Cuentos de (In)Somnio, la locura puertorriqueña de todos los días: “La dignidad de los muertos”

Creativo

 

A:  J.L.R.

y Francisco Font Acevedo

 

‘¿Por qué debería la Muerte aguardar al otro lado de la verja?

… Soy la Muerte junto al fuego del hogar,

la Muerte de puntillas por el corredor, eso es lo que soy.’

Anne Rice

 

Allá, en los mangles de Piñones, Pancho Quenepo, como lo conocen en Villa Cañona, saca un cigarrillo. Su mirada se pierde sobre las aguas enturbiadas por una borrasca. El hombre de setenta y ocho años fue pescador durante cinco décadas. Todos los días, Quenepo rema sobre el río Grande de Loíza y luego se interna al mangle, donde los cuerpos no pueden viajar más.

--Mira mijito. Cuando tenía tu edad salía a pescar mucho antes del amanecer.  Lograba pescar libras de chapín, de los que te gustan en los pastelillos. Ya estoy viejo, un viejo solitario. No tolero casi a la gente, aunque a veces siento hambre de tener a alguien.

--Don Pancho, ni que fuera caníbal,-- dijo el joven sentado en el chinchorro, frente al viejo.

--Mijito, qué ocurrencias. Es que me gusta estar sólo, pero a veces necesitamos hablar con alguien. ¿Quieres un dulce de coco? ¿Un límber?

--Un límber, don Pancho,  bendición—dijo y se fue pedaleando.

Don Pancho sonrió mientras el joven se alejaba. Miró al mar con nostalgia.  Ya no perseguía peces ni cangrejos en estas aguas tampoco jueyes en el mangle. En su lugar, pesca cadáveres abandonados, que después vende a sus dolientes seres queridos. Desde que comenzó su negocio hace cinco años, Quenepo ha recogido cerca de cien cuerpos. Algunos han sido asesinados, mientras que otros se ahogaron allí. En el peor de los casos,  están los suicidas. ¿Quién puede juzgar la necesidad de danzar con la Muerte?

Luego de recoger difuntos, el anciano los coloca meticulosamente en un pequeño promontorio donde están a salvo de las corrientes. Una vez encontró el cuerpo de una ancianita difunta que había sido arrojada, sus hijos no habían querido gastar dinero en los servicios fúnebres.  Han sido tantos los desaparecidos de los últimos meses, todo un escándalo, que las estadísticas del Departamento de Ciencias Forenses fueron maquilladas por la Policía, por recomendación del Gobernador y su Oficina de Renovación y Esperanza, Iniciativas Comunitarias y Base de Fe.

--Doñita, póngame un cartón de leche, una barra de pan, mantequilla. ¿Tiene sellos?

--¿Pero y le ha dado por escribir, don Pancho? Le regalo este sello que me queda en la libretita—le dijo la obesa dueña del colmadito-panadería.

--Le escribo cartas a un hermano que se fue pa’ Niuyol. A veces les escribo a las autoridades y hasta al mismo gobernador pa’ que ayuden a los pescadores, pa’ que nos ayuden con el alambrado de luz, pa’ que respeten mi oficio. Esas cosas de viejo aburrido.

--A la verdad que usted sorprende. Son $7.69.

--Se sorprendería doña Pepa. Uno tiene su orgullo.

--No lo dudo. Igualito a mi difunto Anselmo. Que desapareció en los manglares. Al menos, usted encontró su cuerpo. Dios bendito, que lo tenga en su gloria.

-- Doña Pepa, no se ponga triste.

--No se apure, usted hace cosas que nadie más haría por nosotros y con orgullo—dijo la doña, y se despidieron.

Así es, Don Pancho defiende su actual oficio como barquero de la muerte. Afirma que las propias autoridades prefieren dejar que los cuerpos se pudran en el río.  En cambio, él los pesca y los lleva en su barca hasta un pequeño promontorio bajo el puente donde desemboca el río Grande de Loíza. Les da la vuelta a los cadáveres.  Les cobra a los familiares, en calidad de donativo, una pequeña cantidad de dinero para puedan reconocerlos. También solicita unos doscientos a trescientos dólares para llevarse a su pariente muerto. Son demasiadas muertes para la agónica economía del país, a eso le sumamos que el Departamento de Ciencias Forenses ha sido obligado a reducir en un 70% su personal capacitado para autopsias, por la ley de emergencia fiscal.

