Me acordé de ti

después de los turbios alfileres del alcohol.

Pensé que podía domesticar tu recuerdo.

Hice una artimaña azul con el espacio de la memoria y resultó que ya no te habito.

Celebro que nace un niño* que vino a dar un mensaje de amor a un pueblo duro de corazón, de doctrinas y corto en misericordia. Yo no soy religiosa. Trato, intento, me aliento en lo que fueron las enseñanzas de Jesucristo para el trato de la mujer, la niñez y los milagros de sanación, entre muchos otros:

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Ocurrió hace aproximadamente un año. Fue en la tarde de un sábado apagado. Algunos detalles se me escapan, pero evoco lo esencial.

Estaba en la librería Mágica, en Río Piedras. Como saben, soy adicto a los libros. Muchas veces, termino comprando más de los que el tiempo me permite leer y acaban amontonados en mi agreste biblioteca. Esa vez, buscaba novelas de Kundera, de Wilfredo Mattos, de Marta Aponte y de un escritor japones, cuyo nombre olvido hasta que lo veo impreso.  Ensimismado, rebuscando en un alto anaquel preñado de libros, algunos revueltos, no advertí su presencia hasta que escuché el sobrio saludo.

Compañero, pronunció con una voz antigua.

Tardé en reconocerlo. Se dio cuenta y me dijo su nombre, Vladimir.   Precisaba más señas. adió:

Compañeros de lucha…en la universidad. ¿No me recuerdas? 

No, de pronto. Me dio un apretón de manos y luego un poderoso abrazo de hijo pródigo. Liberado del estrujón, lo pude observar mejor. Antes, mucho antes, era flaco, con pelo largo y barba castrista. Ese día, mostraba el desaliño de la soledad.  Ojos tristes, detrás de gruesos cristales, escasos cabellos, la piel mareada y el semblantedel hombre gastado por el tiempo y la desilusión.

He leído tus novelas, dijo. Son muy buenas.

Con eso, ganó mi atención. Decidí ser afable con aquel ser de otra galaxia que vino a perturbar mi día santode librerías.

Hay que celebrar este rencuentro, sugirió.

No era mala idea. A esa hora, las dos de la tarde de un sábado ocioso, podría compartir algunos tragos y una charla de nostalgias. No tardamos en llegar a un bar cercano, que a esa hora estaba vacío. Era un salón de penumbras agradables. Escogimos una mesa apartada. La única mesera se acercó con su vaivén airoso de caderas. Era un deleite gratis verla desplazarse graciosamente por el salón. Afuera, el día era gris. La polvareda del Sahara empañaba todo el cielo, como unasola nube gigantesca, tenaz y sedienta.

Después del brindis con sendos vasos de wiski escocés, inició la conversación. Había estado ausente de Puerto Rico durante 45 años. Regresó, deduje, para morir. Su hablar era áspero, como resultado de callos en la garganta.

o Piedras ya no es lo mismo, dijo en clave de añoranza. ¿Recuerdas cómo era? Había, por todos lados, manadas de estudiantes rebeldes. La ciudad universitaria, ah, saturada de eventos de arte y cultura. El campus, un hervidero de juventud y sueños.

Sí, lo recordaba. Pero ya nada es lo mismo, penséresponder. Asentí sin palabras. Hice así con la cabeza y los hombros. Vladimir continuó:

, antes todo era distinto. Eran días de esperanzas. La revolución estaba cerca, al alcance de nuestropersonal valor y sacrificio.  ¿Recuerdas?

Recuerdo, dije. Éramos jóvenes con bellas ilusiones. No pude evitar el cliché. Estaba atento a la mesera.

, pero no eran ilusiones, sino metas, aclaró,mientras miraba hipnotizado su vaso de wiski. Bebió un poco y prosiguió:

¿Recuerdas? Después de cada jornada política, que eran muchas y seguidas, íbamos al patio trasero deaquella pizzería, recuerdas, y allí, apartados y herméticos, como fieros bolcheviques, celebrábamos, con tabacos y cerveza, el éxito de la protesta. ¿Recuerdas? La cajetillade cigarrillos costaba menos de un dólar y algo así las cervezas y aquellas botellitas de vino dulce, que hoy nos provocan repugnancia.  

Sí, recuerdo, repetí, y esperé pacientemente que continuara. No tenía urgencias. Era un sábado de cielos cenagosos. Vladimir prosiguió hablando desde el pozo de sus nostalgias.

En aquellos tiempos, teníamos la clara percepción de las finalidades y el pleno goce del sacrificio. Estábamosconvencidos de ser los protagonistas de la historia, que fabricábamos con sudor y tinta, digo tinta, porque de allísalíamos a escribir y reproducir en esténcil, los boletinesde divulgación y denuncia. Éramos marxistasconvencidos. Sí, creíamos en las utopías del marxismo.O, mejor dicho, del marxismo fracasado.

En este punto, me vi obligado a diferir.

En mi caso, señalé, aún creo que algún tipo de socialismo, que no sea burocrático, ni mucho menos, totalitario, es urgente y necesario. La voracidad y el desorden del capitalismo y el neoliberalismo destruyen al planeta.

¡Bah!, reaccionó ásperamente. Todos son iguales. No les importa el planeta. Los llamados dirigentes socialistas solo buscan poder político para enriquecerse. Los capitalistas, por su lado, usan sus riquezas para alcanzarel poder político. ¡Todos son iguales!

Ese día, no se me antojaba polemizar con nadie, menos con un viejo pesimista y derrotado. Mejor callar,acabar la bebida y marcharme. Bajé la vista. Tres gotas cristalinas descendían, lentamente, por la superficie del vaso plástico de mi wiski. Faltaba la mitad. Podría, de un sorbo, acabarlo. Solo lamentaba perder aquel espectáculo. La mesera iba y venía con el baile esponjosode sus caderas.  

