Aún aguardo por tu llamada

Creativo

altA la familia Muñiz Varela, a quien quiero tanto

A penas se habían bajado del avión, Carlos y Raúl habían acordado ir a comer al Metropol. Un poco que el embulle de haberse pasado unos días en su tierra, Cuba, les pedía un plato de Congrí con Ropa Vieja, unido a un refrescante Mojito. Sólo en casa de Pepe podían asegurar satisfacer sus deseos.

Al llegar al lugar, se encontraron con el mismo círculo de conocidos quienes en los últimos meses le habían prestado atención al activismo de ellos, que ahora se concentra en llevar a cubanos del exilio a re-encontrarse con su familia en Cuba. Nada muy revolucionario, pensaba Carlos, pero lo suficiente para que medio centenar de comensales en el Metropol, los miraran, les rieran a su llegada, y sobre todo, les pagaran algunos de los tragos que mientras estuvieran allí se habrían de consumir. Eran ellos un atractivo para casi todos los allí presentes. En particular, porque todos los que iban al Metropol vivían de la nostalgia de volver a Cuba.

Mientras, en una mesa a unos cuantos metros de distancia, otros amigos se reunían para discutir el futuro de los jóvenes empresarios cubanos, cuyo principal proyecto era unir a las familias. Allí conversaban Julio, el de la floristería, Alejo, el teniente de la policía, y un extraño hombre de Miami, mal llamado el Tuerto, por tener la fama de organizar acciones contra los simpatizantes del régimen.

- ¿Los ves? Al de los pelos alborotados junto al otro, el de la barbita. Esos son. Los de viajes de la comunidad. Los que les conté, que quieren unir a las familias cubanas divididas disque por el embargo.- Julito, como le decían los que le querían, se limpiaba los labios luego de haber saboreado un pedazo de bistec a caballo, como solo Pepe sabía hacerlos.

Sus dos otros acompañantes lo miraron y miraron a la otra mesa. Asintieron a lo bajo, y consintieron al mensaje entre líneas que les había sugerido Pepe.

-¿Y cuánto es la paga?- Como si se tratara de la venta o compra de neumáticos para el coche, Alejo, el teniente más querido de la policía, preguntaba con mucha tranquilidad.

El Tuerto sonrió. Cogió un sorbo de un mojito special, y luego de darse un trago profundo, aún con los labios mojados y con ciertos pedacitos de hoja de menta en sus dientes, contestó con tranquilidad pero con determinación.

- Viene el Cano Rodríguez a ejecutar. Pero necesitamos apoyo, y yo pensaba Teniente que usted y uno de sus hombres podría conducirlo, para que no se equivoque, y por eso le damos un bono. ¿Le parece?-

Con esas palabras precisas, todos entendieron el mensaje: era de Miami de donde venía el gatillero. Los locales sólo darían apoyo.

Alejo volvió a meditar. Miró a la mesa donde estaban los dos jóvenes revoltosos, y de forma limpia y clara comentó.

– Por menos de 10 mil no podemos dar apoyo. Esto queda limpió, nosotros vamos en el carro, y tenemos otra patrulla cercana para que nos cubra. Pero no puedo pedir menos, pues mis muchachos tienen familia, y necesitan cuadrar la caja. Usted sabe que los nenes están en la escuela y se acercan las graduaciones y el cierre del año escolar y todos tienen muchos gastos.-

Julio entendió el mensaje del Teniente. Se trataba de un negocio, y había que cerrarlo, y quien mejor que Alejo para garantizar el cumplimiento de lo acordado. Como buen hombre de detalles, sobre todo en el mundo de las rosas y claveles, Julio fue el que dio por terminada la conversación y asumidas las responsabilidades.

-Yo pongo los 10 mil y Tuerto, ustedes le pagan al Cano, lo que sea, lo que sea. El 27 pasan por la floristería, y les doy una bolsa con el dinero. Ahora bien, Alejo, el 28 de abril, si o si. ¿Estamos claros?-

Todos asintieron con su rostro, y el Tuerto elevó su mojito para hacer un brindis. – ¡Muerte a los traidores!- todos brindaron al unísono en esa mesa.

A la distancia, Carlos y Raúl seguían conversando con mucho entusiasmo, y le sonreían a todos los que les saludaban. Allí ellos comían la ropa vieja con Congrí, con unos tostones bien cocinados, que le dejan el paladar y su sonrisa, llena de un olor sólo reconocible en el Metropol.

-Oye Raúl, me parece que debemos seguir profundizando en que la familia cubana vuelva a la isla. Esto es lo que hará que tanto Miami, como nuestros compañeros de la Habana, flexibilicen sus posturas-

Raúl escuchaba y meditaba. Había que pensar en el efecto político de este re-encuentro de familias, y como esto ayudaría a flexibilizar el embargo.

-Me parece bien.-. Respondía Raúl mientras saboreaba un tostón con un poco de sal. –Creo que hay que pensarlo bien para seguir abriendo el diálogo-. Luego de esas palabras, ambos amigos cerraron la conversación y sucumbieron a la rica comida del Metropol.

Ya en la tarde, pasadas las dos, Raúl y Carlos habían vuelto a sus casas, y Carlos decidió llamar a su hermana para acordar verse al día siguiente en las fiestas patronales de Guaynabo. Entre él y Miriam, más allá del amor de hermanos, estaba también la ilusión de haber desafiado al mundo, cuando en el año anterior, en el 1977, habían logrado movilizar al grupo del primer contingente de la Brigada Antonio Maceo, el primer grupo de cubanos pro dialogo que iba a Cuba, y que entre otras cosas se habían reunido con el Comandante Fidel Castro.

