La guerra o colonialidad contra la pobreza

Caribe Hoy

La guerra contra la pobreza es una causa global que viene luchándose hace más de 57 años.  Este concepto de “guerra” lo acuñó el presidente Lyndon B. Johnson en 1964, cuando prometió elevar el nivel de vida de los más pobres en Estados Unidos.  Sin embargo, llegado el siglo 21, es claro que la “guerra” contra la pobreza en Estados Unidos y en su colonia Boricua, lejos de haberse ganado, es más marcada y profunda.  Según la encuesta sobre la comunidad que realiza el U.S. Census Bureau, en Estados Unidos, de febrero a mayo 2020, 14% de la fuerza laboral perdió sus empleos a raíz del Covid-19, y la población más desproporcionalmente afectada fue la hispana; en Puerto Rico, para noviembre de 2020, la encuesta reflejó que mitad de la población de 37 municipios de la isla vive en la pobreza.

Es importante observar qué efecto tienen las llamadas ayudas económicas en la prolongación o disminución de la pobreza de un país, o si las instituciones organizacionales dedicadas a “luchar contra la pobreza” se enriquecen de la pobreza.  ¿A quien beneficia erradicar la pobreza?  O será que erradicar la pobreza no es verdaderamente rentable para los grandes intereses porque como sugiera Maquiavelo “las personas que van a perder con el cambio (erradicar la pobreza) son las que tienen el poder y las que van a ganar con el cambio (los países pobres) no tienen ningún poder”.

Para eliminar la pobreza hay que apostar al desarrollo económico de un país.  Sin embargo, el permitir que un país sea soberano en su desarrollo económico implica que los importadores de productos y mercancías para ese país no generen las ganancias millonarias que tienen previstas, y en vez se permita que las industrias y empresas nativas del país puedan crecer y desarrollarse económicamente para lograr que el país sea uno autosostenible.

A nivel mundial, lo que ha ocurrido es que se ha hecho un negocio de “la guerra contra la pobreza”.  Los países empobrecidos en vez de mirase como socios en una empresa, se miran de forma paternalista.  Esa mirada paternalista hace que se vean a los llamados países tercermundistas como incapaces de desarrollarse.  Se mira a estos países como estériles, con poblaciones indefensas y dependientes. Por tanto, se auspicia la entrada de “empresas caritativas” u organizaciones no gubernamentales o sin fines de lucro, cuyo fin, se alega, es ayudar a erradicar el hambre y la pobreza.  Sin embargo, lo que produce esa “caridad”, con sus ayudas desmedidas, es desestabilizar y quebrar económicamente a las empresas nativas.

Así, por ejemplo, en Haití existía una industria local agrícola de cultivo de arroz que fue totalmente reemplazada por el arroz exportado a granel por empresas extranjeras subsidiadas por otros gobiernos o el propio gobierno local.  Esto, no solo abarató el costo del producto, sino que enriqueció a los importadores de arroz y quebró las producciones locales. También el continente africano es visto con esta mirada paternalista.  Sin embargo, África es rica en minerales y recursos que son explotados por empresas extranjeras, abusando de la mano de obra local, para abastecer países ricos y enriquecerse a sí mismas.  Esto ocurre cuando los importadores extranjeros cabildean en sus países para poner impuestos altos a los productos exportados de países en desarrollo, y a su vez, piden subsidio económico para aumentar la producción local de sus productos.  Este aumento de producción crea un excedente, que, irónicamente, se les vende a los países en desarrollo.  Este excedente abarata los costos del producto y su efecto es destruir los mercados locales de estos países, que en primera instancia fueron bloqueados de exportar sus productos a mercados internacionales por los altos costos de los impuestos.

Hace un tiempo dialogamos sobre la colonialidad del poder.  Sobre este particular, citamos a Aníbal Quijano, quien nos dice que la colonialidad del poder estriba en las relaciones sociales de explotación, racismo, dominación y conflicto articulado en función del control sobre, entre otras cosas, el trabajo y sus productos, y la naturaleza y sus recursos de producción.  La mirada paternalista de la pobreza es una mirada de colonialidad, que persigue perpetuar la explotación y la dominación de los grandes capitales sobre países con problemas de desarrollo económico.  Este modelo de restringir a países en desarrollo su capacidad de exportación y a su vez de sabotear sus mercados con productos importados es un ejercicio de poder, control, explotación y dominación.  Es decir, es un acto de colonialidad del poder.

En Puerto Rico, no estamos ajenos a este tipo de colonialidad del poder.  Y Estados Unidos, con sus llamadas ayudas económicas, lo que ejerce sobre este pueblo es poder, control, explotación y dominación.  Mientras Puerto Rico no sea capaz de entender este paradigma y de moverse hacia una economía sostenible, no va a dejar de ser visto con una mirada paternalista.  Esta mirada no nos permite desarrollarnos, ni para la derecha ni para la izquierda.  Solo nos empobrece y nos hace más dependientes del colono.  Es hora de mirarnos como un país capaz y rechazar esa mirada paternal, solo así saldremos de la pobreza que cada vez se profundiza más.