“La Casita de la Música” de Cayey [¡pura magia!]

Caribe Hoy

Un pasatiempo que se ha acentuado durante este tiempo de pandemia es el turismo interno por los pueblos de la isla.  Esta es una actividad que puede ser bien gratificante y nos da oportunidad de redescubrir nuestra historia, cultura y las bellezas naturales. También nos da oportunidad de ver como un grupo de milenios se han convertido en jóvenes empresarios que rescatan sus pueblos trayendo negocios nuevos e innovadores, o se dedican a ser custodios de su cultura y tradiciones.

El sábado en la tarde un grupo de amigos nos fuimos de paseo al pueblo de Cayey.  Queríamos visitar un restaurante local de jóvenes empresarios que se llama Pa’l Pueblo localizado frente a la plaza de Cayey.  Al entrar al pueblo lo primero que observas es que la catedral ha sido recién pintada de color azul celeste, color que representa pureza y divinidad, y se relaciona con la Virgen María.  También concha acústica de la plaza y los quioscos están siendo remozados como parte de una transformación de la plaza pública.

Pa’l Pueblo, además de ser un restaurante es un whisky bar.  Ese enfoque es el que lo ha hecho atractivo para muchos turistas locales y foráneos.  El local era una edificación vieja que mantiene la belleza de sus pisos criollos mezclado con paredes pintadas con arte urbana.  El lugar presenta una fusión de lo antiguo con lo moderno, denotando una nueva conciencia social de preservar lugares históricos, pero insuflarles aires de juventud.  El lugar hay que recomendarlo positivamente.

Saliendo de Pa’l Pueblo di una mirada a la belleza de otros edificios antiguos que rodean la plaza, y allí justo al lado de Pa’l Pueblo me fijé en este edificio de dos plantas pintado color verde, con puertas de madera pintadas de blanco y un balcón a todo lo largo de su segundo piso.  Era evidente que había sido restaurado.  De pronto salió un caballero mayor y le pregunté.  Me explicó que ese era la “Casa Histórica de la Música Cayeyana”.  Desde la acera puede dar un vistazo a su interior que enseguida me cautivó.  Al ver mi interés, Luis Vázquez, quien resultó ser uno de los voluntarios que cuida el lugar, me dijo que esperar que iba a hablar con el director que se encontraba en la oficina para ver si recibía al grupo.  Esperamos un rato y mis amistades estaban un poco impacientes por continuar nuestra velada, pero me complacieron y esperamos. Luis nos relató que fue en la “Casita de la Música”, como cariñosamente le llaman los Cayeyanos al lugar, fue que conoció a su abuelo. Cómo así le pregunté.  Me relató que nunca conoció a su abuelo, pero que, al rescatarse la historia musical Cayeyana a través del museo, se encontró una foto antigua de su abuelo quien era saxofonista, con un grupo de otros músicos del área.

Una vez, que Andrés Yambó Febus, director de la Casa Histórica de la Música Cayeyana nos recibió, empezó la magia de la velada.  Andrés nos dio un tour por la “Casita”, nos explicó la historia de los músicos, nos mostró instrumentos musicales únicos y centenarios, nos habló sobre la evolución de la música, y sobre la historia del movimiento de bomba de la montaña. Nos explicó que la Casita se ha convertido en un centro cultural de puertas abiertas para todos en Cayey.  A raíz de la pandemia el local ha estado cerrado y se espera que pueda abrir este próximo agosto. La gente de Cayey es amante de la música y muy solidaria con el trabajo que se hace en la Casita de Música, que es cuidada por 70 voluntarios, según nos explicó Carmencita Burgos, voluntaria y esposa de Andrés. Ellos fueron identificando personas retiradas, solas o desempleadas y las invitaron a unirse siendo parte de la historia del pueblo.  Así han hecho una red solida de voluntarios, quienes durante la pandemia se han encargado de contribuir para sostener los gastos del lugar.  Otro de los voluntarios, Ramón Cotto, a quien apodan “el prieto”, también estaba allí.

En mi grupo de amigos hay varios músicos. Ya culminada la visita, William, uno de nuestro músicos y cantantes, se acerca al piano y pide permiso para tocarlo. Andrés muy amablemente se lo permite.  Al momento, a ritmo de bongos, congas, cuatro, güiro y guitarra, la bohemia impromptu comenzó. Se cantó y la emoción era tal que las lágrimas del monte brotaron para endulzarnos los paladares.

La velada fue una de intimidad, y comunión musical y cultural. Si la curiosidad no me hubiese atrapado, si Luis no hubiese salido, si la impaciencia de mis amigos los hubiese desesperado, si Andrés no nos hubiese atendido … otra sería la historia. Todos los presentes reconocimos lo mágico del momento.  Reconocimos también la importancia de disfrutar las oportunidades que “el aquí y el ahora” nos presentan.  Reconocimos la importancia de hacer turismo interno y de apoyar las gestiones culturales que lleva a cabo la dirección y los voluntarios de la Casa Histórica de la Música Cayeyana, quienes ante viento, marea y adversidades siguen a ritmo de la música dando el cien por ciento para preservar y ser custodios de nuestro acervo histórico, cultural y musical. Esa labor se les agradece. Así se hace la patria.