Conquistados

Creativo

Una historia que pudo haber sucedido…

Se estrujó los ojos por undécima vez. ¿Era aquello un espejismo o una visitación misma de los dioses? Miró a sus espaldas buscando a su compañera de viaje. Magua no aparecía por ninguna parte. Veía sin embargo, las marcas de sus huellas en la arena mojada.

Estas se alejaban por la vereda de la playa. Se alzó de hombros. Seguramente Magua había seguido buscando caracoles a lo largo de aquel camino poco frecuentado que culebreaba por entre las palmeras. Anatainí volvió su rostro hacia lo que había llamado su atención unos momentos atrás. ¿Qué era aquello?  ¿Caribes tal vez? Su instinto de conservación le produjo escalofríos y unos deseos inmensos de correr. Sin embargo, Anatainí razonaba; no, no podían ser caribes, la mancha vaporosa que veía en lontananza era muy grande. La silueta que se desdibujaba alrededor de la aparición  era inmensa y...sí, se acercaba cada vez más...en una forma que a ella le parecía llevaba una velocidad vertiginosa.

 

Corrió hacia la vereda que Magua había transitado sólo unos momentos atrás. “¡Magua!” gritó con todas sus fuerzas. Le pareció que chillaba con todas las fuerzas que su capacidad vocal  de india frágil le permitía emitir. “!Magua!” volvió a exclamar. La inquietud que había despertado en ella la mancha vaporosa  la halaba una vez más a la orilla. No podía apartar los ojos de aquella aparición. A su parecer la mancha vaporosa crecía. Ya se podían ver las olas que levantaba la aparición a su paso allá en el horizonte borincano.

Sólo deseaba que no fueran caribes. La última vez que habían hecho su incursión en la playa taína se habían llevado a varias mujeres y entre ellas a su amiga Mataí. No la volvió a ver más. Los más ancianos de su pueblo decían que las convertían en esclavas o se las comían.

Regresó a la orilla donde había avistado la aparición por primera vez. Corría y su largo pelo se movía en desbandada. La ansiedad se apoderó de ella. Miraba hacia atrás; hacia la vereda, esperando y anhelando ver a Magua. Tenía que compartir su secreto con alguien. ¡Su pueblo estaba en peligro! ¡Algo desconocido surcaba los mares de su isla justo hacia donde ellas se encontraban y allí estaba ella paralizada por el temor! Si no podía avisarle a su amado cacique, tendría que avisarle al nitayno, o al bohique. Pero...¿Cómo?  ¿Les daría tiempo a ambas mujeres a recorrer el camino de casi media tarde hacia su tribu?

Su cuerpo desnudo de doncella de apenas dieciseís años temblaba como una hoja seca. El impacto de lo incierto del futuro golpeaba en su pecho con fuerza extraordinaria. Se estrujó los ojos una vez más. Esperaba no ver la aparición cuando lo hiciera, pero en vez de desaparecer...!La aparición se había multiplicado! ¡Y ahora habían dos apariciones vaporosas, más cerca aún de la orilla; aunque todavía muy lejos. “!Magua!” gritó con desesperación desde la orilla, esperando ver aparecer a su amiga. “!Magua!” Sus ojos se anegaron de llanto. Por su cabeza pasaban ahora un tumulto de recuerdos de la placidez que había sido su vida rodeada de su tribu en medio de un pueblo pacífico. Lo único que los perturbaba de vez en cuando eran los caribes. ¡Los caribes! Su condición de mujer, y por ende de víctima frágil se perturbaba con la sola mención de este nombre. Pero ahora... ¿Qué nuevo enemigo se atrevía a perturbar la vida tranquila de un pueblo dormido?

A su sentido de olfato lo golpeó el fresco pero marino olor del zargaso que se acumulaba en las orillas de la playa. Sintió en sus pies el arrullo de las olas familiares. Su cabello recibía ahora el impacto de los vientos alisios que refrescaban a los tranquilos habitantes de su isla.

Atardecía. Si no avanzaban las atajaría la noche antes de llegar al batey. “!Magua!” Anatainí recobró las fuerzas que habían huído de ella cuando el miedo la había paralizado y corrió hacia la vereda, decidida a encontrar a Magua. Corrió por la vereda hasta que dejó de ver la orilla tan cerca. Entonces divisó a Magua recogiendo caracoles un tanto lejos de ella. “¡ Magua!” Magua alzó la cabeza hacia el sonido de la voz familiar. “¡Anatainí! Hay muchos  caracoles de este lado de la playa. ¿Dónde estabas? Te he estado llamando por un largo tiempo.”

