Toma, halcón

Caribe mas alla
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altA pesar del incremento en los boletos de autobús, decidí pasar las últimas festividades de Semana Santa en Huamanga o Ayacucho, capital del departamento peruano del mismo nombre. Varias eran las razones por las que quise hacer el periplo de 10 horas por carretera de Lima a esta provincia, pero había dos muy importantes.

La primera es que Ayacucho es considerada la capital de la Semana Santa en el Perú por su rica tradición y fervor religioso. Luego de varios meses de arduos estudios y trabajo en Lima, pensé que la mejor manera de comenzar abril renovado y lleno de energía era contagiarme con la devoción, fe y energía del pueblo ayacuchano. El sentido de comunidad y pertenencia, amparado por la figura del Cristo o Apu (si nos adentramos a la cosmovisión andina precolombina que aún subsiste gracias al sincretismo), adorado tanto en castellano como en quechua, fue muy emotivo, provocando una reflexión a la que pocas veces me había adentrado para estas fechas.

La actitud de festejo comedido que demostraba la mayoría de los pobladores de Huamanga y sus alrededores, comerciantes y campesinos quechuas humildes y trabajadores, frente al desenfreno causado de los turistas limeños y extranjeros me hizo comprender la necesidad sociológica de eventos como éste. La organización de las actividades se turna cada año mediante un sorteo de mayordomías entre las familias de la ciudad que se harán cargo de la planificación y ejecución de las procesiones y convites. También existe una cooperativa que durante las festividades del Sábado de Gloria provee almuerzo a todos los presentes (miles de personas) que presencian una de las tradiciones más esperadas de Huamanga, el Pascuatoro o corrida de toros por las calles de la ciudad. La abundancia de alimentos y chicha era impresionante; son escenas que ponen en aprietos la generalizada noción que la gente en Latinoamérica se muere de hambre. Reconfortado, bien alimentado, tocaba esperar las festividades nocturnas en espera de la Pascua de Resurrección que finalizaría en la madrugada del domingo con la procesión del Cristo Resucitado sobre andas enormes, adornado con figuras en cera, y la misa con coros y homilía en quechua.

He hablado del factor espiritual y comunitario que me animó a llegar hasta Ayacucho, departamento que también tiene la penosa historia de haber parido la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso en la década de 1980. Pero toda la violencia de Sendero y su brutalidad desmedida y sin sentido no pudo apagar la devoción de su gente ni tampoco borrar el hito histórico más importante de la región: la victoria de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824. Esta fue mi segunda gran razón para llegar a estas tierras: pisar la Pampa de la Quinoa donde el Ejército Unido Libertador, al mando del general venezolano Antonio José de Sucre, selló la independencia de toda la América Latina. Un espacio trascendental, a unos 3 mil metros sobre el nivel del mar, la extensión de las pampas, a pesar de que por un extremo se utilizan como parqueo para los turistas, en cuyas cercanías se han instalado también pobrísimos chinchorros, aún inspiran y te empequeñecen ante las proezas de los patriotas de Ayacucho.

Frente al monumento de 44 metros de alto del sitio, regalado por Venezuela en ocasión del 150 aniversario de la batalla y que representan la cantidad de años que duró la gesta emancipadora latinoamericana desde la rebelión de Túpac Amaru II en 1780, valió otra reflexión: ¿qué pasó con la unión? ¿con los ideales bolivarianos? ¿con el fin de la opresión y el discrimen? Si bien la obra es símbolo de la libertad, también es un triste recordatorio de los problemas latinoamericanos: desde la pampa se nota que la punta del monumento ha perdido varios pedazos; las inscripciones y paredes de los muros están sucios y descuidados; las esculturas de hierro que como mural toman todo el lado posterior de la base y recrean una escena de la batalla están vandalizados (un general está sin cabeza, otro está manco).

El bicentenario de la independencia de varios países latinoamericanos ya se ha conmemorado y el Perú lo tendrá en 2021; Hugo Chávez, heredero de las ideas bolivarianas, y que empezó a fraguar su proyecto político en estas mismas pampas, murió abriendo un mar de preguntas sobre el destino de la integración regional. Esta coyuntura es propicia para devolverle el esplendor a lugares tan importantes como Ayacucho no solo en suelo peruano, sino en todo el continente. Desde Huamanga, que en quechua quiere decir, “halcón, toma”, en referencia a la orden, waman ka, que dio Inca Viracocha a un halcón que se posó en sus hombros cuando andaba de paso por la localidad, va el siguiente llamado: para alzar el vuelo se necesita alimentar y restaurar la memoria de nuestras grandes gestas, sus símbolos y lo que es más importante, las acciones que inspiraron nuestras victorias. A trabajar, pues, para que nuestros gobernantes lo escuchen.