¡Así que esto es la libertad!

Creativo

(El Caribe en el exilio. San Juan, Ediciones Coa, 1990)

En el amanecer del 1 de mayo de 1838, Lord Rhyne zarpaba desde Glasgow, Escocia, en dirección a Jamaica.  No se trataba de un viaje cualquiera.  Por primera vez, en casi 20 años de poderío territorial en dicha colonia de la corona inglesa, se dignaba a visitar su plantación azucarera más productiva en el Caribe.

 

Su colonia agrícola en Blufields (Jamaica), había sido siempre manejada por su abogado (a cargo de operaciones en el Caribe) y del administrador.  Poco sabía Lord Rhyne de cómo se desarrollaban las operaciones.  Sólo sabía de las ganancias informadas por su abogado, y de aquellas ilimitadas inversiones efectuadas en toda la región.

En todo caso, este primer viaje de Lord Rhyne a su “querida” Jamaica, tenía un motivo adicional.  Llevaba dentro de alguno de sus baúles dorados la buena nueva de que en los territorios de la corona inglesa habría de finalizar para el 1ro de agosto la esclavitud y cualquier forma de imposición forzada al trabajo.  Era tal vez como lo pensaba este Lord, la llegada de la libertad, y sobre todo del libre intercambio venta y compraventa de la fuerza de trabajo.  Se trataba de una nueva época.

Era una mañana cualquiera en Londres.  Lord Rhyne IV, se levantaba como de costumbre en el octavo cuarto del tercer piso de su mansión de Hamstead, al norte de la ciudad.  Su esposa dormía, aunque para él, las 6 a.m. simbolizaban el comienzo de sus labores.

Había visto su itinerario, no sin antes haber tropezado con la página inicial para recordarse que se encontraba en el año 1988.  Era el 13 de junio, fecha que le recordaba que a las nueve de la mañana se habría de reinagurar la remosada y redecorada tienda en kilburn.  Su presencia era requerida en dicho acto, gajes del oficio de ser presidente de la Junta de Directores.

Eran apenas las 6:15 a.m., cuando decidió llamar a su secretaria, Rosalyn, y averiguar algunos detalles en cuanto a este compromiso.  En todo caso, ella era su empleada, la de la compañía, y ya el día de trabajo se había iniciado.

“Buenos días Rosalyn”, Lord Rhyne le decía con cierto tono de quien reconoce lo difícil de la situación.  La mujer vivía sola con dos hijos, acostumbrada al ritmo de trabajo del jefe.  No tardó un segundo en reaccionar.  “Sí, diga Lord Rhyne, en qué puedo servirle”.  Le respondía ella, replicando por dentro que su salario no ameritaba consultas fuera de horas laborables.  El “en qué puedo servirle” le había dado la confianza necesaria para continuar en su avanzada investigativa.  A fin de cuentas, ella era su secretaria.  “Quería saber”, le decía con toda la autoridad que los títulos heredados en cuatro ocasiones le conferían, “hay que estar presente en la reapertura de la tienda de Kilburn”.  Ella que siempre se daba cuenta de la dependencia decisional que él había desarrollado en ella,  sólo pudo responder con las palabras que él esperaba:  “No Lord Rhyne, no es necesaria su presencia, despreocúpese que yo tan pronto pueda llamo a la tienda y lo excuso”.

Era el 29 de julio de 1838 y los negros trabajaban sin cesar en la plantación de Bluefields.  Sólo había murmullos en el corte de la caña e intriga de por qué habrían de finalizar labores en ese día mucho antes del atardecer.

Un negro hijo de nigerianos, André, nacido esclavo en Jamaica, desplazaba toda su fortaleza en la tara de tierra caña que tenía que cortar.  Sólo se cuestionaba porqué debían finalizar sus trabajos tan temprano.

Sus pensamientos giraban en asuntos tan variados, como la libertad, las barracas, aquella negra que le gustaba.  En fin, André se preguntaba porqué ellos no habían seguido los pasos de los negros en San Domingo.

El sol caía y se escuchó la voz del capataz, quien mandó a todos los negros a que se arremolinaran en la emplanada frente al molino.  André caminaba silenciosamente sin comunicarse con los otros, quienes iban hablando entre un inglés con acento jamaiquino y sus lenguas originales.  El administrador era quien tomaba la palabra ante una congregación de más de 500 hombres con machetes.  Sus palabras, como de costumbre, fueron cortas y precisas.

