Capitán Picazo se reúnen para honrarlos

“A los deudos del pundoroso militar y del perfecto masón, don Agapito Picazo, envía su más sentido pésame, en su propio nombre y en el de los demás masones presos en las bóvedas del Morro en el año 1887 , el que estas líneas subscribe.

Con la conciencia tranquila del inocente y como si una voz interior alentase, convenciéndome que no tenía nada que temer, dormía yo apaciblemente las noches de prisión, cuando no le tocaba la guardia a un centinela , que con estentórea voz lanzada expresamente al a través de las persianas de nuestra bóveda., hacía vibrar el aire, con su centinela alerta, repetido cada 15 minutos.

En una noche de diciembre , confortablemente abrigado en mi cama, no podía conciliar el sueño, distraído por la fina lluvia que oía caer sobre el pavimento.

A eso de la medianoche voces , voces desaforadas ,salpicadas de fuertes interjecciones, me hicieron comprender que una grave cuestión tenía lugar en el cuarto de banderas colocado casi frente a nuestra bóveda. 

Poco después vi salir, y pasearse por el patio del Morro a varios caballeros , con grandes sobretodo de invierno y salir por la puerta del Castillo.

A la mañana siguiente mientras mis compañeros Santiago R Palmer, doctor Tomás  Vázquez, Jose Vicente Gonzales y Cepeda fueron a la azotea a respirar aire puro con los demás presos políticos, licencia que se nos daba para que los presidiarios pudieran hacer limpieza de nuestras bóvedas, yo me quede escribiendo en la mía .

En ese tiempo vi salir del cuarto de bandera al entonces capitán Picazo, y le hice la señal de socorro. Inmediatamente acudió a mi llamamiento con estas palabras:

- ¿ Qué desea h: Carbonell?

- Que anoche han tenido ustedes un grave altercado y mi corazón me ha dicho que se trata de nosotros.

- Efectivamente, como ustedes saben el General Palacio ha sido llamado a Madrid y varios de coroneles de voluntarios han venido a sonsacarnos para que nos pronunciáramos con ellos e impidiésemos la salida del Capitán General. Nos opusimos rotundamente y en el acaloramiento de la discusión le dijimos que nosotros no podíamos faltar a la disciplina militar y les dijimos que si nos mandaban a hacerles fuego a ellos, obedeceríamos las ordenes superiores” ..

Al atardecer, salió el general Palacio en el correo español, no habiendo surgido efecto los largos cablegramas pidiendo la suspensión de las garantías individuales para someternos a Consejo de Guerra y que quedase el General Palacio.

¡! Cuanto no se alegraran los firmantes sobrevivientes de esos cables , de no haber sido oída sus pretensiones , por el gobierno español. ¡! De otra forma hubieran manchado su nombre con oprobiosa complicidad de un crimen ideado para sacar venganza sobre muchos inocentes de cuanto se les acusaba.

El deber cumplido por el Capitán Picazo salvo a muchos de sus hh, de afrentoso patíbulo y a España de un borrón en la historia de su dominación en Puerto Rico.

¡ Loor a la memoria de Picazo! Imitemos su ejemplo hh: míos!

Don Salvador Carbonell 

Pero no se desanimaron y otro día en ambiente de terror militares envían un emisario a bóvedas del Morro para intimidarlo con la amenaza de fusilarlos. Y, le presentaron la indigna proposición de liberarlo a él y a los otros prisioneros a condición de silenciar su prédica en pro de la autonomía y de disolver el Partido Autonomista.

Escribió años más tarde Luis Muñoz Rivera evocando el recuerdo del 87.

Las cárceles llenas; la Guardia Civil cabalgando por las ciudades y los pueblos, el componte destrozando los miembros de cien víctimas; los periódicos reducidos al silencio; la isla bajo el terror que lograron infundir con las culatas de sus tercero las, los dragones de Aibonito; en los castillos los jefes autonomistas y entre ellos el más grande, el más ilustre de los patriotas: Baldorioty. Pues bien: cuando los hombres temblaban y las mujeres lloraban, y en la atmósfera se sentían correr hálitos de muerte, y la esperanza parecía huir gemebunda y triste, y la soldadesca se convertía en árbitra sañuda, y no existía ni el seguro de la libertad ni la sombra del derecho, un emisario se acercó a Baldorioty y le propuso LA DISOLUCIÓN. Aquel mártir se alzó en la celda con estoica energía, extendió la diestra con ademán sublime y prorrumpió en estas frases: Nunca: Me cortaré la mano antes que suscriba tanta mengua. Si los hombres se van, sostendré el partido autonomista con las mujeres y los niños. Es mi última palabra.

Tras la prisión de Baldorioty llegó la excarcelación de Baldorioty. Pasó el tiempo, se reanudó la protesta, otras víctimas sufrieron y cayeron bajo el carro de los Césares y al fin amaneció una mañana, la del 11 de Febrero de 1898, (antes de la invasión) en que la autonomía, transformándose de programa de un partido en constitución de una colonia, coloreó con los arreboles del triunfo la bandera que el anciano insigne supo mantener, entre el brillo siniestro de las bayonetas, en las noches lúgubres de su glorioso carcelaje.

Un pueblo que tiene rasgos así en su historia de angustias y de lágrimas no caerá jamás de rodillas en la antesala de los déspotas. Podrá venir otra vez la tortura, podrán abrirse los castillos, y dictarse los ukases para el destierro, y desenvainarse las espadas, y redoblarse los castigos, podrá crearse la alternativa de la disolución o el cadalso, y nosotros no firmaremos la disolución. Pero téngase en cuenta que los Estados Unidos no son España y que las cobardías del 87 no se repetirán por mucho que los republicanos Egozcue y Barbosa luego de la invasión nos denunciaran, según Infiesta y Egozcue nos denunciaran, como rebeldes y traidores.