Con su dulzura habitual, Miriam contestó la llamada con ese tono tan común de las mujeres de Colón, en la provincia de Matanzas. –Hola. ¿Quién es?- Al escuchar que se trataba de su hermano, Miriam no pudo contener su alegría, y le comentó con rapidez: -Vamos a las fiestas de Guaynabo, mira que mañana toca El Conjunto Quisqueya, y con la canción de los limones, Carlos, “pónmelo ahí que te lo voy a partir”. – con esa nota picara, ambos hermanos rieron, y acordaron hablar al día siguiente, como a eso de las 5pm de la tarde antes de encontrarse en casa de Mima, la madre, y seguir para las fiesta del pueblo.

El 28 de abril había comenzado como cualquier otro día. Carlos había hablado temprano con Mima, y le comentó que llegaría antes de las 5, para llamar a su hermana y continuar desde la casa de ella para las fiestas del pueblo.

Luego de haber ido a la plaza de Rio Piedras a almorzar, Carlos pasó por el bar de Chiquitín, el que quedaba frente a la Plaza de la Convalecencia en el mismo pueblo, y se sentó con unos amigos a jugar dominó y a discutir sobre el difícil año de 1979. Hablaban de Romero, el gobernador represivo; hablaban del Cerro Maravilla y los mártires allí caídos, Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado. Pero más que nada entre chiste y chiste, hablaban de que a fin de cuentas Cuba y Puerto Rico eran de un pájaro las dos alas. Nadie sabía a quién atribuirle dicho pensamiento, pero por lo pronto, luego de la cuarta cerveza Corona, no sin antes saborear una Budweiser, era inmaterial si era cubana o boricua la creadora del pensamiento. Lo importante era pasarlo bien, y celebrar las patrias.

Sin tropiezo pero con alegría, Carlos se sentó al volante de su poco atractivo aunque eficiente Volvo 240 DL. Con la claridad de como ir a casa de Mima, se dirigía desde Rio Piedras a Guaynabo. La ruta más adecuada era ir por la carretera vieja de Caguas, y subir por el camino Alejandrino. Estaba a tiempo, eran apenas las 420pm, y llegar antes de las 5pm, le permitiría conversar con Mima un rato en lo que llamaba a Miriam y la esperaba.

Al subir por el camino Alejandrino, vio como dos carros salieron de paseo de emergencia, y uno de los mismos se le acercó a poca distancia. Apresuró su paso, aunque se dio cuenta que los tres que iban en dicho carro también lo hicieron. Ante el primer semáforo, y dada la proximidad del vehículo que le seguía, no se detuvo. Pensó que la multa podría ser cancelada si se le explicaba al juez que lo perseguían. No hizo más que pensar en el Juez y la revisión judicial de la multa, cuando escuchó una detonación. Se asustó.

Carlos pensó en ese momento en su madre, Mima. Estaba asustado, miraba con ansiedad el vehículo que le seguía, cuando sintió una segunda detonación. Pensaba en el Conjunto Quisqueya y en la bailada con su hermana Miriam. Cuando sintió la tercera detonación, sintió calor en su hombro derecho. Sangraba. En ese momento pensó en sus hijos, Carlitos y la aún por nacer, a quien él y Pilar, su mujer, le habían dado el nombre aún prematuro de Yamaira.

Cuando la cuarta bala fue disparada, el tiempo se detuvo. La misma se dirigía sin pausa pero con prisa en dirección a su masa encefálica, a su cráneo, a su porción de su cuerpo donde se vivía con mayor dignidad: su mente. El tiempo se detuvo. En ese momento, el general de los generales, Antonio Maceo junto a su caballo Martinete, se erigía en lo alto, en dos patas, en un grito de guerra por la libertad de Cuba. En ese momento de valentía de Maceo, tal cual la escultura en el malecón de la Habana, la bala le penetraba por la parte posterior de su cabeza a Carlos Muñiz Varela.

El Volvo 240 DL había perdido su control, y se estrellaba contra un poste. Los perseguidores se detuvieron de forma inmediata al lado del coche. EL segundo carro donde iban los amigos del Teniente, se detuvo a unos metros de distancia, y llamaron por radio teléfono al Cuartel General para indicar que había habido un choque, aunque en una dirección incorrecta.

El Cano se bajó del carro, y tal si estuviera actuando con total impunidad, se acercó al cuerpo ensangrentado y aún con vida de Carlos, y le propinó otro disparo. Con tan mala suerte que no le impactó.

Habían pasado unos minutos, el cuerpo aún con vida se desangraba, y unos vecinos alertaron al sistema de ambulancias, el cual vino con premura y se llevó al herido para el Centro Médico. Ante el silencio de su hermano que no la llamaba, Miriam se impaciento, y salió de su casa, también en Guaynabo, para dirigirse a casa de Mima y esperar a Carlos. Cuando llegó su madre ya había sido notificada de un accidente, un herido, y la posibilidad de que fuera Carlos.

Corroborado el dato de que era Carlos, Miriam continuó para el hospital, donde ya se encontraban todos los amigos y seres queridos, en particular Raúl, quien le explicaba a la prensa lo que había pasado y calmaba a los allí presentes. Miriam se confundió sin titubear en un abraso con Raúl, y decía en medio de los llantos ¿por qué Carlos, por qué?

En ese momento el Dr. Jiménez salió, y de forma discreta le comentó a Raúl que la muerte cerebral se había certificado. El tiempo detenido volvió a fluir. El caballo Martinete había dejado de levantarse y había regresado a la normalidad. Maceo seguía siendo el general de generales, pero en la tierra.

Miriam lloraba y sólo le decía a un universo inexistente, “aún aguardo por tu llamada. Aún”.