El Perro Conoce a los Reyes Magos

Creativo

Todos, unos más que otros, cargamos con un instinto científico innato. Crecemos en base a nuestra capacidad de descubrir cosas, de barajar nuestro Universo y vivirlo según nuestras propias leyes. La tradición poco a poco amilana ese instinto y va sembrando ideas, detentes, pasiones y momentos. Más, aunque evolucionamos en base a la tradición en la vida, los remanentes de ese fervor de que todo puede ser incierto lo llevamos con nosotros. Del mismo modo, somos seres mágicos, receptores de luz y de cuando en vez cruzamos al espacio de lo no visible. Bajo la ciencia, la religión o bajo ambos, solemos descender al mundo que no conocemos y ansiamos conocer, el que llega a los pensamientos de cuentistas y poetas, el mundo que inspira y nos mantiene caminando.

 

Pies en las chanclas, veinte dólares en la mano y la bendición encima. Víspera de Reyes, voy a “Casa de Cheo” a comprar nuestro pan de manteca de cada día, la piña buena y la mantequilla. Hoy es un día importante. Como de costumbre, el perro corre en el patio, mamá limpia en la casa, papá lee el periódico y yo ando por ahí viviéndome las dádivas que dejó Santa Clós. Dicen que hoy viene una visita especial, pero yo no me preocupo mucho pues en estas fechas a la familia le da con aparecer, algo que seguramente puede ser especial.

Por años crecí con la idea de que los tres luceros que se pintan cada navidad en el cielo, Las Tres Marías, eran en efecto los tres Reyes Magos. Así, verlos en el cielo cada noche y ver los regalos cada seis de enero era prueba suficiente de que los tres Reyes Magos no eran meros personajes bíblicos o inventos latinoamericanos. Los preparativos para su llegada eran un tanto más espirituales que la media guindada y la manzana del gordo norteamericano. Se iba de rodillas a cortar la yerba, se entraba en contacto con la tierra y el viento filtrado por las hojas, luego se acomodaba delicadamente el pasto dentro de una caja de cartón. Como si el viaje de los Magos no fuera largo, para hacer el asunto algo misterioso, se escondía la caja bajo la cama.

No era otro año más. Esta vez le dediqué mucho empeño a la redacción de la carta a los Sabios de Oriente; es la única oportunidad para obtener el juego de moda y ponerme a la par con los muchachos del colegio. Como ser humano en crecimiento, adoro ser fascinado. Por eso, siempre velo por incluir “…y una sorpresa que crean que me guste” al final de la lista de regalos a someter. Usualmente esa pequeña sorpresa es lo más interesante de todo, como si ellos fuesen mis padres y conocieran todos mis gustos.

Nos sorprendió la noche y tengo todo listo para irme a la cama. Creo mucho en esa ilusión de que mientras más temprano te acueste, más temprano vendrán los regalos, es algo inexplicable que siempre funciona. Mis papás me instan a acostarme temprano también no sé por qué. Voy batallando con el sueño ausente, con las ansías fervientes y la oscuridad presente hasta que entiendo que era necesario, me quedo dormido. Me sumerjo sin reconocer que esta noche es especial, no era otro año más. Pasa el tiempo demasiado rápido con los ojos cerrados, me siento en plenitud y el cuerpo en descanso. En un fugaz instante, el sueño me abandona para darme cuenta de que la puerta se ha abierto un poco. Casa cerrada, ventanas cerradas, no hay viento. La puerta comienza a desplazarse un poco más y comienzo a debatirme entre lo visible y lo no visible; están ahí. Los Magos de Oriente iluminan mi habitación con sus majestuosas túnicas, todo se enciende y la tradición se hace una estampa viva. Comienzan a saludarme con un turbado acento, mientras yo no hago más que sonreír, como con la mente en blanco. Con mucho respeto me entregan varios regalos, toman la caja con yerba y se despiden diciéndome que, como yo, mucho niños esperan su visita. Este año no es uno más, continuaron, este año se hacen parte del sueño para demostrar que la esperanza es algo vivo y tangible. No era otro año más, este año regamos los sembradíos de ilusión, más por ustedes que por nosotros. El camino hacia la paz es esbozado por la convicción de creer que todo estará bien, algo que muchos llaman fe. Para ello, la ilusión es el mejor norte.

Aún fascinado, me levanto y miro lentamente por la puerta de mi cuarto, no hay nadie. Todo está tranquilo, sin rastros, más que con la experiencia repetida en mi cabeza. De camino a la sala me encuentro a mi papá que sonriente me pregunta que si me había gustado la visita especial que había invitado.

-   Sí, ¿A dónde se fueron? le pregunté.

-   Salieron por la puerta de atrás para continuar su ruta.

Miro por la ventana hacia fuera y reconozco algo interesante. Mi perro dálmata luce tranquilo y no se han escuchado ladridos desde temprano en la noche. Incrédulo, cuestiono:

-          ¿Cómo salieron por el patio y el perro no les hizo nada? El perro no ha ladrado en toda la noche.

-          Hijo, no les hizo nada porque el perro conoce a los Reyes Magos.