Cuando alcé la cabeza, Vladimir me miraba angustiado.

Si te he ofendido, perdona. No era mi intenciónabrumarte con mis desengaños, masculló.

Respondí que no, que ya estaba acostumbrado, que ya había escuchado esos lamentos de paraísos perdidos.

¡Paraísos perdidos!, exclamó divertido. Sonrió por primera vez en la tarde.

Me agrada la metáfora, añadió. Brindemos por el paraíso que hemos perdido, expresó con el vaso alzado.

Acepté, complacido, el brindis y proferí. con un tonillo dramático, el verso de Borges: «Los únicos paraísos son los perdidos».

Tras el brindis de reconciliación, Vladimir, con la mirada fija en la mía, dijo:

¿Sabes? Este rencuentro no es casual.

Presumí que ahora hablaría de los enigmas de las causalidades.

No es lo que piensas, apuntó como si leyera mis pensamientos.

Puse cara de extrañeza. Ajá, exclamé bajito.

Te escogí entre muchos. Sabía que te encontraría hoy en la librería. La lectura de tus novelas me lo indicó. Tienes la facultad que busco.

¿Cuál?, pregunté.

La facultad de entender lo real de lo fantástico.

Muchos escritores la tienen, dije.

Sí, pero tú eres diferente, expresó con voz grave, tan grave que dudé de su cordura.

Tu vez lo que pocos ven, expresó.

¿Qué veo?, pregunté divertido.

Ves los otros mundos. , los otros. Escúchame atentamente, apuntó con el mismo tono de misterio.Aparta un rato tus ojos del culipandeo de la chica esa y escúchame.

Te escucho, dije con el rostro tenso.

Recuerdas que te conté que, cuando era líder estudiantil, iba mucho a una pizzería en esta misma calle.

Sí, dije.

Pues, muchas veces, ella estaba ahí y nos mirábamos. Pero, nunca me detuve en su mesa, paradecirle un saludo, aunque fuera tonto. Pasaba de largo… Si me hubiera, detenido

Lo interrumpí: ¿Quién es ella?

Diana. Se llamaba Diana. Pudo ser el gran amor de mi vida. La perdí. Debí buscarla. Debí escogerla a ella. Pero, no lo hice. Hoy sería otro. La perdí aquel día. Aquel día, en el campus, en lugar de ir tras ella, opté por asistira una reunión política. Nos vimos de lejos. Ella me vio titubear. Ella me vio alejarme. Ella vio mi equivocada decisión. Ese mismo día, después de la mirada, de la última mirada, conoció a su futuro esposo. Debí ser yo.

Lo lamento, expresé sin sentirlo. Los mejores amores son los perdidos, me dije y recordé uno de mis tristespoemas.

Pero, ahora todo cambiará, apuntó con el semblante estremecido. ¡Volveré a ese día! ¡Volveré a buscarla!, expresó con un duro golpe sobre la mesa.

La mesera, detrás de la barra, se asustó. Con la mano y una sonrisa amplia, le comuniqque estababien.

Miré a Vladimir con preocupación. Pero disimulé con la voz:

Apuesto a que tienes la máquina del tiempo, señalé con una risita pueril.

Sí, algo así, dijo. Serás mi testigo. Ven conmigo.

¿Al pasado?

No, no puedes hoy. Solo uno a la vez, cada diez años, puede cruzar el portal, la puerta al pasado. Está en la calle Robles, aquí cerca, tres cuadras antes de la plazadel mercado. Hay que cruzarlo a las 4 en punto de la tarde, ni antes, ni después. Ven conmigo. Lo verás. Es un edificio en ruinas. Queda la fachada, algunas paredes sin techo y una puerta que generalmente abre a un solar vacío. Ese es el portal.

Entonces, no pude más. ¡Ya basta!, mascullé.

Me levante de la silla. Saqué un billete de $10 y lo tiré sobre la mesa. Salí abruptamente del bar. Salí harto de la nostalgia y de la burla. Sí, se había burlado de , de mis ilusiones, de mis novelas, de mis relatos fantásticos. Sus falsos elogios era mentiras. Vino de la nada a perturbar mi sábado, mi día de libros. Vino a fastidiarme. ¡Qué se creía!

Regresé a la librería para refugiarme en sus laberintos. Los libros me apaciguan. Hablé un poco con Arnaldo. Le pregunté por algo que no recuerdo, quizás de una novedad de Argentina. De golpe, experimenté laepifanía, la revelación. Reí. Vladimir es realmente un personaje literario.

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En estas breves horas que me restan para ir al Reencuentro Internacionald de Poesía en Safi, Marruecos, me he puesto a pensar en los poemas que llevo en la maleta y que por no saber árabe, serán traducidos sin yo tener idea de las imágenes, de las palabras, del sentido y del sentimiento… No es que me preocupe, pues este festival tiene excelentes traductores, es que yo me debería de ocupar en aprender más idiomas.

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No hay agarre bajo sus pies
…como partícula por el aire
levita,
¿será por la falta de soga humana de abrazos
que no se encuentran en el Zoom
de este siglo
o por la sombría opacidad de la sonrisa
mueca penosa
bajo el tapa bocas antiviral?
Sus manos revolotean estériles
espantan mosquitos heréticos

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No soy crítica de cine, pero no puede dejar de entusiasmar a los lectores. En está ocasión comentaré la película, Sound of  Freedom. La misma estrenó en Puerto Rico el 4 de julio de 2023, no por casualidad, sino por convicción. La libertad hay que lucharla  todos los días.
Sound of Freedom es una película basada en hechos reales.

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