Dos recortes

Creativo

altPensando en E.

Al escuchar la voz del presentador de su programa favorito de los sábados, no pudo más que contener su alegría silenciosa, y de reojo miró a su perro, llamado Canela.  Ambos se miraron con ternura.  Luego, ambos dirigieron sus miradas a la pantalla del televisor, y prosiguieron en silencio.  El presentador continuaba haciendo chistes, que tanto para él como para Canela, no les provocaban alegría.

Al finalizar el programa, se levantó a su ritmo. Los 86 años pesaban, sobre todo en las rodillas, donde no había ya mucho movimiento.  El bastón lo ayudaba a conducir su accionar. Canela, quien luego de seis años se había convertido en su mejor compañero, fungía de lazarillo, y lo dirigía hacia el próximo cuarto a donde él se dirigía: el baño de la casa.

Al llegar al baño, quejoso ante los dolores en sus rodillas, se detuvo en el mostrador del lavamanos, se miró el espejo, y se sonrió.  Génaro Rivera Castillo, luego de más de ocho décadas de popular en esta vida, podía asegurar que había vivido.  A la muerte de su querida esposa de casi toda la vida, o por lo pronto los últimos 30 años, Leti, siempre se dijo que habría de continuar. No se amilanó.  Se seguía sonriendo al verse en el espejo. Entonces miró al piso y allí seguía Canela, ahora y ante su sonrisa, movía la cola en signo de alegría.  Ambos estaban contentos.

Como siempre Don Geno, como le decían los que le querían, decidió buscar reposo temprano en la noche.  Pensaba que el próximo día tendría sus propios ajetreos, entre otros ir donde su barbero de los pasados 20 años, Lorenzo.  Este, en su barbería en el centro comercial de la ciudad, le cuidaba de sus pocos cabellos que aún necesitaban de un recorte mensual.  Se acostó con alegría esa noche pues sabía que el joven Lorenzo,  a sus 52 años, aún le provocaba risa con sus ocurrencias de barbería.  Era un momento grato de su semana y de su mes.

A la mañana siguiente se compuso como siempre – con mucha dificultad.  Vio su reloj despertador y comprendió que eran a penas las 619am.  Aún no había porque salir corriendo a la barbería.  Prendió el radio que se encontraba contiguo a su cama, y comenzó a escuchar las noticias., Pensaba para sus adentros si valía la pena seguir viviendo, en particular ante un mundo tan incierto.  No sabía, pero pensó que su amigo Lorenzo, el barbero, tendría algunas respuestas.

A salir a la barbería, se dio cuenta que aún no eran las 9am.  Pero, en lo que caminaba desde su casa hasta el centro comercial, sería suficiente para llegar a la hora indicada. Es esto lo que explica su precisión: estaba probado, que por su velocidad y capacidad motora, su lento caminar le daba siempre tiempo para llegar al momento en que Lorenzo habría el negocio.

Al entrar a la barbería de Lorenzo, y pese al letrero claro y en letras de neón que se encontraba al entrar, Génaro tropezó con el escalón y se cayó.  No pudo distinguir por enésima vez el aviso que el letrero de entrada señalaba - ¨cuidado con el escalón¨.

Lorenzo vio la situación y por enésima vez durante este año, lo ayudó a ponerse de pies, mientras lo miraba con ternura.

-       Buenos días Lorenzo, aquí llegué para mi retocado mensual. Comentaba Don Geno, como le decían los que le querían, tal si no hubiese pasado nada.

-       Buenos días don Geno.  Está bien.  No se me caiga, que mire que sus piezas son del 1930, y de esas lamentablemente debo informarle, que la fabrica no sólo cerró, sino que también se quemó.

Ambos reían de las ocurrencias de Lorenzo. Aunque éste intentaba disimular su preocupación que un hombre tan mayor como Don Geno transitara a paso lento por las calles de la ciudad.  Al verlo caerse por la novena vez este año pensó que ya le quedaba poco, pues ni sus reflejos mentales ni su coordinación motora lo ayudaban ya mucho.  Poco a poco, don Geno se iba estabilizando.

Lorenzo le pidió que se sentara en la silla para cubrirlo con la bata de recortes, y comenzar la procesión de retocarle los pocos cabellos que aún le quedaban a don Geno. En ese momento y al ver sus movimientos, Lorenzo se quedó muy pensativo y reflexionó.

-       Don Geno vamos a comenzar.  Usted sabe como es, uno tiene que estar siempre bien preparado, y usted como se me está organizando para su último viaje.

