Para un Palacio un Caribe: reflexiones

Voces Emergentes

altElsa Tió, editora. Para un Palacio un Caribe. José Gualberto Padilla El Caribe (2012) San Juan: Editorial de la Universidad Interamericana de Puerto Rico: 195 págs. Ilus. Con colaboraciones de Rafael Cox Alomar, Delma S. Arrigoitia y Violeta Sánchez. Leído el 29 de agosto de 2013 en el Recinto Universitario de Mayagüez.

Voy a jugar un poco con un retrato literario: “Era un hombre hermoso, alto...de cabellera rubia y mostachos rubios y retorcidos a lo galo…ojos verdes y chispeantes…un hombre de espíritu superior…un súper-hombre…vestía diariamente de drill blanco con levita de la misma tela y poseía un físico imponente”. Así se refería Cayetano Coll y Toste en la “Galería de puertorriqueños ilustres” del Heraldo de Puerto Rico al poeta en 1924. Manuel Fernández Juncos en el “Prólogo” de En el combate: poesías completas, reproducido en la edición de 1969 del Instituto de Cultura Puertorriqueña, añadía que las cejas también era rubias y copiosas, lo cual acentuaba “enérgicamente la belleza varonil de aquel semblante”. El poeta era un hombre altivo con los engreídos, y franco con los demás.

La descripción es la de un titán que se encontraba “más allá del bien y el mal”, como el anticipo del hombre postmoderno imaginado por Nietszche en una noche de migraña al final de su vida. La imagen es la de un galo celta sustraído de un mito y colocado en el trópico candente. Ambos retratos huelen a hispanofilia y eurocentrismo. La mirada romántica de las figuras proceras siempre expresa un equívoco. El prócer, por su elevación, se enquista y se distancia: no se parece a uno de nosotros.

En el retrato no encuentro al mulato espúreo José Campeche; a los artesanos e hijos de artesanos Rafael Cordero, Juan Morel Campos o José Celso Barbosa. Tampoco percibo al hijo de una liberta llamado Pedro Albizu Campos. Por el contrario, los textos dan la impresión de que se habla de un patricio europeo de perfil apolíneo. La mirada romántica de la figura procera, si uso una frase del escritor Eduardo Lalo en la novela La inutilidad (2004), se afirma en “creer que es culturalmente gla¬moroso el fantasear con que no se es puertorriqueño”. Confieso que ese procedimiento no me gusta porque resulta deshumanizador y no abona nada a la mejor comprensión del pasado. Sólo me da instrucciones para que le rinda culto a otro ídolo.

Escenarios: el contexto de Padilla

José Gualberto Padilla (1829-1896) es el signo de una diversidad de cosas. En 1974, Eugenio Fernández Méndez, sociólogo e historiador, publicó el volumen Salvador Brau y su tiempo. El texto serviría de prólogo a la obra sociológica del autor de Cabo Rojo. Para Fernández Méndez, el siglo 19 había sido el de la “forja de una nacionalidad” en el seno de una “burguesía criolla de hacendados -padres de agrego o señores de ingenio”. El sociólogo añadía que, desde un “criterio cándidamente burgués”, algunos habían llegado a ver el siglo 19 como “el Siglo de Oro de Puerto Rico”. Salvador Brau y la Generación del Medio Siglo 19, representaban la síntesis de aquel momento. Padilla, su vida y su obra, encajaban en aquel esquema teórico. Sin embargo, en la lista de “aquellos hombres (y) adalides de la balbuciente nacionalidad” anotados por Fernández Méndez, no figuraba su nombre.

La Generación del Medio Siglo 19, compartió un conjunto de experiencias que reconocemos cada vez que dictamos un curso de historia puertorriqueña. Aquellas figuras nacieron en medio de la holgura del crecimiento económico dependiente y la expansión de la hacienda que producía azúcar morena, melao y rones para el mercado internacional. Eran personas educadas en el extranjero dado que no había una universidad en la colonia. Esos eran los componentes de un “intelectual criollo”.

No hay que olvidar que el periodo transcurrido entre la Cédula de 1815, y la crisis económica de 1848, fue el escenario de un modesto proceso de modernización en Puerto Rico. La economía, siempre a través del mercado hispano, insertó al territorio en el mercado internacional como una “sugar island”. Aquella dinámica fue determinante en el proceso de alejamiento de la isla del Reino de España, y en su reubicación en la órbita del interés de Estados Unidos. La “burguesía criolla de hacendados -padres de agrego o señores de ingenio” que fue la “forja de una nacionalidad”, según señaló Fernández Méndez y a la cual perteneció Padilla, fue el producto social de aquel proceso.

Un apunte sobre la conciencia

En 1788 Iñigo Abbad y Lasierra, anotaba que, si bien los criollos miraban “con tedio á los Europeos”, acababan dominados “siempre (por) la emulación” de aquellos. “(T)edio” significaba, acorde con el diccionario de la Real Academia Española de 1791, “aborrecimiento”, “fastidio” y “desprecio”. De acuerdo con la misma autoridad, la “emulación” podía ser producto lo mismo de la “admiración” que de la “envidia”. Abbad y Lasierra sugería que el “fastidio” con los europeos ocultaba el “resentimiento” de los criollos hacía aquellos. No cabe duda que Europa y lo europeo fueron cruciales para la constitución de una “identidad puertorriqueña funcional”. Hacia la década de 1850, las observaciones sobre las costumbres que vertió Manuel Alonso Pacheco en El Gíbaro de 1849 lo confirman. El “Gíbaro de Caguas” hablaba como todo un intelectual europeo y se sentía en posición de autorizar qué costumbre debía desaparecer y en qué dirección se debía estimular el crecimiento de otra. El procedimiento de contrastar la experiencia local con la europea se reitera a través de sus reflexiones.

