Cuba y Haití: ¡la lucha nunca termina!

Política

(San Juan, 9:00 a.m.) Luego de años  de intensa y desigual lucha contra la Francia republicana e imperial, el primero de enero de 1804 Haití proclamó su independencia, constituyéndose en la primera nación independiente de Nuestra América.

Tras años de intensa lucha en la ciudad y en la sierra contra una criminal dictadura, el  primero de enero de 1959 triunfó la Revolución Cubana, lo que dio paso—en abril de 1961-- a la proclamación del primer Estado socialista en América.

Más allá de la coincidencia en el almanaque, ambos procesos tienen algo muy importante en común.

La independencia de Haití representó el comienzo de un cambio de época en los pueblos nuestros americanos, que había sido precedido en América sólo por la guerra de independencia de las trece colonias inglesas y el surgimiento de Estados Unidos, varias décadas antes. Significó el principio del fin de la dominación colonial europea y el nacimiento de numerosos Estados Independientes en lo que conocemos como América Latina y el Caribe.

Como sabemos, ha sido un cambio de época generalizado pero inconcluso. Más de dos siglos después de la gesta haitiana, aún se mantiene el colonialismo en nuestras tierras encabezado por la menor de las Antillas Mayores, Puerto Rico.

El triunfo revolucionario en Cuba y, sobre todo,  la proclamación del carácter socialista de ese proceso en víspera de la agresión imperialista por Playa Girón, representa también el inicio de un cambio de época. Ha sido el esfuerzo dirigido a trascender la independencia neocolonial y subordinada, y avanzar hacia la plena soberanía económica, política y social.

Haber sido los primeros en romper el orden impuesto en dos momentos históricos diferentes y a la vez complementarios, ha supuesto un costo enorme para los pueblos haitiano y cubano. Tanto atrevimiento ha resultado inadmisible para las grandes potencias, que en uno y otro momento han ejercido sin piedad su poder e influencia para doblegar la osadía de estos dos pueblos antillanos.

Asimismo, los pueblos que siguieron los pasos libertarios de Haití durante el siglo XIX—México y América del Sur-- y los que han seguido los pasos liberadores de Cuba durante las pasadas seis décadas—Venezuela, Nicaragua, Bolivia-- han tenido que enfrentar y siguen enfrentando innumerables agresiones, amenazas y atentados a sus anhelos de libertad.

Para comprender en su justa dimensión el origen de la precaria situación en que ha vivido el pueblo haitiano por tanto tiempo, es preciso que retrocedamos a 1804.

La respuesta de la Francia napoleónica, cuyas fuerzas mordieron el polvo de la derrota en Haití, y de sucesivos gobiernos de esa potencia europea, fue bloquear la actividad comercial y financiera de la joven nación y hacer todo lo posible para que fracasara aquel insólito proceso independentista dirigido por antiguos esclavos oriundos de África. Ello con la complicidad de otras potencias europeas que se enriquecían a costa de la explotación de millones de esclavos en nuestras tierras y que veían con pavor lo que acontecía en aquella isla nación. Y con la anuencia del gobierno de Estados Unidos, joven república cuya economía se sostenía en el trabajo esclavo y quería evitar a toda costa el contagio de las ideas subversivas que habían triunfado en Haití.

Francia le impuso a Haití, que salía de una destructiva guerra de más de diez años, el pago de una indemnización multibillonaria que fue como una pesada cadena y que condenó al país al empobrecimiento progresivo hasta nuestros días.

El castigo dura hasta la actualidad, para pretendido escarmiento de todos nuestros pueblos. Haití, cuya población esclava generó inmensas riquezas para sus amos franceses, fue la primera nación latinoamericana y caribeña y más de dos siglos después es el país más empobrecido de toda la región.

La actitud del gobierno de Estados Unidos contra Cuba ha sido similar. No hubiera habido mayores consecuencias si en 1959 Fidel y los revolucionarios cubanos se hubieran conformado con organizar un gobierno más al servicio de los intereses de Washington, como había sucedido desde la ocupación militar de 1898. Pero ocurrió lo contrario. Se trataba de revolucionarios verdaderos que tenían la intención de llevar a cabo una revolución verdadera en la Antilla Mayor.

La intención de Washington desde un primer momento fue rendir a Cuba por hambre y provocar desabastecimiento de maquinaria y de materias primas. En esa coyuntura aparecieron la Unión Soviética y los países del campo socialista este-europeo. Entonces Cuba se convirtió en un importante objetivo del anticomunismo de la guerra fría. Era preciso destruir aquel mal ejemplo, cuya predica se propagaba por América y el resto del mundo.

A Cuba también la bloquearon, hasta este día. También la agredieron militarmente y lanzaron contra ella todos los demonios. Pero casi sesenta y dos años después la Revolución Cubana ha prevalecido; algo que resulta imperdonable para los intereses hegemónicos de Estados Unidos.

Lo que ha acontecido durante los pasados días es el capítulo  más  reciente de esa intención obsesiva de impedir, no sólo que avance Cuba socialista, sino que siembre raíces y abra caminos el cambio de época. Para Estados Unidos el enemigo no es sólo Cuba. Son esas ideas subversivas que atentan contra la desigualdad y la injusticia en cualquier parte, cuando ellos se alimentan y enriquecen precisamente de la desigualdad y la injusticia.

A nosotros y nosotras nos ha tocado vivir este gran momento histórico, en que se quiebra el cascarón del neocolonialismo y las independencias mediatizadas. Tomará  todo el tiempo que sea preciso, sin duda más que el tiempo que durarán  nuestras vidas.

Lo que sí es cierto es que hace sesenta y dos años Cuba plantó la bandera del cambio de época y ésta se ha sostenido. Nos corresponde dar la mano, en todas partes y de todas las formas posibles para que ese gran cambio del porvenir, sinuoso y complejo como sin duda habrá de ser, siga adelante y prevalezca.