“We are different”

Creativo

Esa mañana me había levantado tempranito. Era un día distinto. Mi pequeño cuarto lucía como de costumbre: desarreglado. Me miré al espejo y una vez más pensé en lo que se decía de mí: “eres flaca, fea y descolorá”.

(Eso de haber nacido distinta a mis otras hermanas puede traer problemas a cualquiera. En todo caso yo no tengo la culpa. Esa la tienen los que me engendraron. Y después el lío ése, mi papá blanco y mi madrecita negra, también le causa problemas a todo el mundo. Qué combinación, descolorá porque no era negra y distinta porque no quería comportarme como decían que debía ser. Ellos decían que yo estaba mal de la mente; terapistas, sicólogos y siquiatras [qué días aquéllos; qué bueno es tener dinero…], disque yo tenía rebeldía ante la autoridad. Neurosis-hiperactiva con depresiones cíclicas. Algo así decían que yo tenía, pero yo no hice caso, ni hago ahora. Yo estaba bien, sólo quería ser diferente.

Ahora bien, yo sí sé una cosa, el día que me montaron en ese avión de la Air Jamaica para que me vieran los expertos allá con mi tía en Londres, ese día yo fui feliz. Sí sabía cómo iba a ser la cosa. Los expertos eran simplemente para poder dar explicaciones a las amistades, de que la “rebelde incontrolable” iba a recibir un tratamiento más sofisticado. Yo sé, lo que querían era salir de mí de forma “polite” para todos. Pero es mejor que olvide este asunto, y corra hacia la estación de autobuses, de lo contrario no llegaré al trabajo a tiempo).

Como de costumbre no pude desayunar en el apartamento. Me había levantado tarde. Corriendo a toda prisa tomé el autobús y me dirigí, como era ya mi rutina de cinco años, al supermercado. La supervisora me miró con la cara de siempre (Mary, estás media hora tarde), como si estuviera pensando, razonando y diciendo a la vez “es que la pobre, por su condición, no sabe lo que hace”.

La gente creía que yo era boba: por eso no me gustaba seguir instrucciones. Hasta ese psicólogo me había clasificado con una palabra (idio..) que no me gusta repetir. Pero estaban equivocados. Yo llegaba siempre tarde porque me gustaba dormir; ¿acaso ese gusto es sólo para gente como yo? El psicólogo sólo quería darle una de esas explicaciones científicas a mi madre para que aliviara su culpa, disque porque yo no era normal. Ella no se lo imaginaba, pero yo sí me había dado cuenta de lo mucho que sufría con esta hija distinta a las otras cuatro. Lo que pasa es que ella era quien no entendía. Simplemente yo era diferente.

Londres fue la libertad. Cuando llegué se lo dije a mi tía, nada de tratamientos ni pastillas, yo me iba de la casa. Recuerdo que ella me miró y miró a su esposo, mientras pensaba “bueno y qué le pasa a ésa hoy”. Por eso cuando se levantaron y encontraron mi cuartito vacío, no tuvieron más remedio que llamar hasta al ejército, al “special patrol” (a esos que son unos “Murderers”). Pero qué va, han pasado cinco años y “ni rastros de su paradero”, como dice una de esas novelas románticas.

Yo lo había leído todo en una de esas novelas, sí porque aunque no lo crean, yo sé leer y escribir. Ahí fue donde leí también del caso de una mujer que había tenido un bebé diferente y vivía con cargos de culpabilidad. Según decía la historia, había una pareja que tenía una relación que ni los padres de ella ni los padres de él permitían. Un amor imposible. Los enamorados decidieron entonces escaparse una noche. Como en los tiempos de antes, diría mi madrecita. Yo me enteré de todo lo que ella hizo, y además me repetí una y otra vez la forma. Sí, porque yo soy buena para contar, pero mi memoria es un desastre. Se decía que ella había puesto unas pastillas para dormir en el chocolate caliente de sus padres. Cuando ellos dormían ella abrió la puerta al novio, un hombre fornido, quien cargó con todo su equipaje y dejó el cuarto vacío.

