Democracia Intelectual

Creativo

alt“¡Salud! Pues no es un

mal hado sino el derecho

y la justicia el que te ha

inducido a seguir este

camino, que está, por

cierto, fuera del

transitar de los hombres.”


 Parménides, Sobre La Naturaleza


La injusticia, que cual virulento manto

parece arropar y oscurecer hasta las más

recónditas rendijas de nuestro mundo,

carga también, callada entre sus alas, el

fuego de dioses prometido en los antiguos.


Pronosticando entonces la retirada de las

sombras, nuestras entibiadas conciencias

imaginan una convivencia en donde casi

nada de lo que es sería.


Es un llamado a una batalla de

innumerables e insospechados frentes.


Pues aún el claustro, ocasional ladrón y

repartidor de letrados y encendidos

carbones, mora en la penumbra,

multiplicando sus habitantes

crepusculares, que aunque brevemente

iluminados, claudican, como si

condenados por Hera, en cacofónicas

repeticiones de final tronchado en

metáforas ajenas.


Rodeándose de innumerables acólitos

que, embobados por la incidental justicia,

alimentan la futilidad y debilitan el anhelo

revolucionario, los nuevos soñadores

imperiales apuestan a la evolución de sus

entrañas, intentando extirpar la razón de

su partida.


Mas hay para quienes la transparencia es

un don del ojo, y así ganan medalla en las

acusatorias y oficialmente forzadas

categorías, oro en pica pleitos con valla,

plata en egoísmo destructor de todo lo

bueno, y bronce en el maratón pesimista.


Los cuadros de este pretendido

pensamiento evolutivo, en ceremonia de

premiación alterna, también entregan

certificados y lazos azules de fácil

identificación pública para las solapas de

los que, según ellos, ven tormenta en cada

nubarrón.


Parecería entonces que está escrito.


Mas en una historia donde las páginas del

próximo capítulo permanecen en blanco,

todo aquel que vive, pluma en mano,

cualifica como autor.


Sólo basta divulgar el poder y derecho de

todo intelecto de plantar estaca de reclamo

en la paternidad del futuro, socavando la

pretendida inevitabilidad de los mandones.


Jamaqueados entre mayorías que

acorralan y costumbres que atosigan,

recobramos la familia como último bastión

de defensa y refugio de callada

conspiración arquitectónica del nuevo

orden.


Propondría además la amistad profunda,

multiplicadora del concepto familiar, donde

aún el jangueo de la esquina, progresa en

categoría.


Desarrollaríamos la tesis de la

independiente y minúscula asociación,

perfeccionaríamos la ética de una

igualitaria teoría corpuscular sin comando

central, y haríamos de la coalición, cuando

necesaria, un arte en las musas de la

tolerancia.


Pero aún no es así.


Andanzas fuera del círculo íntimo aún nos

enlodan en inevitable fango institucional.

Si se sale, debe ser con armadura de claro

pensar.


La propuesta de cosmología familiar no

puede tener precio, pues las salidas del

lar, acarrean seductora e imperceptible

tentación imitadora.


Sólo inmunizándose con la práctica de

libertad e igualdad entre amados y amigos,

evita el contagio, creando, cual epidemia

en reverso, un cautivador brote de bondad,

un nuevo modelo de las cosas.


Mas ser objeto de tal visita

prometeica no es cosa fácil, y quien viva sus horas

cargando llamaradas en la cabeza, sabrá

bien de lo que hablo.


El día de la dedicación total al grupo de

amados y amigos demora, y el necesario

pan es todavía parte integral del chantaje

de los madamos, obligándonos a trabajar

para otro.


Amargo trago de contenidas iras

cotidianas que por reprimidas, carcomen el

alma.


Son estas pequeñas y casi inútiles incursiones, las inesperadas y febriles forjadoras del como debe ser.


Siempre a tres dedos de distancia del

desquicie, volvemos a los amados y

amigos, sedientos por la cura del cariño

real, y ansiosas por practicar nuestra

propuesta de futuro.


Tanto roban que ni del derecho de

educarnos nosotros mismos se olvidan,

haciendo de esta la más difícil de todas las

revelaciones, pues se jactan en la nobleza

del conocimiento que aparentemente

regalan.


Miremos bien, no es nuestra, y de pública

la educación solo posee el nombre.


Nací inundado de preguntas, y la

curiosidad mi mejor brújula.


Crecí, y en mi primer tiempo de uniforme,

callar, sentar, y esperar mi turno

aparecieron de la nada y sin explicación

como nuevos nortes morales.


Y sin importar como mire el plantel, lo

encuentro veo al otro, al que juega con mi

sustento y me ata a lo que no quiero.


En ocasiones aprendo lo que quieren que

aprenda, aun en el orden sus sabios

determinaron correcto.


Me juran que preguntar es bueno. Mas si

pinto fuera de la raya, no me dejan.


Benévolo gesto de generosidad, duro de

discernir, en perfeccionado discurso de

servicio al necesitado.


Aquí, donde la realidad es otra, aunque no

exista lugar para ella. Esa es la escuela.


El último lugar se decide de antemano, y

aún nos obligan a la competencia.


Mas los negantes apologistas señalan las

togas, mientras introducen diplomas como

evidencia de valor al jurado.


Pero no son los que empiezan, cuando los

que terminan son muchos menos, en este

fracaso a voces, carnaval de pretendida

ceguera.


¡Vengan diplomados! Convidan las

embriagadas bocas del poder.


Añadamos sus merecedores nombres y

apellidos a la lista de los selectos y

afortunados que aprendieron las reglas, y

que ahora ejercerán como sacerdotes de

nuestra sagrada perpetuidad.


Efectivo colador de densa tela es el

colegio, colocando la hechicera palabra en

nuestras manos, festejan los titiriteros.


Y ese uno en un millar, hilvanando

milenios de interrogantes textuales,

cuestionando el Alma Mater que lo parió,

imaginando una posible danza sin hilos, no

parece preocuparle a los saltimbanquis de

la autoridad.


Miseria y vilipendio hallarás en vida, le

predicen los productores del festín.


Ejemplo del sufrir serás, confirman los

malabaristas de lo establecido, para que

los que en ti, aún levemente encuentren

valía, lo piensen dos veces.


Pasa el tiempo y más me quieren

convencer del enredo en mi marasmo, y

de que acepte la nostalgia en la añoranza

de mi bravura ancestral.


Declino, pues entre mis amados y amigos,

mi familia, renunciamos a la decadencia

intelectual y marcamos el final de nuestra

creatividad en el camposanto.


Activadas las máquinas del tiempo, aún

queda voz para instruir emancipación a

mis hijos.


Quiebro la normalidad, y resisto el intruso

avasallador intento de apoderarse del

entendimiento de mis retoños.


Aprenderán a mis pies, colocando la

longeva e irrestricta curiosidad en su

antiguo pedestal.


Eliminaremos la multa carcelaria a la

libertad intelectual, jamás serán los míos

un fracaso documentado, y mucho menos

un éxito de empresa ajena.


Cortaremos la mano de la segregación

escolar en ceremonia de inauguración al

nuevo paradigma, en donde todos

sabremos todo, todo estará en todo, y el

yugo del especialista limitador de caminos

desaparezca.


¿En donde se desprestigió lo natural? No

sabemos.


Y aún desconocemos cuando el aprender

la lengua en la falda materna perdió

respeto.


Mas si cuando niño fui capaz de tal

complejidad, entonces hoy también soy

capaz de todo.