A Hussein Habasch
Como niños que juegan
y avisan su paso
con el timbre de la bicicleta,
las puntas de mis dedos dibujan
todas tus manos: grandes y pequeñas.
Manos que cobijan al pastor
en la montaña
que dividen el eco de las bombas
en las calles silentes
que acunan el llanto de los vivos
y que sangran.
Manos amorosas de familia
que protege a sus hijos.
Manos de estudiante, militante
fuerza del futuro.
Manos que resisten al envidioso turco.
Afrin cabe hoy en las mías
como un cántaro de cielos,
que es poder de hierro
señal de una palabra necesaria
para que los vivos regresen
y descansen los muertos
y la patria se levante.
Afrin cabe en mis manos
que tocan las tuyas
en solidaridad
como una oración de lluvia
para revivir la flor del rostro
de mi hermano kurdo.