-       Lore, ¿de qué viaje tu hablas?  Si a mi edad ya lo más que yo puedo hacer es caminar desde la casa hasta aquí. Y cuando mi hija me viene a ver, me lleva a pasear al colmado.  A mi ya no me gusta hacer mucho.  De verdad Lore, ¿de qué viaje tu me hablas?

En ese momento ambos se miraron a través del espejo que tenían de frente.  A Lorenzo le afloró una pequeña y un tanto discreta sonrisa.  Por otro lado, don Geno lo miró detenidamente y suspiro.

-       Lorenzo a mi no me jodas, sabes.  Que yo no me voy de este planeta.  Yo aquí estoy contento y me quiero quedar toda la vida.

-       Don Geno, si es ley natural de la vida.  De verdad, mire que yo le habló a usted como si fuera su hijo. Pero, para serle bien honesto Don Geno, yo creo que a usted solo le quedan dos recortes.

En ese momento Lorenzo volvió a sonreírse, pero a ahora reflejando cierto nerviosismo.  Genaro se incomodó con la situación, y frunció el ceño.  Entonces, y por distintas razones, ambos entraron en un profundo silencio el cual no se rompió hasta el momento final cuando Lorenzo indicó que había terminado.

-       Bueno Lorenzo, aquí está tu dinero y tu propina.  Será hasta la próxima.

Don Geno no aguardó a que Lorenzo balbuceara algo mientras se disponía  salir a paso apresurado de la barbería.

Caminaba con su mejor paso.  Se detenía cada 20 metros, y sólo se le escuchaba refunfuñar, ¨pero que se cree el barbero este¨.  En esa actitud continuó hasta llegar a su casa. Al entrar, como siempre Canela le movía el rabo y expresaba felicidad.  Se sentó en su butaca predilecta, a donde Canela llegó y se posó a sus pies. Se quedó pensando.

Entre pensar y dormir, como a las dos horas le dio hambre.  Se levantó en dirección a la cocina y encendió la estación de radio universitaria. Escuchaba uno de sus programa favoritos, cuando le prestó atención a un anuncio de un evento de jóvenes.  Se hablaba de pintar murales y grafitis en el centro de la ciudad, el cual convocaba a todos los artistas urbanos a participar.

Genaro se miró en su espejo de la sala.  Se sonrió. Miró a Canela, y le preguntó, como si no quisiera la cosa, ¨¿vamos a pintar Canela?¨.  Se quedó pensando y se volvió a sonreír. Cuando le quedan a uno dos recortes, es mejor hacer lo más que a uno le plazca.  Se fue a acostar temprano. Mañana era otro día, y necesitaba descansar bien para afrontar su destino.

Preparó una mochila, puso un poco de agua y alimentos, un pequeño radio portátil, y con una bolsa de cuero grande que tenía, le abrió dos espacios, y depositó al pequeño Canela.  Lo cargó, con la fuerza que aún le quedaba y le grito, ¨a la lucha Canela, a conquistar el mundo¨.  Asi salió de la casa, con Canela al hombro, con una mochila y con una boina estilo un campesino de la montaña.

Al llegar al área designada vio a la cantidad de jóvenes que allí merodeaban.  Entonces preguntó donde podía registrarse.  La joven que lo recibió le dijo que esto era una actividad de jóvenes, a lo cual el contesto sin titubear, ¨ay chica, si yo aún no he cumplido 25¨. La joven titubeó, y en ese momento en un intercambio con otros jovenes que llegaron, respartió la hoja de inscripción, recibiendo una Don Geno.

Llenó la hoja con gran premura y sin pestañear mintió sobre su edad.  Dijo que tenía a penas 65 años.  Esa sería su edad de ahora en adelante.   Más aún, se inventó una historia de que se había retirado hacía más de 20 años por un accidente laboral que le había afectado su capacidad de caminar y lo había envejecido.  Aunque aclaraba, no le había afectado su sabiduría ni su capacidad de pintar.

Si de algo Don Geno extrañaba a Leti era por todos los días que habían vivido juntos en esos 30 años, pero por las trabezuras que hicieron juntos. El la había conocido en la segunda etapa de su vida, luego de un divorcio. En ese momento  su única hija se había independizado, y con Leti se dedicó a disfrutar la vida.  Entre disfrute y disfrute habían tomado clases de arte en una escuela para adultos y pintaba acuarelas, las paredes de su casa y libros de colorear.

Pero Don Geno hoy con los jovenes se lanzaba a la fama. Era el primer día que salía a pintar con personas extrañas a su vida, y sobre todo con edades tan distintas.  Acompañado de Canela, se ubicó en una pared donde pensó nadie lo habría de molestar.  Allí se llevó cuatro potes de pintura en aereosol, y una lata de pintura liquida, color blanco para hacer una base en su mural.