“¡Magua…!” Contestó Anatainí casi sin aliento aparejándose a su compañera de viaje. “¡Hay una aparición en el horizonte, tienes que venir a verla!” “¿Aparición?” Repitió Magua con  desconcierto “¿De que hablas Anatainí?” Magua sacudió su melena a un lado y se inclinó de nuevo volviendo a su quehacer con una concentración pasmosa. Había visto un caracol enorme escondido entre unas pencas de palma secas. Lo observó cuidadosamente y extendió la mano para cogerlo. Los diseños de aquel caracol las ayudarían a crear un hermoso collar para el areyto religioso que se acercaba.

Magua  tenía la madurez de una india joven pero a la misma vez madura, de algunos veinticinco años. Era madre de varios hijos y amaba a su esposo, un indio arrojado muy respetado en la tribu. Este no tenía otras mujeres por causa de su condición económica pero a Magua esto le encantaba. Le permitía disfrutar a su esposo sólo para ella.

La hermosa india que era Magua vestía la nagua a media pierna,  característica de las indias casadas y pobres. Miró a Anatainí de refilón. Anatainí era casi una hermana para ella. La india joven la seguía a todas partes y disfrutaba de la madurez y del conocimiento de Magua. Estaba casi comprometida con un joven naboria de la tribu el cual pronto entraría en el  proceso que convertía a los indios jóvenes en hombres guerreros.

Envuelta como estaba en esta reflexión Magua encontró un momento, sin embargo para contemplar largamente a Anatainí. Nunca la había  visto en tal estado nervioso. Posiblemente algo sí pasaba, y esto era más que una simple aparición. Magua se incorporó y miró a su amiga y compañera a través de sus ojos rasgados, casi oblicuos. “Anatainí, ¿quieres tranquilizarte y explicarme bien lo que has visto?”

“¡Te digo que he visto una aparición!” Le dijo Anatainí en el mismo estado de excitación. “¡Tienes que venir a verla!”

Magua se preguntó si la excitación de su futuro y cercano matrimonio no estaría afectando a  Anatainí. “Mejor vámonos” le respondió simplemente tomándola del brazo “Se nos está haciendo tarde y no quiero que nos  ataje la noche”. Anatainí dio un respingo cayendo al otro lado de la vereda. “¡Pero Magua, eso puede ser una visitación de los dioses!”

Ciertamente no había en todo Burenkén otra india más incrédula que Magua. Ella no le daba mucha importancia a toda la mitología taína de la que había oído hablar durante toda su vida. Simplemente no creía ni mucho ni poco en los llamados “dioses”. Sin embargo, haciendo galas de su madurez, no quiso destruir la fe de Anatainí. Tampoco  planeaba aumentar las mentiras que su pueblo se deleitaba en inventarse. “ ¿Y si son Caribes…? ¿No has pensado en esa posibilidad? Mejor vámonos Anatainí. Aquí corremos peligro.”

Antes que pudiera hacer algo, ya Anatainí había recorrido el trecho de vereda que la llevaba a la playa y estaba frente al mar en un estado casi catatónico. Magua miró por primera vez hacia el horizonte y de momento no pudo emitir palabra. Las figuras en lontananza se habían vuelto naves, enormes naves de apariencia sublime e inigualable a los ojos de las indígenas. Un trecho bastante amplio las separaba de la orilla.

Magua se dijo a sí misma que si en verdad habían dioses tenían que ser como esto. Figuras egregias y extrañas, las cuales ningún ojo indígena había visto jamás.

De pronto, tanto Magua como Anatainí divisaron varias figuras que se lanzaron de la nave al mar. Estas nadaban con prontitud hacia la orilla. “¿Viste lo que yo vi?” Le preguntó Anatainí a Magua. “Vienen hacia acá.” Magua corrió hacia unos arbustos cercanos y se escondió tras ellos ante el temor del enfrentamiento a lo desconocido. Los caracoles que había recogido con tanto celo cayeron de sus manos dejando un rastro en la  arena.

Desde su escondite tras los arbustos playeros  llamaba a Anatainí con la mano. “¡Ven Anatainí, aquí no podrán vernos! ¡Ven antes de que lleguen a la orilla y sea muy tarde!”

Anatainí la siguió. Con mucha nerviosidad se acurrucó detrás de los arbustos, cerca de Magua. Sus ojos no podían apartarse de las figuras que nadaban hacia la orilla. Se preguntaba si sería su hora de morir. El corazón le palpitaba fuertemente. Aún sus sienes latían y su cuerpo temblaba como una hoja.

De pronto Magua se irguió. Escudriñaba el mar con ojos avezados. “¡Magua, ten cuidado que pueden vernos!” La voz de Anatainí era suplicante.  “ Anatainí…”  Respondió Magua  “Esos que vienen ahí… son de nuestro pueblo…¡y son mujeres!”

