La noche que te fuiste volví a nacer

Creativo

(cuento de la colección El caribe en el exilio, San Juan, Ediciones Coa, 1990).

La noche que te fuiste, Claudio, me quedé muy sola. Me desesperé, lloré y quise morir. Deseé tanto haberte pedido cuando salías por la puerta, que no lo hicieras. Tuve dudas. Tal vez era mejor intentarlo una vez más; pero sabía que te ibas, y además que era para siempre.

Claudio, más doloroso que tu partida aquella noche lo ha sido el recuerdo, ese recuerdo de cuando estábamos juntos, de cuando comenzamos. Me acuerdo cuando empecé a enamorarte. ¡Sí, qué días aquéllos! Recuerdo que te llamaba y te invitaba a salir, y tú asustado aceptabas la invitación. Siempre te propuse que fuéramos a aquella pequeña barrita, y buscabas una excusa, pero a la larga aceptabas, tal vez, para demostrar que eras obsequioso.

¡Ay, Claudio!, tal vez no recuerdas, pero yo siempre me ingeniaba para apretar la letra C y el número 22 de aquella vellonera llena de tesoros, de donde surgía la voz de Daniel Santos. Siempre cantaba a dúo la estrofa de esa canción que dice:

Sigue riendo de mi cariño

sigue burlándote de mi agonía,

que yo te juro,

que aquí en la tierra, allá en el cielo,

o donde vayas,

tú serás mía, tú serás mía.

Pero tú no entendías –y tal vez ahora tampoco entenderás- lo que yo quería dejarte saber cuando cantaba esa canción. Tu sólo decías: “vaya ese tipo tiene tremenda voz, es un bohemio chévere”. Claudio, nunca entendiste porque pasaron meses hasta que te diste cuenta que yo deseaba algo más que una simple amistad contigo. Sólo supiste cuando, luego de estar varios años juntos, que lo deseaba desde el día ése en que te conocí, y lo hice no porque pensara lo lindo que podría ser nuestro amor, sino por lo bueno que podría ser estar contigo más allá de toda una vida. Pero tú no te dabas cuenta, ni sentías esas pequeñas cosas que yo sentía por ti.

Al cabo de varios meses, demasiados meses de salidas, te diste cuenta de que yo estaba tan enamorada de ti. Sí lo estaba, aunque nunca te lo quise demostrar. Tal vez boberías mías, quizás, pero también era que tú, si tú como hombre jamás habrías comprendido que yo también podía tomar la iniciativa para enamorarte, para enamorar a un hombre.

Más me duele la primera vez que hicimos el amor. Yo di todo lo que tenía, quise hablarte con mi cuerpo, dejar que todas mis extremidades se comunicaran con las tuyas, dejar que mis intimidades te pertenecieran. Pero, por más que lo intentaste, por más que me dijiste cosas al oído, fuiste como todos. Te depositaste en mi cuerpo, y ya. Luego, cuando acabaste, fuiste como los otros, tanto como Camilo, Renato, Paolo, también dormiste, roncaste, soñaste, y sobre todo, me echaste a un lado. Pero yo no protesté, porque te quería, ¡estaba enamorada!, porque sabía que con mis reclamos a esa barbaridad lo único que podría haber logrado sería perderte. Pero no lo quise hacer. Yo por sobre todas las cosas te quería tal cual eras, y también no deseaba estar sola, deseaba ser querida.

Claudio, nunca comprendiste porqué te esperaba. Porqué podía aceptar que tuvieras todas tus cosas, y que vinieras cuando quisieras, que llegaras a cualquier hora. Siempre estaba dispuesta a esperar. Y si tú querías dormir, dormía; si querías hablar, hablaba; si querías leer, leía. Yo siempre estuve dispuesta a aquello que propusieras. Pero Claudio, nunca supiste tener esa tolerancia necesaria para aceptar mis reclamos, te parecían sin sentido, no oías, porque pocas veces me escuchabas. Nunca quisiste ir de compras cuando te lo proponía; cuando te trataba de besar en la cama. Si, cuando tomaba la iniciativa, siempre estabas cansado, o cuando lograba seducirte eras un cuerpo sin expresión. Y luego como siempre, como todos, dabas excusas y mil perdones por la falta de cariño, y cuando no lo decías, seguías distraído. Tenías muchas preocupaciones.

Te quise, te quise demasiado. Acepté a tus amistades como mis amistades, que tu mundo fuera mi mundo. Me tuve que conformar con el rechazo a mis amistades, a mis cosas, que mi mundo fuera tuyo también. Me duele porque sé que tú pensabas que mis cosas eran inútiles y no comprendiste su importancia, por el mero hecho de que eran mías.

Hoy, un ano después de irte, o mejor dicho, después que te pedí que te fueras, escribes una carta desde tu islita. Allá en tu “región hemisférica”, como sé que llamas a tu Caribe. Tal vez, como dices, has cambiado; tal vez ahora entiendes todos mis reclamos, todas aquellas cosas que yo te decía, mucho tiempo después de haber comenzado, que eran necesarias para mejorar la relación. Pero, ya es tarde. Sé, y bien que sé, que ahora me entenderás menos. Que ahora entenderás menos mis cosas, mi mundo. Sé que tampoco entenderás que el espacio que dejaste en la casa, en el sofá, en la cama, en el armario, en tus gavetas… lo ocupa otra persona.

Tampoco podrás entender que esa persona es tan distinta a ti; que no se parece a ti, que se parece más a mí. Que habla mi mismo lenguaje, que habla el mismo idioma. Jamás entenderás que ahora mis iniciativas son aceptadas. Mis ideas son escuchadas, que mi mundo provoca interés a esa persona.

No Claudio, como tantos otros, jamás entenderías. Jamás entenderás que ya no haces falta. Jamás comprenderás a mi nuevo amor. No podrías entender que el amor que me puede dar esa mujer, que el amor que me da ella es más hermoso…!más humano!