Un cuadro surrealista: el Aqueronte

Caribe Imaginado

altPoco menos de un siglo ha transcurrido desde que la pintura surrealista hizo su aparición. Las obras que corresponden a este periodo nos sorprenden ya que en un mismo espacio se conjugan elementos disímiles, objetos y seres que nunca encontraríamos en el mundo real. Sin embargo, estos elementos se revelan con total naturalidad en nuestros sueños, descubriendo nuestros deseos y miedos más profundos.

Son esos miedos los que enfrento cada día y no precisamente en mis sueños sino en la realidad. Una realidad que se alza como un cuadro surrealista en medio del paisaje doradeño. Basta dar un vistazo desde la carretera que conduce de Corozal a Dorado para observar cómo se encumbra aquel revoltijo de metal, la siempre conocida San Juan Cement (ahora con otro “alias” Essroc San Juan). Este monstruo le sirve de émulo al Aqueronte al cual Borges describe: “Adentro de Aqueronte hay lágrimas, tinieblas, crujir de dientes, ardor intolerable, frío glacial… Su ojos llamean… Del vientre de la bestia sale la continua lamentación de infinitos réprobos devorados” (Seres imaginados). Sobran las similitudes: el que nos invade nos va envenenando lentamente y, al igual que el descrito por Borges, produce lágrimas, el crujir de dientes es sustituido por el lamento de los bronquios clamando por oxígeno, el ardor intolerable se manifiesta en cada uno de los afectados cuando están en sus últimos días, justo seguido del frío glacial que viene acompañado de la muerte. Este, Aqueronte vecino, siempre revalida su “inocencia” ante nuestras autoridades por el simple hecho de manifestar un agudo placer en el disfrute de asesinar lentamente y, las autoridades en sus afanes de evitar los “equívocos constitucionalistas” que los lleven al ridículo, optan por no encontrar causa probable, declarándole “monstruo inofensivo”. Sin embargo, todos los años, los medios de comunicación nos alertan sobre los peligros de exponernos a las partículas fugitivas del lejano desierto del Sahara. Desde el Sahara las partículas de arena resultan nocivas pero la abrupta cercanía invasora de nuestro Aqueronte vecino… lo hace extraordinariamente inocente, muy a pesar de su erupción diaria de partículas fugitivas de veneno, lanzadas en la clandestinidad de las madrugadas, en especial si llueve torrencialmente.

Por más de treinta años, la cementera ha trastocado nuestra vida. En este sector, más de una veintena de conocidos han experimentado el cáncer y su fatídico desenlace. Asimismo, miles padecen de los efectos de enfermedades pulmonares… en espera del turno de una muerte impuesta. Hemos sido testigos de cómo la cementera ha transformado el barrio Espinosa de Dorado en un viejo barrio “de difuntos y flores”. Sí, pues, el cemento nos ha ido enterrando poco a poco. Aquellos que todavía vivimos aquí albergamos la esperanza de que algo ocurra y me refiero a un milagro ya que hemos protestado, luchado, suplicado al gobierno, pero este parece resguardarse en su omnisciencia, pero no en su omnipotencia. Por ello en esta batalla comunitaria el gobierno es un ente que aparenta ser solamente observador: todo lo sabe, pero no interviene en el conflicto porque no le conviene económicamente ya que el pago de patentes municipales resulta sobrevalorado en comparación con la vida de los residentes. En un certero manual de verdades esta relación municipio–cementera estaría en la sección de los acuerdos contractuales entre socios con el poco disimulado interés mutuo apodado: El lucro, primera opción del poder. Nosotros, los que dejamos de pensar que nuestro municipio representa nuestros intereses, tenemos que lidiar semanalmente con la mencionada tentativa genocida porque la cementera, como monstruo difícil de abastecer, siempre precisa sumar enfermos… sumar cadáveres “insospechadamente”.

Todos sabemos la bendición divina que significó el maná que descendía de los cielos. De igual manera nosotros comprendemos la contrafigura divina de la cementera, pues ejecuta justo lo contrario a esta alusión bíblica: hace que sobre nosotros descienda el polvillo de cemento no para prolongarnos la vida, como el maná, sino para acabarla e ir comprando tierras a precio de pulguero.

Un buen amigo, cuando me invitó a escribir en este espacio, me sugería que el tema de esta columna debía ser “El caribe imaginado”. Bien… extraño los caminos de flamboyanes, las flores, las aves cantoras y el calor humano de los insustituibles tragados por el Aqueronte del cuadro surrealista.

Foto de la Essroc San Juan: Víctor M. Morales Rodríguez