En avieso sindicato: una fábula

Creativo

[Nota del autor: Dedico este cuento a los rivales que alguna vez han tratado de empañar mi imagen. Ellos saben quiénes son. A veces con mayor o menor suerte, sus acciones ahí quedan. Entonces, en respuesta, me gustaría compartir lo que he aprendido gracias a ellos, sobre la difamación como estrategia del poder. Los que estas líneas me inspiraron, lograron sus puestos gracias al violento clientelismo que abunda en nuestro país. Pero para sostenerse en estos cargos posteriormente dependen, de esconder su mediocridad. Es ahí donde resulta útil rebajar a la competencia. Difundidas sus razones, esto le será más difícil, pues al final terminarán  engañándose, únicamente a ellos mismos.]    

Un día la calumnia determinó no salir a trabajar. En vano la llamaron a su casa sus dos principales patronos, el resentimiento y la ambición. Una sensación de pánico se apoderó de ambos. De inmediato comenzaron a fracasar sus principales clientes.  Sin su ayuda, la envidia vio imposible generar la animosidad y la inquina necesarias para superar, al talento y la perseverancia. Aquello no podía ocurrir en un peor momento. Especialmente ahora que el negocio extendía sus mercados, contra la crítica y el disenso. Otro tanto les ocurría a las esperanzas de los mediocres. Sin la falsedad que tan bien acomoda la calumnia, estos veían perdida su ventaja frente al genio y la originalidad. El mérito se perfilaba como el aburrido ganador de las contiendas humanas, por la fama y el poder.   

        Decididos a negociar el regreso de tan útil empleado, el resentimiento y la ambición se allegaron a su hogar. Solamente los apetitos de esta última persuadieron a la primera a completar el viaje. Por supuesto debido a la tirria que ya esta sentía por su extraviado sirviente. Precavidos sobre el arte con el que éste mentía, decidieron guardar el propósito de su visita. En su lugar dirían que por allí pasaban preocupados por su salud. Al verla, la ambición fingió sentirse atribulado. Supuestamente debido a que le habían dicho que la verdad la había golpeado. El resentimiento juró que nunca perdonaría aquella afrenta. Incluso aunque su ocurrencia no fuera cierta. La calumnia escuchó satisfecha a sus antiguos señores articular estos absurdos. Entonces les dijo estas palabras:

         “La verdad nunca ha podido lacerar los efectos de mis obras. Ni siquiera cuando la realidad es demostrada más allá de toda duda. Jamás falta quien quiere creer lo peor de los demás, aunque éste se defienda. Si no he salido a laborar ha sido para medir el grado de su compromiso. Si hemos de continuar nuestras empresas, es menester que recuerden, lo que hoy han estado dispuestos a hacer: mentir a pesar de que saben que sus falacias serán descubiertas y cultivar una antipatía irracional contra cualquiera que se les enfrente, no importa a quien perjudiquen.”            

         En adelante la calumnia ha seguido siempre al servicio del rencor y la codicia. Garantizado por estos que nunca olvidarán, que su eficiente colaboración dependen del sigilo y la tozudez. Proferida frente a sus víctimas, la calumnia arriesga la respuesta de una dignidad herida. En ese caso la contumacia resulta precisa para triunfar. Pero si es lanzada por la espalda, más que de insistir tercamente en lo aseverado, su victoria dependerá del desprecio total a sus posibles resultados. Desde entonces sabemos que la calumnia solamente no sale a trabajar cuando sospecha que a sus jefes les falta voluntad. Primero, para hacer lo que sea para que esta se perpetúe. Pero más importante aún, para soportar con el mayor desparpajo, cualquier daño causado.