En el amanecer del 1ro de agosto, es decir en menos de tres días, llegará a puerto Lord Rhyne, dueño de estas tierras y de todos nosotros…

(Para la gran mayoría de los negros congregados, esto tenía muy poco significado.  Se trataba de la llegada de otro hombre blanco)

De hoy hasta su llegada, la mitad de los hombres seguirán cortando caña.  La otra mitad habrá de ser usada en trabajos de reparación.  De hoy en adelante sólo van a dormir cinco horas.  Que nadie se preocupe, que esto sólo dura tres días, y según parece luego vendrán cambios.

Para mí, un boricua en Londres, se trataba de una mañana más.  Un lunes cualquiera donde mi rutina se reducía a levantarme a las 6:10 a.m., a darme un poco de aseo, los lentes de contacto, la ropa, y a avanzar hacia la parada de autobús, a tomar la número 31.

A mi llegada a la tienda, o mejor dicho a una de las tiendas de la prestigiosa cadena de supermercados Marks and Spencer, me sorprendrí del trabajo que se había hecho en menos de 48 horas.  Tal parece que una vez cerrada la tienda el pasado sábado a las seis de la tarde, un contingente de obreros le habían metido “caña” a este asunto.  A eso de las siete de la mañana, o mejor dicho a las siete en punto (en la producción no se acepta incertidumbre con el tiempo), cuando empezaba mi jornada, “the early shift” (la cual sólo hacíamos irlandeses, indios, negros o inmigrantes), tal parecía que había llegado a otra tienda.  Los pisos habían sido cambiados, las paredes habían sido pintadas, los anaqueles redecorados.  En fin, se necesitaba un manual codificado para cumplir con mi labor: es decir poner en su sitio las papas, las cebollas, los ajos, etc.

Todos mis compañeros de trabajo cuchicheaban sobre este gran día en la tienda.  Decían que el Lord, es decir el jefe, habría de venir.  Más aún, había toda una algarabía por el hecho de que la prensa estaría presente (es decir, saldríamos todos en fotografía); como a su vez otra gente importante (la Thatcher. ¡Hum!, problemas…).

Marks and Spencer fue fundada por una pareja de pequeños empresarios, ambos judíos, quienes se dedicaban al negocio de la quincallería a fines del siglo XIX, en uno de los barrios obreros del este de Londres.  Un siglo después se había desarrollado como todo un emporio económico e invirtieron en toda una diversidad de negocios.  Por su calidad, la venta de comida se había convertido en su mayor empresa.  Su capacidad para revolucionar este tipo de comercio era lo que le permitía seguir cosechando frutos económicos.

Margaret era la supervisora a cargo.  Una mujer blanca aún en los veinte, y a diferencia de las otras mujeres (en su mayoría irlandesas), era inglesa y sobre todo londinense.  Ella decidió congregarnos a eso de las ocho (para ser preciso a las ocho), y darnos el último boletín.

Bien, tenemos una hora para acabar todo y estar listos.  Recuerden que este es un día bien importante para todos en la compañía y más que nada, viene gente importante de la oficina central…

Ya ella estaba enterada que Lord Rhyne IV había decidido cancelar su compromiso.  Pero con toda su sabiduría empresarial, sabia que notificarnos dicho “lamentable” suceso, causaría tal decepción que lejos de invitarnos a finalizar nuestros trabajos cual lo acordado, es decir a las 9 a.m., el efecto sería retardar los mismos.

Acuérdense que Lord Rhyne IV, el presidente de la Junta de Directores va a estar presente en el corte de la cinta.  Además va a venir la prensa y otra gente importante del país.

Como ya era mi costumbre, no le escuché cuando dijo que el jefe venia y decidí continuar con mi rumba por el mostrador de las papas.

Había entrado ya la madrugada del 1ro de agosto de 1838, y los negros, al calor y luz de unas hogueras, seguían pintando con cal las paredes de la hacienda y del molino.

Mareado por el olor a cal, ceniza, y sobre todo el cansancio y agotamiento de poco dormir y mucho trabajar, André seguía pinta que te pinta una de las verjitas ornamentales de la estructura física en la plantación.

El sólo veía al administrador acompañado por uno de los capataces, dando instrucciones de las últimas cosas por pintar.  Regañando por las cosas que aún no estaban hechas, por la mesa mal puesta, por la carpa que se caía, por los matorrales que aún había que talar.  En resumen, protestaba por casi todo.

El administrador ajoraba a todos los hombres a seguir trabajando.  El abogado venía en carreta desde Kingston y ya llevaba varias horas de retraso.  Quedaban aún varios detalles por solucionar entre ellos, y en particular lo referente a las finanzas.  Había que procurar que los números fueran lo más representativo del ritmo de ganancias de los últimos años.  En todo caso, esto había que hacerlo antes que Lord Rhyne llegara, quien estaba supuesto a hacer puerto entre las cinco y siete de la mañana si los vientos le habían favorecido.

