Hispanoamericanos o Caribeños: el caso de Puerto Rico (II)

Voces Emergentes

altPara entender la desigual relación de Puerto Rico, el Caribe e Hispanoamérica, hay que volver al siglo 19, el de la modernización. Pero ¿a cuál de ellos? Para precisarlo voy a usar un juego metafórico que aprendí del fenecido historiador inglés Eric Hobsbawm: un siglo, más que una cuestión cronológica, es un concepto cultural o una percepción. El caso puertorriqueño no es la excepción: su análisis ofrece un amplio registro de posibilidades interpretativas.


Voy a partir de una premisa simple: el siglo 19 de los historiadores ha crecido alrededor de una base textual y literaria. Algunos han aceptado la inevitabilidad de considerarlo como un “siglo 19 largo”. Sus fuentes entroncarían con el año 1765, cuando el Mariscal de Campo Alejandro O’Reilly presentó su memoria sobre Puerto Rico a las autoridades borbónicas. Se trata de un texto que se transformó en una clave para la comprensión el proceso que condujo a Puerto Rico hacia su primera modernización. No menos importancia se le ha adjudicado al 1788, año en el que se publicó la primera historia general del territorio, la del Agustín Iñigo Abbad y Lasierra. Un militar irlandés y un sacerdote español, se encuentran detrás de todo ello.

Ello ha sido suficiente para levantar el edificio de la discusión historiográfica y social de los reformistas del siglo 19. Los reformistas de tendencias liberales, lo mismo que los especialistas o autonomistas moderados, tomaron como un dato cierto que las reformas administrativas de los Borbones, cuya relevancia no cuestiono, catapultaron el proceso modernizador. Ser moderno significaba la capacidad que pudiera desarrollar Puerto Rico para insertarse de un modo exitoso en la economía de mercado internacional. Sobre la base de aquellas argumentaciones, el siglo 19 puertorriqueño comenzaba en 1765 y la modernización no era sino una deuda que teníamos con España.

Otros observadores han preferido la versión de un “Siglo 19 corto”. Preferían fijar su inicio en la crisis política de la Corona Española en 1808 producida por la invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte al Reino y el subsecuente derrocamiento de los Borbones. Esta mirada valoraba sobremanera las proclamas de independencia de las colonias españolas continentales -la Nueva España, Nueva Granada, Perú y El Plata-, y veían en el separatismo el límite entre el siglo 18 y el 19.

El siglo 19 y la Modernización del país comenzaban en 1808 con la crisis del Imperio Español en América. El problema es que Puerto Rico se mantuvo al margen de las corrientes separatistas e independentistas en 1808 y, por el contrario, el territorio fue utilizado por las autoridades españolas como base de operaciones contra los rebeldes hispanoamericanos. La contradicción es que el Puerto Rico experimentó la modernización material y económica que se inició hacia el 1765, pero evadió la modernización política que debía conducirlo a su separación e independencia.

Durante el siglo 19, las reflexiones en torno a la modernización de la colonia adoptaron un tono original. En una biografía sobre Ramón Power y Giralt, militar al servicio de España y diputado a Cortes en 1810, Alejandro Tapia y Rivera, poeta, dramaturgo e historiador, elaboró una variante de la teoría del “siglo 19 corto”. Este autor alegaba que el progreso de Puerto Rico, es decir, su modernización, se apoyaba en la obra del Intendente Alejandro Ramírez, organizador de la Hacienda Pública desde el año 1813. Tapia valoraba a Ramírez como un modelo de eficacia administrativa por el hecho de que había puesto fin a una serie de prácticas retrógradas que habían sido impuestas por el coloniaje y el militarismo dominantes.

Entre esas taras incluía la dependencia económica del celebrado “Situado Mexicano”. Para Tapia la tarea de Ramírez, del periódico El Boletín Mercantil y de la “Sociedad Económica de Amigos del País”, habían coadyuvado a convertir “el hato de Puerto Rico en país de agricultores y comerciantes, dejando vestido de seda y paño (…) el pueblo que encontró, vistiendo coleta”. La modernización era la utopía venerada que había dado origen a la poderosa y sumisa clases de los hacendados.

Aquellos lugares de la cronología, ya sea el 1765, el 1808 o el 1813, tuvieron un significado desigual en el inmesnso Imperio español. En el caso de los grandes Virreinatos como el de la Nueva España, la Nueva Granada, el Perú o El Plata, los condujo a la separación, a la guerra por la independencia y, por último, a la soberanía. Pero en el caso de las colonias pequeñas como las Capitanías Generales de Cuba, Puerto Rico y Guatemala, las mantuvo en una relación de sumisión que se fue reformulando en diversas direcciones y, aunque las modernizó, fortaleció la dependencia.

Puerto Rico, que fue parte del Imperio Español, nunca lo fue de aquella Hispanoamérica libre, a pesar de los reclamos de algunos iluminados. Después de 1821, era poco el apoyo que se podía esperar de las repúblicas para la lucha por la independencia de las islas. El 1821 nos divorció de Hispanoamérica de una manera total. La situación forzó a muchos a mirar hacia los espacios del Caribe Insular colonial donde, desde 1850, floreció la ideología antillanista.

Puerto Rico vivió un proceso de modernización entre 1765 y 1848, año este último marcado por la crisis internacional de su industria de punta, la azucarera. Pero en aquella ruta no avanzó un paso en el camino hacia su independencia. El desarrollo de las fuerzas productivas y la inserción en el mercado internacional a través de España, colocó al país en la órbita de una potencia emergente: los entonces jóvenes Estados Unidos.

Sea el 19 un siglo corto o largo, nadie pone en duda que el mismo cerró con la guerra de 1898. La Proclama de Nelson A Miles, otro texto, descuajó al territorio del Caribe Hispano y del que no lo era, al colocar al país en la esfera colonial americana. De allí en adelante todo se ha reducido a una serie de intentos fallidos por recuperar una conexión con una Hispanoamérica y un Caribe que no nos ven.