El Macharrán

Creativo

Solimar era joven, hermosa y radiante como su nombre. Tenía el pelo largo, color azabache, que recogía en un moño en forma de dona. Cuando entraba al salón, era inevitable mirarla, porque su belleza comparaba con la de una diosa griega. Era tan atractiva, que las otras alumnas sentían un poco de envidia, mientras que los varones, no dejaban de piropearla. Todas las semanas, llegaba acompañada a la universidad por un guardaespaldas, que a penas la dejaba respirar, y que la esperaba fuera del salón de clases. Lo mismo hacía en cada curso. Cuando la profesora llegaba al salón, veía al individuo sentado al lado de la puerta o a veces, parado en el pasillo observándola. En la hora y media que duraba la clase, Solimar parecía un robot que actuaba mecánicamente. No dejaba de mirar por el pequeño hueco de cristal que tenía la puerta de entrada. La profesora, un día se le acercó para preguntarle por qué la acompañaba siempre un guardaespaldas y de quién la protegía. Sorpresivamente, la chica contestó que ese era su novio y hasta ahí llegó la conversación.

En una ocasión, la maestra lo invitó a entrar para que disfrutara del material que se discutiría. Él se negó y en la cara mostraba que estaba molesto. Cansada de verlo todos los lunes, miércoles y viernes, le cuestionó si estudiaba en la universidad y él replicó que no. De inmediato, esta reaccionó y le indicó: “pues usted no puede estar aquí.” Por su parte, él sostuvo que era su derecho, porque su novia se encontraba tomando la clase. Fue entonces, cuando la profesora decidió hablar con las autoridades universitarias, pero le hicieron caso omiso. Le dijeron: “a lo mejor ella padece de una enfermedad y él la acompaña por si algo sucede; usted no es orientadora, tampoco trabajadora social, para indagar en la vida de una de sus estudiantes.” No podía creer lo que oía, y temía que pasara una desgracia.

La conducta agresiva del muchacho se acrecentó porque en la clase, los alumnos debían escoger una pareja para trabajar el resto del semestre. A Solimar le tocó por compañero un muchacho alto, guapo, como un Adonis, pero sobre todo, inteligente. Mientras la doctora explicaba en qué consistía la labor en equipo, notaba el nerviosismo en su estudiante. Al finalizar la clase, ella la abordó y llorando le imploró que la cambiara de pareja o que le permitiera hacer sus pruebas sola. La profesora la escuchó muy atenta e indagó si su novio era violento. Ella le contestó que no, que todos los hombres eran un poco celosos, y más cuando eran inmaduros. Para evitarle problemas, decidió acceder a su petición no sin antes comentarle: “si de novios te sigue a todos lados y no te deja espacio ni siquiera para respirar, no sé que pasará cuando te cases, porque ese es un macharrán.”

Solimar le pidió un segundo favor que consistía en explicarle a su novio que en su curso, estaba prohibido usar celular, y que todos los estudiantes, tenían que ponerlo en silencio. Pensativa la educadora reflexionó sobre el uso de móviles en las aulas. No entendía cómo en un salón de clases, que para ella era un espacio sagrado, había colegas que mientras impartían cursos, charlaban por teléfono.  En efecto, una vez que fue a evaluar a una compañera, el celular le sonó cinco veces y cinco veces ella detuvo las explicaciones para contestar. La impactante doctora se levantó del pupitre que ocupaba y antes de abandonar el aula le señaló: “cuando tenga tiempo para dictar su clase como es debido y respetar a los compañeros del Comité de Personal, vendré a evaluarla, aunque lo dudo.” Luis Rafael Sánchez, hubiese dicho que era familia de su Midas Brutal.