El 1850 creó las circunstancias que permitieron poner en duda muchos de los paradigmas de la vieja hispanidad. La Monarquía Absoluta, el Catolicismo Español, la esclavitud legitimada por ambas instituciones, estaban siendo puestas en entredicho por una diversidad de propuestas de cambio. La Generación del Medio Siglo 19 tenía sobradas razones para sentirse contrariada con el dominio del Reino de España. La animosidad se mantuvo en algunos casos dentro de los márgenes y adoptó una discursividad moderada. En otros, convergió en propuestas radicales y de alto riesgo, siempre enmarcadas en el contexto de lo que se consideraban las “ideas europeas de avanzada”, es decir, el liberalismo.

Padilla: el actor dentro del contexto

Padilla estuvo en el núcleo de aquella revolución intelectual y material como un actor. Creció vinculado a la burguesía criolla de hacendados que se ataba a las profesiones modernas y que se veía a sí misma como responsable del futuro del país. Como toda minoría iluminada, aquella generación miraba al abajo social con el pietismo de un cuáquero y se sentía paternalmente responsable del pueblo que Voltaire había codificado como la “canalla”. Las anécdotas que se relatan a lo largo de prólogo de Elsa Tió, “José Gualberto Padilla, El Caribe. El defensor del Pueblo”, no dejan lugar a dudas al respecto.

Nacido en San Juan y muerto en Vega Baja, Padilla hizo las primeras letras en Añasco y el bachillerato en Santiago de Compostela. Luego estudia medicina en la Universidad de Barcelona y practica el periodismo. Se trata de una de las carreras que más significan a la Universidad Moderna; y de un trabajo de vanguardia en una Europa que apenas estrenaba la expresión de la opinión política. Desde Barcelona hacía periodismo y poesía con el tono de un intelectual burgués. El costumbrismo festivo y la sátira política representan a una Modernidad que se ríe de la tradición con la sonrisa de un Voltaire tropical. En Puerto Rico ejerció en 1857 como Médico Titular adscrito al Ayuntamiento de Vega Baja.

El mito de “El Caribe”

El pseudónimo “El Caribe” surgió de una polémica de 1866, cuando Padilla respondió unas invectivas de Vicente Fontán contra los puertorriqueños. Entre 1868 y 1874 se reafirmó en la polémica con Manuel del Palacio. Su prisión en Arecibo tras los sucesos de Lares de 1868, sólo ha servido para ampliar el alcance de su mito. Se trata de una biografía articulada alrededor de una serie de gestos trágicos.

En la primera instancia, el poeta como polemista defiende en el “campo del honor” la dignidad colectiva. Se trata de un ejercicio muy español y muy del “Antiguo Régimen” en el cual la espada se ha trocado en una pluma. El periodismo y los panfletos fueron terreno apropiado para aquel tipo de lances. En la segunda, Padilla fue preso por Liberal, no por Separatista: lo que sufrió fue “cárcel preventiva”. La persecución tras los hechos de Lares cargó con mucha gente. Padilla fue preso, entre otros, junto a José Julio Henna, futuro líder del anexionismo a Estados Unidos; y Calixto Romero Togores, dirigente liberal moderado que había delatado la conjura al gobernador de turno para defender el pellejo.

Su participación directa en la conjura es improbable e indemostrable. Eso sí, fue acusado de separatismo por José Laureano Sanz en 1869 y condenado a destierro. Pero en la colonia, la acusación de separatismo se usó contra mucha gente que no lo era con el fin de sacarlos de circulación de una manera expedita. La vida poeta simboliza los problemas que representaba ser un escritor civil comprometido en medio de un régimen autoritario.

Por último, Padilla fue “El Caribe”, y Betances fue “El Antillano”. Ambos se identificaron con códigos identitarios producto de los prejuicios europeos. “El Caribe” apelaba al canibalismo, al salvajismo, a la agresividad de los errantes kalinagos que rendían culto al guaraguao. “El Antillano”, a la isla legendaria que imaginaban los navegantes al oeste de España, perdida en la Mar Océano. La caricatura de Cillo publicada en 1896 en el El fígaro, hace honor a la percepción que “El Caribe” tenía de sí mismo y nos dice cómo quería que le vieran. Vestido apenas con cubre sexo de plumas y cintas en los brazos y los tobillos, con un bigote nietzscheano y pestaña en la barbilla, armado con una pluma y un rollo de papel.

Rescatar la obra de José Gualberto Padilla o de cualquier intelectual del siglo 19 es una invitación para que se reflexione sobre la naturaleza cambiante de la identidad. La “forja de la nacionalidad” sigue siendo un tema apasionante y contradictoria. Celebremos este libro con la lectura.

• Mario R. Cancel Sepúlveda

• Catedrático de Historia y escritor