Hay un rastro de tristeza en tu distancia.
Los oasis te saben a sargazo muerto.
Sus resplandores te ciegan, te perturban.
Los caminos son todos de regreso.
Mis palabras
te resultan huecas,
agua estancada de fondo espeso,
polvo que antecede todos tus pasos,
carnaval de vidrios rotos, hueste de vientos
que arrasan tus encajes, tus rayuelas;
manantiales de carroña de desierto.
Subo a la cornisa de mi hambre
en la que se empantana mi deseo
y me lleno los pulmones de avalanchas,
de guirnaldas, de esmeraldas, de destellos,
de pájaros de gargantas rotas,
de la sangre derramada de los besos,
y los lanzo hacia ti como un demente
que se sabe a punto de ser preso.
Sólo escucho tu tiritar nocturno,
tus estrellas apagándose a lo lejos;
tu hermética defensa del destino,
ilusión impenetrable de un mar muerto.