 

Le doy dignidad a los muertos*, le reclamó don Quenepo a la Policía, en el momento de su arresto. --Nunca comí del pan ajeno. Mire, tiene que creerme, jamás me embarré las manos con sangre inocente. No entiendo de qué me hablan. Soy un pobre viejo.--

No le hicieron caso. Lo arrestaron como al criminal más buscado. Lo ignoraron hasta cuando comenzó a convulsar en la parte trasera de la patrulla.  El viejo babeaba desmayado. Ellos solo cumplieron con su deber sin ver más allá.  Las autoridades del orden público tampoco imaginaron el caos nacional que ocasionaría su encarcelación.

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--Adiós, papi…

Lisamar, la nieta de un prominente banquero, corre bicicleta por el paseo tablado de Piñones, mientras sus padres comparten con unos amigos en un chinchorro. La observan a lo lejos pedaleando entre las uvas playeras. Ella se voltea y ve a sus padres, a lo lejos también, comiéndose una alcapurria con par de cervezas. Les hace adiós con la manita. En la orilla de la playa, los adultos igualmente observan al viejo Pancho desconchando carrucho.

Dieron las seis de la tarde y Lisamar no regresó. Buscaron por todo el paseo tablado, la policía se movilizó, pero nada. Ni rastro. Ya había pasado un mes y Lisamar aun no aparecía. Los padres desesperados ofrecieron una recompensa por cualquier noticia sobre el paradero su hija.

 

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--No lo hago sólo por dinero, su Señoría. ¿Cuál es el delito? No comprendo.  ¿Lisamar Valderrama?  ¿La niña rica que desapareció? Claro. Yo vi a los padres con sus panas bebiendo y regendiéndose en el negocio de los jueyes. Ya les conté a los agentes que vi cuando la niña paseaba en bicicleta por el paseo tablado. Esa tarde después de vender el carrucho, me fui a mi casa a descansar. La noticia de la niña  desaparecida la escuché en la radio. Nada más. Claro, como soy viejo, prieto y pobre… A mí, que me cojan confesao. Yo solo encontré su cuerpo. Y eso fue mes y medio después. Con todo su respeto, su Señoría, me declaro inocente.

Luego de un juicio, largo, complejo y escandaloso Francisco Celedonio Santos, alias Pancho Quenepo,  fue declarado culpable por el asesinato, mutilación, canibalismo y violación de la menor hija del banquero, entre otros delitos como profanación de cadáveres y lucro por actividades ilícitas. Además, la Legislatura, poco antes del arresto de Quenepo, había aprobado un proyecto de ley que tipificaba como delito grave la captura y/o venta de cadáveres. El viejo no tenía dinero para un abogado criminalista. Mucho menos para una apelación. Tampoco saldría de la cárcel.

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Han pasado un par de meses desde el juicio.  Se van acumulando los reclamos de cuerpos desaparecidos antes y después del arresto. La molestia entre el pueblo también se acumula.  Los familiares piden enardecidos la libertad para Quenepo. Telefonean a la oficina del Gobernador, envían correos electrónicos a la Legislatura. Hasta han llegado a arrojarle una bomba molotov al carro del juez que dictó la sentencia. A los jurados del caso, los tuvieron que sacar del país por miedo a ser linchados.  Los estudiantes universitarios, siempre tan solidarios, cuelgan de lo alto de la torre de Plaza Las Américas un cartel inmenso que decía: Libertad para Quenepo.

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El cuerpo de Lisamar había sido hallado entre los manglares cerca del lugar donde el hombre amontonaba la muerte. A la occisa le faltaban dos dedos de la mano derecha, el hígado y la lengua. También estaba desnuda. Mostraba señales claras de haber sido sodomizada. El banquero se aseguró de que se pagara inmisericordemente por la espantosa muerte de su hija. Alguien tenía que pagar y se aseguró de ello a costa de lo que fuese y de quien fuera.  Él y su familia tampoco volvieron a comer, siquiera comprar, frituras en Piñones, hasta organizaron un boicot contra la industria de los chinchorros de Loíza.

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--Ningún oficio es malo, mis compañeros. Se trata de que sigamos nuestros instintos básicos. El hambre muchas veces nos ordena, pero el oficio es nuestro camino. No olviden nunca leer la palabra del Señor.

