Glissant y Carpentier: visión del romanticismo

Crítica literaria
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altIntervención de Rafael Rodríguez Beltrán en el Coloquio Internacional La diversidad cultural en el Caribe, el pasado lunes 20 de mayo

Vengo a compartir con ustedes algunas ―muy pocas― certidumbres y muchas interrogantes, pero este encuentro ha cristalizado mucho antes de que yo haya podido llegar a conclusiones verdaderamente acabadas para exponerlas en este tipo de acontecimiento cultural.

Quiero llamar la atención de ustedes sobre un texto importante de Alejo Carpentier que, en su momento rescató esta misma Casa de las Américas y que no tuvo y no ha disfrutado (salvo algunas honrosas y hermosas excepciones) de mayor atención. Otro documento que devino programático, escrito y publicado originalmente casi al mismo tiempo ocupó más la atención y, a diferencia del primero, sigue despertando un interés renovado. El que más difusión ha tenido es el prólogo a El reino de este mundo, en donde inició su venturosa vida la noción de lo real maravilloso en la literatura latinoamericana. El otro, como ya he dicho de vida muchísimo más modesta es Tristán e Isolda en tierra firme, documento que Carpentier nunca reeditó, que casi nunca mencionó y que ha tenido, como ya señalé, relativamente pocos estudios posteriores.

Dado que, por una parte, no era un texto en términos teóricos enteramente acabado, sino que más bien se trataba de tanteos preliminares y que, en realidad, más que respuestas planteaba muchas preguntas y no presentaba una tesis definida, a diferencia del otro, su difusión y estudio han sido muy limitados.

Leonardo Padura en su conocido ensayo Un camino de medio siglo se refiere a este opúsculo como una suerte de “meandro perdido” (retomo su propia metáfora) en la ejecutoria carpentieriana. Por su parte, Leonardo Acosta considera en su libro Alejo en tierra firme que seguir por ese camino hubiera sido un equívoco mayor que el emprendido en dirección hacia el barroco, pero que, sin lugar a dudas, la filiación romántica de la literatura latinoamericana estaba fuera de toda duda.

Lo cierto es que un fantasma recorría las páginas de ese ensayo: el fantasma del romanticismo. No es mi intención reivindicar este fenómeno cultural, acaso heredero del siglo de las revoluciones, aunque también de muchas otras cosas, pues sus más profundas raíces se encuentran en el siglo XVIII y acaso antes. Estudiosos de muy diferentes nacionalidades han estudiado el “caso” con muchas más fuentes de información de las que yo he dispuesto Jan O. Fischer, por ejemplo, en el ámbito europeo y Mirta Aguirre en el nuestro.

Pero sí quisiera insistir en algo que Carpentier señala en su Tristán e Isolda y es que la visión conservadora y hasta reaccionaria que nos legara cierta parte (no toda) de la producción de un Chateaubriand, por ejemplo e incluso de un Schopenhauer, por una parte, la excesiva sensiblería que tanto fue estigmatizada por toda la literatura posterior, si bien los románticos inconfesos pululen todavía si no entre los creadores (aunque habría que ver…) al menos en un público muy vasto que lo consume con una calidad ínfima o sin calidad alguna en la mayor parte de los casos, lo que hay que lamentar, público al que habría que atender y acaso brindárselo con sus mejores galas; ese romanticismo que todos podemos rechazar, como nos ayudó a rechazarlo un Flaubert con su Madame Bovary, es sin dudas sólo una parte, la más externa la más superficial y la que más se ha convertido en cliché de un proceso (y proceso quisiera llamarlo) que constituyó no sólo una corriente literaria, musical, plástica, etc., sino una verdadera forma de vida durante casi todo el siglo XIX.

Hay que recordar además, que no todas las vanguardias del siglo XX rechazaron el Romanticismo. El surrealismo, que fue no solo una corriente estética, sino también una forma de conducta ante la realidad, como nos decía hace muy poco Graziella Pogolotti, desde esta misma tribuna, asumió mucha de la literatura romántica o de alguna manera vinculada al romanticismo. No hay que olvidar que muchos de ellos se consideraron epígonos de Lautreamont, que se había inspirado nada más y nada menos que en Eugenio Sue, quien fuera también un modelo (sobrepasado con creces, ya lo sabemos) para un Balzac (que quería ser “tan grande como Sue”, aunque tal vez lo que más ambicionaba era ganar tanto dinero como él). Anke Birkenmayer también en un profundo trabajo relativamente reciente ha estudiado y demostrado la importancia del surrealismo en la producción iteraría y artística latinoamericana. Pues esos surrealistas no negaron el romanticismo.