Anatainí se incorporó con incredulidad. Siguió a Magua que corría hacia la orilla justo cuando una de las nadadoras alcanzaba la playa y agotada, se lanzaba cuan larga era sobre la arena. No muy lejos, vieron a otra nadadora que la seguía, y luego otra, hasta  que todas cayeron como muertas en la orilla. Magua y Anatainí se acercaron con precaución a mirar los rostros de las taínas…no les parecían conocidas…tal vez pertenecían a otra tribu…luego de satisfacer su curiosidad y casi al unísono, ambas, Magua y Anatainí volvieron sus rostros hacia las naves. Ya no había  bruma, sino unas magnas y soberbias naves cuyas velas se movían con fuerza ante el golpe de viento que soplaba del norte.

Ambas mujeres quedaron como heladas…como egregias estatuas, esculpidas  en la orilla de la playa. Los pies de Anatainí no le respondían. Su cuerpo le gritaba “¡Corre!!!”,  pero ella seguía allí, incapaz de mover un solo músculo.  Una y otra vieron cuando la nave lanzó lo que a ellas les pareció una canoa a donde se subieron varios de los tripulantes. Eran hombres extraños…sus cuerpos no estaban desnudos, sino cubiertos…el color de su piel era pálido…tenían cabello en la cara…Los vieron remar hacia ellas…fue entonces cuando Magua volvió en sí. De un halón  sacó a Anatainí del medio de  lo que ella consideraba un peligro…  a la misma vez dos de las indias que habían nadado hasta allí volvieron en sí y corrieron jungla adentro…Magua y Anatainí corrieron tras ellas…desaparecieron tras los arbustos que separaba el interior de la playa…Corrieron como desesperadas…al frente de ellas iban las indias desconocidas. De momento no las vieron más, desaparecieron en un loco desenfreno. Fue Anatainí quién dijo: “Magua…ya estamos bastante lejos…¿qué crees si miramos desde detrás de los arbustos a ver que van a  hacer?” “¿Y si nos atrapan?”  Preguntó Magua, su voz sonaba desesperada… “Pero Magua…” razonó Anatainí… “Estos hombres no son caribes…¿Qué pueden hacernos?” “No sé…” dijo Magua “¿Llevarnos …lejos?”  “ Pero…” Pensó Magua “…a decir verdad, no parecieron haberles  hecho daño a las indias que nadaron a la orilla…”. Los ojos de Anatainí se iluminaron con el deseo de saber quiénes eran aquellos hombres…” Vamos…sé de unos arbustos tupidos desde dónde se ve la playa...desde allí no nos verán y nosotras sí los veremos a ellos…”

Magua se dejó llevar…ella también quería saber quiénes eran esos extraños hombres…De momento recordó que a la tribu habían llegado unos rumores de que a los taínos del Higuey en la vecina isla, también los habían visitado unos hombres extraños…y que se habían quedado a vivir con ellos…Los rumores decían que los taínos del Higuey no confiaban en ellos…¿Serían estos?

Las mujeres se apertrecharon detrás de unos arbustos playeros que eran lo suficientemente tupidos como para que los hombres no las vieran…de allí lo podían contemplar todo…Cuando miraron a la playa…la tercera india no estaba…aparentemente también había emprendido la marcha hacia dentro de la isla…Los ojos de ambas contemplaron cuando los tripulantes de la “canoa” , descendieron y llegaron a la playa…Anatainí los contó…eran cuatro…tenían apariencia como de dioses…a sus ojos estos hombres eran bellos…su piel era tan suave y  clara…¿Serían dioses? ¿Serían emisarios de Yaya?

El que parecía ser el cacique de aquél grupo, era un hombre casi viejo…a Anatainí le llamó la tención que no sonreía…Las dos escucharon cuando los hombres se hablaron entre sí…para ellas sonidos inteligibles que ellas no podían comprender…el que parecía  mayor y cacique tenía una voz grave, profunda, autoritaria. Los otros tres hombres  parecían obedecerlo. Con ojos sorprendidos Magua y Anatainí vieron cuando aquél hombre enterró una rodilla en la arena en un gesto de arrodillarse y dijo algo que ellas no podían entender…

Magua haló de nuevo a Anatainí hacia el sendero que conducía la tribu…”Ahora sí. Vámonos…Nuestro cacique tiene que saber que hoy los dioses nos han visitado…” Anatainí  la siguió… “¿dioses?”  pensaba…de momento tuvo como una extraña premonición y su corazón se llenó de una amarga tristeza…corrió delante de Magua para que esta no viera las lágrimas que ya empezaban a brotar de sus ojos como catarata en tiempo de lluvia…