En la cárcel, Don Pancho se ganó pronto el cariño de sus compañeros. Siempre tuvo ese don de la palabra, de tantas historias, que nadie indagaba más allá. Les narraba historias de cuando era pescador, sobre la temporada buena para el marisco, el marlín, el carrucho, y de cómo comenzó a pescar cuerpos. Les contaba que él solito había vendido cerca de cuarenta cadáveres.  Por lo general, las familias no se enojaban cuando les pedía dinero. Por el contrario, era una especie de donativo.

Todo cambió el día en que se tropezó con el cadáver de un oficial del ejército.  Las autoridades de los US Marines pretendían que regresaran gratuitamente los restos de ese occiso.  El viejo fue puesto en evidencia. Comenzaron a visitarlo a su casa. Lo interrogaban sobre todo tipo de muertes en el área. Pancho les explicó a los reclusos que no sólo son carpeteados los independentistas, también son perseguidos todos cuantos no les den el trasero a las autoridades. Al igual ocurrió con la niña del banquero, a la que le habían arrancado la lengua, entre otras vejaciones. Aquello provocó una discusión, y finalmente les entregó el cuerpo de gratis. Y es que la gente se desajusta al ver los cadáveres de sus seres cercanos. "Una vez, unos padres fueron a buscar a su hijo. Vieron su cuerpo y luego se marcharon sin decir una palabra. No se llevaron su cadáver"*

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En el pueblo, continuó el caos en pro de la liberación del pescador de hombres, como lo proclamó una pastora de Toa Alta. Hasta se efectuó una huelga en la que paralizaron el país durante una semana. Se unieron los candidatos a la gobernación de los partidos de minoría. También protestaron los estudiantes de la universidad y los líderes sindicales. Filmaron un documental sobre la vida de Quenepo. Este fue interpretado por varias estrellas hollywoodenses, siempre entregados a las causas de las clases marginales, llegando a ganar un Emmy. La producción había sido financiada por el banco en el que el papá de Lisamar era el mayor accionista. Finalmente, el Gobernador, por miedo a perder las elecciones, indultó al mártir. Aun así, meses después, perdió las elecciones.

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---Hasta la muerte discrimina con los más humildes. Los que nadie reclama. Los que nadie, siquiera el gobierno, daría un centavo o una lágrima por ellos. Esos que son simplemente nadies. En estos casos, yo recogía del mangle a aquellos pobrecitos muertos y disponía de sus cuerpos. No se trataba solo de una cuestión de dinero,--  el barquero de los difuntos afirmaba que también era algo personal.

Así comentaba don Pancho, en la entrevista que le hiciera Univisión TV en una “exclusiva” y transmitida internacionalmente en su página de Internet, así como hicieron con el mundial de fútbol.

--Uno de mis hermanos murió en esos mangles cegando jueyes y nunca pude encontrar su cuerpo-- confesaba el viejo. --Un dolor que no le recomiendo ni a los enemigos. Por eso dejé la pesca y empecé a realizar este trabajo.  He padecido de insomnio desde que encontré el cuerpo de esa angelita de Lisamar.  Todos los días he orado por el alma santísima de la niña. Dios la tenga en su gloria".

Todos, incluso el padre de Lisamar, lloraron con las manifestaciones del héroe.  Hasta una joven poeta que frecuentaba Loíza, de nombre Ana, conmovida por esa historia le escribió un acróstico y se publicó junto a la proclama que declaraba a Quenepo personaje ilustre de Loíza.

Pasó algún tiempo y la gente, como suele suceder, se olvidó de Quenepo. Había bajado la tasa de muertes y desaparecidos en los mangles de Piñones y a lo largo de la cuenca del Río Grande de Loíza. Don Pancho había recuperado sus hábitos de sueño, hasta un día en que leyó que el banquero había ganado la gobernación en las elecciones.  Y decidió pedirle ayuda para que le proveyera un hogar decente, porque su casita de madera estaba en condiciones deplorables.

“Señor Gobernador Valderrama,  acudo ante su generosidad y su noble corazón. Necesito una casa, soy viejo. ¿Me recuerda? Soy el que le daba dignidad a los muertos…”

Esperó par de semanas, pero no obtuvo respuesta. Carajo, pero si hasta fui homenajeado en la legislatura, todos los senadores y representantes se retrataron sonrientes conmigo. Fui declarado héroe nacional… Maldito. Aun así, al par de semanas le escribió otra carta con acuse. Una carta que estaba seguro que no iba a ignorar.