Yo tuve la mala suerte de abrir la puerta y nadie entró. Además, no tenía de esas pastillas para dormir de forma que la gente no se levantan por siglos. Había en la casa unas pastillas con un dibujito de una carabelita y dos huesitos, pero como me asustó esa cosa tan fea, no me atreví echarlas en el chocolate de mis tíos. Bueno, lo mejor que pude hacer fue darles muchas tasas de chocolate caliente. Recuerdo que mi tía preguntaba por qué yo estaba tan espléndida esa noche. Yo le dije –tan lista que soy a veces- que así era como trataba a mi madrecita y a mi papá. ¡Mentira! Y entonces, cuando llegó el momento de cargar con mi equipaje, ahí fue cuando más necesité al hombre fornido. Pero …ya oigo que me llama para poner los tomates.

Es mejor que me concentre, porque realmente este trabajo me requiere mucha concentración en lo que hago, y deje de pensar una vez más en el día que me fui, en mi tía, en el sicólogo y en mi madrecita.

Ahora creo saber por qué se trataba de un día distinto. Era su primera vez en el supermercado. No era grande aunque era fuerte; quizás estaba gordito, pero parecía macizo. Podía pasar por el novio fornido. Posiblemente era árabe. Lo más raro que tenía era que se pasaba cantando unas canciones que yo no entendía, como si fueran religiosas. Pero era guapo.

Se parecía a él. Al único novio que tuve. Fue cuando cumplí los 18. Recuerdo que ese día decidí ir a una de esas barras decentes. Mis novelas hablan de barras indecentes y mujeres de vida alegre. (Yo quisiera ir a una de ésas, a ver cómo lo paso, a lo mejor lo paso alegre). En esa barra fue cuando conocí a mi primer y único novio. Fue todo un galán, me invitó a tomar y a bailar. Era una mujer feliz, estaba alegre. Me susurró al oído que en la barra había mucho humo, y que en pro de nuestra salud-ahí fue la primera vez que alguien me hablaba de “nuestra”- era mejor salir a tomar aire. Romántico. ¿no es así? Se trataba de una de las escenas de mis novelas.

En ese momento me besó. Me acuerdo de la experiencia tal como si estuviera pasando en este instante. Hay que sentir amor, ¡pasión! ¡Ay Dios! yo no debería pensar en esas cosas. Me decía cositas al oído, lo linda que yo era, lo guapa, lo hermosa. (No sé por qué, pero fue la primera y también la última vez que alguien me susurró esas palabras). Era muy tarde y él me pidió de una forma muy cortés, que si quería irme porque él estaba cansado y borracho. Como era ya su novia, en mis novelas luego que la gente se besa por primera vez se hacen novios, decidí acompañar a mi hombre.

No era de la ciudad. Me contó que era un alto funcionario de una empresa y tenía la exigencia de viajar por todo el mundo. Y ahí fue cuando se puso más romántico. Dijo que no era casualidad nuestro encuentro. Nos fuimos en su auto y recorrimos media ciudad hasta llegar a las afueras. Me llevó a un hotel que quedaba en la cima de una montana, el cual se llamaba “A night in Havana”. A mí me gustó el nombre, porque me acordaba de una ciudad allá en el Caribe. Creo que en St. Lucía, pero me falla la memoria. En todo caso, me explicó que éste no era el hotel donde tenía su equipaje, pero que me llevaba allá porque era romántico. Según él, “estaba pegadito a las estrellas”. Yo creo que él era una maravilla de hombre, y sobre todo tan considerado. Aquel hotel era todo lujo. Me acuerdo que el cuarto –aunque pequeñito- tenía espejos en todas partes, hasta en el techo. Era un hotel muy organizado, uno podía llegar en el auto hasta un garaje que había a la entrada del cuarto – yo creo que era un estilo parecido a los challets suizos de mis novelas-, y los administradores ni molestaban. Sólo tocaron por una ventanilla, por donde él pagó. Como no me tenía que meter en esos negocios, ya que son asuntos de hombres, no sé que le dijo mi enamorado, pero el administrador nos regaló una botella de champagne. Era un tipo romantiquísimo.

Pero qué delicadeza tenían sus manos: me fue desvistiendo con sus besos. Estaba feliz, por fin tenía un novio, por fin tenía mi hombre. No obstante, mi felicidad se nublaba por mi falta de experiencia. Se trataba de la primera vez… también la última.

“Mary pon atención” oí a la supervisora que me gritaba con aquella cara que tiene cuando está de mal humor. Cuando miré todos los tomates de la tablilla superior se habían caído por la parte de atrás del anaquel. ¡Qué desastre! No era mi culpa, se trataba de una tablilla que estaba rota, y ellos no gastaban en repararla. Ella estaba tan de mal humor que me envió a barrer la tienda, y de paso también barrió con mis recuerdos.

