[[Nota Editorial: El Post Antillano se solidariza con la lucha contra la violencia de género en general, y contra los feminicidios en particular. En solidaridad publicamos esta contribución que nos envía una escritora, quien a su vez nos lee]
(San Juan, 9:00 a.m.)
La lucha es interminable, pensamos, el día en que las aguas
le separaron del bloque que le hundía en sus entrañas.
Soltáronle el amarre de las manos y los pies, tal que del hueco
profundo de laguna,
Se levantase su cuerpo de nuevo: De pie junto al fruto de su vientre.
Así lo comprendimos: Los golpes y las balas no logran destruirnos.
Nadamos inclusive con piedras llenando los bolsillos.
No existe jeringuilla ni sustancia que muerda nuestra sangre de Guerrera.
Ya no muy lejos, cerca, se escuchan los tambores que marcan nuestros pasos.
Los miedos, de la niebla se desciñen, y quedan enterrados.
Del cielo se descuelgan los pájaros y vuelan. La lluvia desenreda.
Ahora, el trueno. El canto.
Estamos en el puerto. Hemos llegado.
Una especie de umbo
Hay niñas que se esconden detrás de la sonrisa.
Otras habitan siempre detrás de la tristeza.
Y puede ser lo mismo, o bien, puede que no.
Algunas tienen pesadillas de cuartos
con dos puertas por donde corre el miedo:
Asechan las criaturas, con músculos gigantes
y metal, que no producen lágrimas.
Hay niñas que juntan oraciones para sobrevivir.
Trenzados del mimbre de las letras
fabrican sus escudos con palabras:
Ligeros-resistentes,
o gruesos con piezas
de la vida.
Y nadie lo confiesa, pero es mágico.
Sujetas el escudo con la izquierda
para que quede un brazo disponible.
En este poema Tú existes,
y nadie puede hacerte daño