Pasaron varios meses y nadie supo de Quenepo. Muchos estaban preocupados por el destino del anciano. Se organizó un comité de los distintos barrios de Loíza para salir en su búsqueda. Algunos decían que se había ido a los Niuyores a casa de un sobrino. Otros que había enloquecido y vivía vagabundo errante por los manglares. Los demás temían lo peor.

A la segunda jornada de expedición que llevaba por lema “Todos por nuestro héroe, don Quenepo” dieron con una escena inesperada. Encontraron el cuerpo de un adolescente, más o menos de la edad de Lisamar, apareció atrapado en el mangle. Al igual que la chica Valderrama, estaba mutilado en alguna de sus extremidades y órganos. También le faltaba la lengua. La mitad del escuadrón de rescate huyó del lugar. Algunos de los que permanecieron, vomitaron. También hubo los que se fueron. Incluso, a uno le traicionaron las diarreas antes de llegar al poblado.

Ocurrió lo que se temía. Dieron con el paradero de nuestro ejemplar ciudadano loiceño, como lo había bautizado el nuevo alcalde. Don Pancho estaba a unos quince pies del cadáver del niño. Desafortunadamente muerto.

--¿Y ahora quién le dará dignidad a los desaparecidos?-- dijo la única mujer que formaba parte del grupo.

--Tenemos que encontrar a ese buen hombre. Él me enseñó que el verdadero poder está en las manos. Aprendí a trabajar y alimentar a mi familia con su ejemplo.

--De seguro murió de angustia luego de ver al niño, su corazón viejo ya no estaba para esos sustos,-- dijo el que parecía más sabio. Los demás permanecieron callados, tratando de controlar las lágrimas.

El gobernador proclamó tres días de duelo nacional. El día del entierro no habría clases en las escuelas públicas de los pueblos cercanos a la cuenca del río. Las historias de Quenepo aparecieron en todos los periódicos.  Las notas de duelo rompieron récord en los estatus del Facebook de miles de personas. Los principales canales de televisión transmitieron en esos días el largometraje basado en la vida de Pancho. Hasta llegaron para el entierro dos de los actores que habían actuado en el film.  El gobernador estaba arrepentido de nunca haberse disculpado con el ilustre Quenepo, por haber presionado para su encarcelación y por haberlo acusado injustamente por la muerte de su inolvidable hijita Lisamar. “Ahora, Francisco Celedonio Santos, nuestro Pancho Quenepo, cuidará de mi amada Lisamar en lo que llega mi turno de ir a morar con el señor nuestro Dios”. Fueron las palabras del primer mandatario del país durante la despedida de duelo.

En efecto, no pasaría mucho tiempo para que el gobernador se encontrara con su hija. Esa noche luego de besar a su mujer, que recién salía de una terrible depresión y dos intentos de suicidio, tomó la Biblia para leer un rato antes de dormir. De ésta cayó un sobre al piso. El hombre lo recogió y lo abrió. Era la segunda carta de Pancho,  había firmado el acuse pero nunca la leyó.

Suena el celular. Es el director médico del Instituto de Anatomía Forense: “Señor Gobernador, queremos informarle algo preocupante sobre la autopsia de Francisco Celedonio Santos, alias Pancho Quenepo. Es sobre la causa de muerte. Aparentemente murió asfixiado. Tenía atorada en el esófago parte de la lengua del niño muerto. El gobernador deja caer el celular. Le inicia un fuerte dolor en su hombro y brazo derechos, comienza a sudar y a temblar. También se orina encima. Su corazón está a punto de estallar. Le tiemblan las manos y abre la carta de Pancho. El hombre se infarta y muere antes de terminar de leer las palabras del difunto pescador de la muerte.

Honorable Gobernador Valderrama;

Le vuelvo a escribir, esta vez con la certeza de que no me ayudará a adquirir un hogar decente. ¿De qué le sirve ese poder comprado? Ese que usó para mandarme a la cárcel.  Espero que en estos momentos su conciencia esté tranquila. Tanto como lo estuvo la mía luego de matar a su hija. Su piel era más suave que la pulpa del carrucho. Su hija era hermosa, tanto que me comí su pulpa y su lengua. Qué delicia. ¿Ahora quién es el poderoso?

Ana María Fuster Lavín

“La dignidad de los muertos”

del libro de cuentos inédito (In)Somnio