Volví a verlo, parecía árabe. Tal vez era peligroso. Una de las novelas que había leído decía que los árabes eran terroristas. Bueno, pero por qué creerle a la novela. Este tenía cara simpática. Tal vez son cosas del autor de mi novela, yo mejor desconfió de ese escritor. En todo caso a éste ni lo miro, va y me pasa como con mi hombre. Al final son todos iguales –como dicen mis novelas- te dicen que te quieren y luego te olvidan. ¡Cuánto he esperado a mi hombre! Van tres años desde que me dijo aquella madrugada –no habíamos dormido ni una hora- que se tenía que ir rápido para una reunión. Yo dije que no había problema –la mujer siempre tiene que ayudar a su hombre para que triunfe, al menos eso siempre decía mi madrecita cuando mi padre se iba de la casa y no volvía en dos noches. En todo caso, me pareció algo extraño eso de la reunión.

“Mary, Mary” una vez más gritaba la supervisora. Ahora quería que botaran la basura. Yo creo que ella piensa que esas eran tareas para gente como yo, idio… como diría mi sicólogo. Yo lo hago sin problemas, pero sé que más allá de lo que ella pensara de mí, estaba el asunto de que andaba molesta conmigo. Yo creo que era un poco de envidia por mi forma de ser. Sí, ella era envidiosa. Todo era porque yo me atrevía a hacer cosas que ella no haría. Yo sé que ella nunca hubiera ido a la barra donde yo fue, ni a aquel hotel lujoso. Yo era mucho más atrevida que ella.

Se molestó por el hecho de que yo desayunara con el gerente. Todo pasó en el comedor de la tienda, frente a todo el mundo. Sí, yo sé, si la cara que pusieron algunas de las que trabajaban conmigo era la de “pero qué le pasa a ésta hoy”. Yo no sé por qué; fue sólo un desayuno. Fue sentarme a la mesa donde siempre se sentaba el gerente; luego me informaron que esa mesa era exclusiva para él y sus supervisoras. Después de todo, lo que yo hice estuvo bien. A fin de cuentas me parecía un tipo amigable.

Quizás tiene que ver con el incidente que pasó ayer con un cliente. Se trataba de un pobre viejo; pedía hablar con la encargada de la tienda. Yo lo llevé donde la “encargada”. En esta tienda todas son encargadas, las supervisoras quiero decir, y el único jefe, ¡ah!, ese es el gerente.

Resulta que el viejo había perdido una caja de galletas- según él eran muy finas, es decir caras. Parecía un hombre honesto. Eran sólo unas galletas. Recuerdo que la supervisora dijo que no era posible, que allí nunca habían vendido esas galletas. Ella lo dejó hablando con otra de sus ayudantes (de las llamadas “deputy supervisors”) y fue hasta la sección de galletas y escondió el último paquete en el almacén. A mí eso me molestó porque se trataba de un viejo infeliz, y por eso tomé valor para aquello que hice. Cuando el viejo llegó con las dos supervisoras a la sección de galletas a seguir explicando lo que le había pasado, yo corrí hasta el almacén y regresé con el paquete escondido. Por poco se muere la supervisora y por poco me mata. Pero yo puse la cara de buena y le dije al viejo que lo había encontrado en el almacén por casualidad. Fue muy agradecido.

Intentaron despedirme del trabajo, pero no pudieron. No sé porqué pero alguien comentó acerca de mí –a veces creen que también soy sorda- que yo era parte de la cuota de incapacitados. Yo no sé de qué cuota estarían hablando, pero de incapacitada tengo muy poco. Camino, sé leer, escribir, me río, y sobre todo, leo mis novelas. En fin, me limitaron las horas de trabajo de 8 a sólo 2, en el turno temprano de la mañana.

Ya sé, aunque a veces la memoria me falla, porqué me dije esta mañana que hoy era un día distinto. Era el primer día que solo trabajaba 2 horas. Mejor así. Llevo dos horas y media en el comedor de la tienda, tomando café y leyendo mis novelas. Ahora sé que no tiene nada que ver con el árabe ese. Al fin, todos los hombres son iguales. Primero sonríen y luego ofrecen algo de beber.