Casi a las 6 de la mañana, cuando André ya se pintaba a sí mismo, alguien llegó corriendo del puerto anunciando la tan esperada llegada.  El administrador dio órdenes de que todo el mundo parara las labores, y que se fueran a las barracas a ponerse la mejor ropa, es decir la dominguera.  Más aun, les instruyó que a las nueve estuvieran todos frente a la casa central para que vieran al jefe, y participaran de la actividad de bienvenida.

Era casi las 8:40 de la mañana y Margaret corría de esquina a equina.  Daba instrucciones a cada cual; como de costumbre, y por el maldito salario terminé recogiendo la basura de la tienda.  Era vicioso ver a tantos ayudantes, en particular hombres y mujeres del buen vestir, poniendo comestibles a diestra y siniestra.  Tal parece que se trataba del gran evento, de la llegada del Lord, y sobre todo de la reapertura de esta tienda de M&S, que implantaría un nuevo concepto de venta de comida.

Una mujer chipriota trabajaba en el departamento de licores, se me acercó y me cuchicheó: “!Hum!, esto es en grande.  Yo lo que quiero es salir en la fotografía cuando corten la cinta, para dársela a mi nene”.  Yo me sonreí, ya que no podía ofrecerle ningún tipo de contestación satisfactoria a su comentario; en todo caso, yo que de fotografías y periódicos quiero saber muy poco, contesté: “!Claro!, y a lo mejor vienen los de la televisión y nos filman”.

Pero no había tiempo para aspiraciones hacia el estrellato, este era un gran momento para M&S, donde todos nosotros, obreros  y obreras de 4 pesos la  hora (luego de la conversión de libras esterlinas a dólares) hacíamos  el máximo para ese gran momento que habría de ocurrir en apenas cinco minutos.  Margaret nos congregó a todos a la entrada de la tienda.  Eramos un poco más de 20 empleados (caribeños, irlandeses, indios, pero sobre todo gente que se veía pobre, no de alma sino de bolsillo), y un ejército de  “gerentes auxiliares” venidos todos desde la administración central.  Era, en todo caso, un gran día para la compañía.

Estaban todos los negros, casi quinientos, vestidos de blanco, y apertrachados casi el uno sobre el otro frente a la carpa, donde habría de desayunar Lord Rhyne.  Este llegó según la hora señalada, las 9 a.m., al lugar donde daría la buena nueva del gobierno de la Corona Inglesa.  Venía acompañado de su abogado, del administrador, y de uno de los capataces.  Por sugerencia del administrador, prefirió dirigirse primero a los negros antes del desayuno.  Serían unas cortas palabras.  Era un hombre obeso, incómodo ante un sol que “picaba” como no lo hacer en Escocia, y más que nada se enfrentaba a una masa de negros a quienes nunca había conocido, ni cuya existencia le interesaba imaginarse.  Tan solo dije en todo muy quedo:

Quiero informarles que de hoy en adelante serán hombres enteramente libres.  Ni habrá esclavitud, ni leyes, que los fuerzen a trabajar para mí.  Pero no se preocupen que iniciaremos una nueva era, como hombres libres, donde por su trabajo recibirán una paga.  Yo me comprometo a que todos ustedes, o mejor dicho todos los que nos sean necesarios, habrán de ser empleados en la plantación. Eso es todo, y ahora pueden hacer lo que les venga en gana.

No hizo más que finalizar sus palabras cuando André, negro figurón de primera fila, se viró hacia sus hermanos y sonrió.  Se le ocurrió únicamente invitarlos a bailar un etu montaña arriba y cantarle a la libertad.

Para sorpresa del administrador, el abogado, y el Lord, a los pocos segundos no había ni un sólo negro en toda la plantación.  Los tambores se empezaban a escuchar en la lejanía, y tal como lo habría pensado André, la fiesta de la libertad que iniciaban era una donde al hombre blanco, ni como esclavo ni como asalariado, volverían a ver.

Margaret nos dio la noticia.  Lord Rhyne, no habría de venir porque le surgió un compromiso a última hora.  El corte de la cinta se le ofrecería a una de las clientes, quien esperaba ansiosamente junto a otras por la apertura de la tienda.   Margaret, como en toda ocasión solemne dirigió la cuasi-invocación.

A nombre de la compañía les damos las gracias por todo el esfuerzo que han puesto para inaugurar la tienda a tiempo.  Ustedes son todos unos excelentes empleados.

De esta forma, una gruesa mujer, que se tambalea al caminar y además, quien alegaba ser una cliente desde la inauguración de la tienda hacia 10 años, procedió al cortar la cinta.  Nuestra reacción fue aplaudir, como buenos empleados.  Esto era la libertad…