Antes de volver a dirigirle la palabra al macharrán, la instructora increpó a Solimar y le cuestionó: ¿Por qué debo explicarle a su novio cuáles son las reglas de mi curso si él no es un universitario? ¿Sabes que él está violentando tu espacio, tu libertad y hasta la forma de integrarte en mi clase? A las preguntas, Solimar respondió que su novio no creyó cuando le dijo que no podía usar el celular en el salón. En cuanto al segundo cuestionamiento, se limitó a decir que él era muy protector con ella. La doctora respiró profundo, inhalo y exhaló, abrió la puerta del salón y le indicó al individuo que pasara. Entró arrogante, con su cuerpo de atleta, bíceps y tríceps bien marcados al estilo Charles Atlas. El guapetón de barrio no trabajaba y por las tardes, cuando dejaba a Solimar en su casa, se iba al gimnasio a levantar pesas. ¡No daba un tajo ni en defensa propia! Muy calmada y junto a Solimar, le explicó las reglas que se seguían en su salón de clase porque ella era la profesora. Observó como el hombrecito cambiaba de colores porque estaba a punto de estallar de rabia. Además añadió: “Su novia es mi estudiante y tiene que seguir esas reglas así de sencillo.” El macharrán no dejaba de mover el pie izquierdo y la miró con odio, pero ella no le cambió la vista. Sin embargo, la pobre Solimar tenía la cabeza como el avestruz, no se atrevía a subirla. La profesora afirmó que ya el caso estaba cerrado; que no lo quería ver más frente a la puerta de su salón, porque iba a reportarlo a la policía.

El semestre transcurrió perfecto porque el indeseable no regresó. Una tarde, en que hacía sus horas de oficina, escuchó a dos personas discutiendo. La voz del hombre subía cada vez más de tono. Sigilosamente, abrió la ventana y vio cuando el macharrán le dio un puño en la cara a su estudiante Solimar. La doctora Serrano, salió rápido de la oficina, y fue a buscar al jefe de la guardia universitaria, para enfrentar a este abusador de mujeres. Junto a dos guardias, fue directamente al pasillo que quedaba frente a la cafetería y se encargó de Solimar que no paraba de llorar. Mientras tanto el victimario le gritaba: “te voy a matar y a esa hija de puta también.” Hubo que activar el protocolo de emergencia para estos casos de agresión. Los guardias hacían turnos frente a su salón para evitar una desgracia. Lamentablemente, nada podían hacer cuando la profesora y la estudiante abandonaban los predios del recinto.

Un sábado del mes de junio de 1998, se enteró por las noticias, que el macharrán había cumplido su promesa. El maldito esperó que el semestre terminara y que Solimar se graduara de un Bachillerato en Educación Elemental. Desde la periferia, contempló el abrazo fuerte que intercambiaron la profesora y su querida estudiante. La vigiló, como un águila a su presa, cuando desfiló para recoger su diploma. La doctora Serrano le dio un beso en la mejilla y en voz baja al oído, le pidió de favor que no permitiera que ese individuo le tronchara sus sueños. Pero contra el amor una simple profesora universitaria no pudo hacer nada. La reportera mencionó que el hombre había llegado el viernes, a eso de las ocho de la noche, armado a la casa de su novia y la había asesinado de dos tiros. Ella estaba sola porque sus padres habían salido a cenar. Era su única hija y la habían perdido, porque Solimar a ellos tampoco les hizo caso.

Al infeliz lo arrestaron y ella tuvo que ir al juicio porque había sido testigo del abuso. Cuando subió al estrado, juró decir toda la verdad y eso fue lo que hizo. Volvió a mirarlo y llorando le dijo: “Tú no sirves, no vales nada, le tronchaste la vida a una de mis amadas estudiantes. ¿Por qué no te metiste con uno de tu tamaño? Porque eres un cobarde, un mequetrefe, una porquería que no merece estar vivo. Solo querías controlarla y cumpliste tu promesa, aunque quedó a medias porque igualmente, me amenazaste, óiganlo bien él garantizó que iba a matarme. La sala estaba en silencio. Si caía un alfiler se podía escuchar. Deseo que te pudras en la cárcel y que allá dentro, te hagan pagar y sufrir el calvario que vivió Solimar.”

El pequeño e insignificante macharrán no levantó la cabeza para mirarla. Ella bajó del estrado cuando el fiscal se lo ordenó. Antes de abandonar la sala abrazó a la madre de su estudiante. Después de más de veinte años, todavía recuerda a Solimar y llora su injusta muerte. Por eso, cuando escucha “ni una más, ni una menos” ella no se hace eco de esas palabras, porque la gente olvida rápido. Sin embargo, cada 2 de noviembre, la profesora Serrano enciende una vela por el alma de su estudiante para que haya encontrado la paz que no tuvo en el plano terrenal.