Tristán e Isolda en tierra firme es un opúsculo que, increíblemente, se está gestando casi al mismo tiempo que el famosísimo prólogo a El reino de este mundo. En este se entronizaba el concepto de lo real maravilloso, que tanta fortuna ha tenido y que algún tiempo después vino a maridarse con la noción del barroquismo de nuestras literaturas que también ha tenido un éxito fenomenal y que ya se avisoraba en el Tristán... Para los que no han estudiado este ensayo, diré simplemente que la figura de Wagner, su personalidad artística, que acompañó a Carpentier desde un primer artículo publicado en 1922 (poco antes de cumplir los 18 años) hasta uno que publicó en El Caimán Barbudo, dos años antes de su muerte (y bienvenida sea la alusión a Wagner en esta Casa de las Américas cuando conmemoramos el bicentenario de su nacimiento); pues bien, ese Wagner y su Tristán es solo un pretexto para decirnos algo que no deja de ser cierto hoy más de medio siglo después de su publicación:

Tristán no cabe en el teatro de la ópera de Caracas, no fue concebido para esa escena y hay que ampliar el foso de la orquesta, el proscenio, el escenario, igual que la Tetralogía no cabía en las tradicionales herraduras europeas de fines del siglo XIX, por lo que Wagner tuvo que construir se un Bayreuth para poder representar allí su inmensa obra. Al final de la historia, ¿qué nos dice Carpentier?: que hay que construir un Bayreuth Americano hecho a imagen y semejanza de nuestros pueblos y de nuestras producciones artísticas. Pero no se refería en particular a la música.

El día que América haya erigido un Bayreuth a su manera, en alguna Gran Sabana, en alguna prodigiosa meseta del continente, de esas que no figuran todavía en los mapas, y arrojan cien cascadas a los cuatro vientos del mundo, el día en que nuestros pueblos confronten sus hábitos, sus alegrías, sus creencias, en grandes manifestaciones americanas, en grandes ritos colectivos, en grandes autos poéticos, danzarios, dramáticos, musicales, podremos jactarnos de haber trabajado dentro de la línea del destino de nuestro continente.

Y qué encontraos en medio de esta brillante conclusión, válida, creo yo, todavía en estos momentos. El FANTASMA. Carpentier escamoteó durante su vida este ensayo. Sabía lo que hacía. Como (reitero) muy bien dice Leonardo Acosta, hubiera sido un equívoco mayor. Allí se nos dice que todo lo grande que ha dejado el Romanticismo, se hizo justamente en lucha contra el espíritu más conservador y pacato, para sacar de sus casillas al eterno Profesor Ciruela. y alude a la batalla de Hernani, las angustias de Beethoven, el exilio voluntario de Berlioz, y la lucha incansable del propio Wagner. Yo añadiría la tragedia del indiano Don Álvaro y los sufrimientos de Guatemozín.

Buscando por esta vía me he dicho muchas veces que las Antillas, como parte de toda América, ha generado un discurso poético que por diferentes vías buscó su identidad, en lo universal, como dice Carpentier, sumándose a la idea, que decía Unamuno. En Glissant, y también en los otros, pero me parece, y tal vez sea un problema de gustos, que me van a perdonar, encontré mejor

• el redescurbimeinto de la historia, vuelta a contar, desde posiciones descolonizadas, “la historia es deseo”, nos dirá Glissant y nos hace derivar “hacia un imposible retorno” (pienso en Marie Celat, que busca “les traces du temps d’avant” en La case du commandeur. De ahí la importancia del tiempo, que es en Carpentier una constante que va a caracterizar prácticamente toda la obra carpenteriana.

• encontré el descubrimiento del pasiaje (acaso una reminiscencia spengleriana) que ―¡cuidado!― es solo exótico párale que lo observe desde afuera, la actitud adámica del que nombra las cosas, y las mitifica, “la conciencia permite crear el mito: revela alejándose”, el que ha abolido la cursiva o las comillas para escribir el ajiaco, guajalote, quena, caimito, ceiba, Eleguá.

• también encontré el regreso a la oralidad nativa a la reivindicación de las lenguas autóctonas, a los creoles, a la canción oída en la infancia, a la tierra que se pisa y todo esto que es una suerte de nacionalismo de la mejor especie que hace, dice Carpentier, que el hombre entre en “íntima comunión con su suelo, con su tradición, con sus voces populares”. Pero alejándose del cosmopolitismo, enemigo de la verdadera universalidad. Ya Unamuno también nos había puesto en guardia contra ese falso cosmopolitismo.

Y Carpentier, por su parte, nos dice que ese sistema, ese método de acercamiento único posible en América, es de pura cepa romántica, puesto que tiende a fomentar un necesario nacionalismo, prólogo de un más amplio y más profundo conocimiento de la realidad circundante. Pero igual que se ha dicho que el barroco al que Carpentier aludía era “otra cosa”, “otra cosa” también sería un virtual neo-romanticismo surgido desde acá. ¿Por qué no?: El barroco fue una respuesta de la contarreforma para mantener el statu quo, mientras que el romanticismo fue una revuelta contra el orden establecido. Por su parte, en la obra de Glissant sentimos que el Antillano debe continuar sin tregua la búsqueda de su identidad y debe al mismo tiempo luchar contra una colonización cultural difusa, pero asfixiante. En toda su obra se cuestiona el carácter dominante de la cultura europea.

La transgresión, no la inventaron los románticos, pero ellos la convirtieron en bandera. Esa bandera fue recogida por los surrealistas y es fuente de inspiración para muchos escritores, yo diría, la mayoría y entre ellos, los mejores, escritores de este hemisferio. A reserva de otros muchos posibles estas vibraciones en simpatía he encontrado en estos dos autores que en gran medida han contribuido al establecimiento de una cultura de nosotros. Y quise compartirlo con ustedes.

Muchas gracias.