Cloti, la organizadora del evento, vio cuando Don Geno y Canela caminaban a su ritmo en dirección al rincón que habían seleccionado.  Hacia esa direción se dirigió ella también para investigar que hacía este “joven” tan inusual que se había sumado a la fiesta de pintores urbanos.

-       Oiga abuelo, preguntó Cloti, y usted vino a pintar-.

Don Geno la miró con detenimiento. Pensó que decirle, pues pensaba que sus palabras representaban una crítica a su presencia en esta actividad.   Prefirió administrar sus palabras para nos ser difícil ni imprudente.

-       No colega, ahora le respodía Don Geno, estoy aquí para ayudar.  No sé si me conoces, pero yo soy Don Geno, y con mi difunta esposa Leti, pintamos mucho.   Pero ella se murió y yo dejé de pintar.

Cloti lo miró de reojo, y al escuchar su explicacion pensó que era un artista urbano famoso, aunque de otra generación. Decidió dejarlo tranquilo y no molestarlo. Mas aún, se alejó toda vez que la pared seleccionada por Don Geno no era la principal, tenía un ángulo complejo, y pintara lo que pintara, no habría de crear mucho interés.  Se fue.

Don Geno miró a Canela y sta comprendió. Se refugiaron en su cueva donde habrían de pintar.  Allí Don Geno sacó de su mochila un pequeño radio que tenía, y sincronizó nuevamente en la estación de radio universitaria.  Puso su programa predilecto, el de música africana.  Canela buscó una sombra y se acostó a dormir.  Don Geno preparó su equipo: la pintura liquida como base, y los cuatro aereosoles para pintar su expresión artísticas.

La primera pregunta que se hizó don Geno fue qué pintar.  No lo tenía muy claro, pero sabía que algo debía de hacer luego de tanto esfuerzo y complicaciones.  Pensó en su vida, luego de la partida de Leti.  También pensó en como integrarla a esta gran actividad artística que de forma postuma Don Geno quería hacer para honrarla a ella. Y mientras pensaba sobre estos menesteres, Canela se despertó y se le acercó, ladrándole para pedirle su atención y concentración.

Mientras todos los jovenes pintaban, se escuchaba música caribeña al ritmo de reggae y ska tocarse en unas bocinas que afectaban todo el vecindario.  La prensa registraba el activismo juvenil urbano, y todo lo que reinaba en ese momento era alegría. Paralelo a esto, Don Geno actuba en silencio sin que nadie le prestara atención. El pensaba que debido a su avanzada edad, nadie le habría de prestar atención. Por ser viejo y un tanto decrepito nadie lo miraba ni intervenía con él.  Por lo tanto se dedicó a pintar.

Don Geno tenía lista su obra.  A penas le tomó cuatro horas.  Tenía un poco de preocupación de volver en guagua pública a su casa, y antes de regresar de noche, prefirio irse de día, sin despedirse de nadie.  Así las cosas, recogió su radio, su botellita de agua, y puso a Canela nuevamente en su funda y se la puso al hombro. Se fue.

Al llegar a su casa, en paz y Canela, se sentó a ver las noticias que se transmiten temprano en la noche por la televisión.  Cuando llegó el noticiero a la sección de cultura, vio a la comentarista usual hablando desde la ciudad en el lugar donde se llevó a cabo el encuentro de arte urbano.  Los visuales daban fe de la cantidad de jovenes artistas que participaron en el evento.  Don Geno de repente se sintió alagado cuando se le veía caminar de espalda con Canela al hombro e ir moviendose en dirección a la salida del evento.  La comentaba que hasta los mayores, por no decir los viejos, habían asistido a la activida para mostrar su entusiasmo y solidaridad para con los jovenes.

Ahora bien, y para sorpresa de Don Geno, la comentarista no hizo alución a los grandes murales que cubrían las pareades principales.  Se dirigió allí al callejón donde Don Geno se había concentrado a pintar.  La comentarista ahora era todo alegría y entusiasmo.

-       Amigos nos encontramos aquí frente a este particular mural, pintado por un joven que no se quiso identificar, pero que ha sido la sensación del evento.  Aquí el artista, o la artista, urbano llamado “Canela” nos deja este cuadro el cual es un homenaje al amor.

Aparecía la imagen de lo que Don Geno había pintado.  En ella aparecía un hombre, una silueta realmente hablando, mirando al cielo.  Las palabras eran precisas:

Dos recortes, Leti.  Te lo envio pronto.  Canela.

Don Geno se sonrió.  Canela lo miraba, no sin dejar mover su cola.