La música de la poesía

Historia

Dividido en tres partes (“Ritmo”, “Melodía”, “Armonía”) y con 38 poemas, Notas poéticas (2018), de Perla Iris Rivera, es un libro arquitectónico. A cada parte le precede y le sigue una partitura para piano (“Danse macabre”, de Camille Saint-Säes; “Nessun dorma”, de la ópera Turandot, de Giacomo Puccini; “Serenade”, de Franz Schubert; “Claro de luna”, de Ludwig van Beethoven; “Nocturno 2“, de Frédéric Chopin; “Bolero”, de Maurice Ravel; “Für Elise”, de Beethoven) marcando el contrapunto entre armonía y palabra. La hablante lírica inicia con una elegía a la madre: “Te busco en mi pentagrama/ convertido en cenizas por la pena” (21) y cierra con versos en ansias de perderse en la Naturaleza: “ante la amenaza del extranjero / que no nos ama/ ni nos entiende” (95) porque antes de terminar el último poema de la serie nos dice: “al compás del más bello Adagio de Mozart, / en tus árboles centenarios /de Moca, María, flamboyanes y palmas, en el mar que te rodea” (95). La música de la poesía es una de las consignas de Notas poéticas porque se da cita entre los dedos de la pianista que también es poeta. Las notas y las palabras fluyen a lo largo de la lectura y, por medio de la magia del archivo digital YouTube, quien lee esta obra, puede escuchar todas las piezas antes de leer cada sección del poemario en un acto interactivo donde la sensibilidad de la partitura musical se inunda de palabras poéticas.

El índice aparece con el título “Pentagrama”, luego siguen unas palabras introductorias de Nelly Jo Carmona tituladas “Al compás de una pasión”, que hacen una magnífica introducción a la lectura justipreciando el valor de esta poesía: “Pero sus versos vuelan en el enjambre de una pasión que danza al ritmo de las notas musicales creadas por los grandes compositores clásicos” (14), y nos sugiere buscar un lugar donde podamos degustar estas páginas al compás de la música que evoca. Pese al inicio en una nota de danza macabra (Saint-Säens) y en la actitud reflexiva de una serenata (Schubert), en la sección “Ritmo”, con poemas dolorosos como “Tu recuerdo”, “Réquiem I-II-III”, “Vacío”, “Elegía fantasmagórica I-II”, “Epílogo de una vida ausente”, “Llanto y nostalgia”, y “Willito”; ya en las otras dos partes (“Melodía” y “Armonía”) ese dolor se va aminorando y aceptando para pasar a una celebración con textos memorables como: “Las voces del silencio”, “Sonata”, “Mis mares revueltos”, entre otros.

Los epígrafes de Delmira Agustini (“Canta en la aurora rosada /canta en la tarde plateada…”), Emily Dickinson (“La esperanza es esa cosa con plumas / que se posa en el alma / y canta…” y Julia de Burgos (“Todo fue maravilla de armonías…”) sostienen el edificio que es el poemario y anuncian, sugieren, comentan los versos de Perla Iris Rivera.  La portada tiene una imagen de Josué García Cruz que delinea a una mujer de espaldas a nosotros con los hombros desnudos, cabellera roja, mirando al azul de las siluetas sugeridas de la ciudad y el mar en una ventana, frente a ella, y al lado derecho una enrededera de flores rojas y rosadas encuadra el límite de la imagen que en el vestido blanco tiene notas musicales danzantes como en ondas.

Otro elemento a destacar en esta música de la poesía de Perla Iris es la veta erótica que permea toda la colección: “Quiero caer rendida en tu vientre de perla fina / para versar el Cantar de los Cantares” (73), “Me pierdo entre tus labios… / entera” (90), “Acalla mi espíritu, / el manjar de tus besos” (91). Aquí vemos los ecos de sus lecturas: Agustini, Dickinson, Julia, entre otras, y el indiscutible dominio de un instrumento musical, como es el piano, que convoca en su ejecución el ritmo, la melodía y la armonía del poema.